Image: Jonathan Coe: El humor británico no es un arma, es un disfraz

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Letras

Jonathan Coe: "El humor británico no es un arma, es un disfraz"

6 febrero, 2015 01:00

Jonathan Coe. Foto: M. Teresa Slanzi.

La última novela de Jonathan Coe, Expo 58, es la novela que habría escrito Graham Greene si hubiera leído más de la cuenta a un Evelyn Waugh poderosamente nostálgico. Una novela de espías, en un escenario de cartón piedra: la Exposición Universal de Bruselas de 1958.

Cree Jonathan Coe (Bromsgrove, Reino Unido, 1961) haber llegado a un punto, a una pequeña cima, la clase de cima a la que un escritor llega cuando ha publicado al menos diez novelas, en el que prefiere revisitar a un viejo conocido a tratar de conocer a alguien nuevo. Es por eso, dice, que el protagonista de su última novela, la, a ratos decididamente triste, melancólica, sí, pero también, por momentos, desternillante, e incluso peligrosa, no para el lector, sino para aquellos que la habitan, Expo 58 (Anagrama), no es un completo desconocido. Tuvo un pequeño papel, admite, en La lluvia antes de caer. Su nombre es Thomas Foley. Hijo del ex propietario de un pub y una ex chica belga, Thomas, empleado en la Oficina Central de Información inglesa, parece el tipo ideal para regentar, en realidad, supervisar, el pub de cartón piedra que el gobierno piensa instalar en el centro del pabellón británico en la inminente Exposición Universal de Bruselas. El año es 1958 y la Guerra Fría atraviesa uno de sus tramos más gélidos (o, mejor, más candentes). Pero en Bruselas se respira ilusión, inocencia, verdadera esperanza de que las cosas, en el futuro, serán infinitamente mejores de lo que lo habían sido en el pasado. "Hoy parece absurdo, pero para mí tiene mucho de conmovedor", sentencia Coe. Viste una sencilla camisa de pana granate y no se mesa a menudo el pelo. Aunque tiene bastante, y es de un blanco ceniciento.

Pregunta.- ¿Es cierto que la novela partió de una visita al Atomium, el edificio central, el epicentro, de aquella Expo del 58?
Respuesta.- Sí, es cierto. Una periodista de Radio Bélgica me hizo una entrevista allí el año 2010. Y fue verlo y enamorarme perdidamente de él. Era la primera vez que me pasaba algo así con edificio. Me fascinó el diseño, que era a la vez moderno, o lo pretendía, en su momento, sin perder el clasicismo de aquella década, la de los 50. Sentí, al verlo, a la vez nostalgia por aquel pasado, y por el futuro que nunca fue. Y pensé que todos mis libros tienen un poco que ver con eso. Con el paso del tiempo y con cómo el paso del tiempo afecta a los personajes. Y con el Atomium me pasó algo parecido. Casi podía sentir cómo había transcurrido el tiempo tan sólo mirándolo.

P.- Thomas se encuentra, de hecho, en un punto de inflexión en ese sentido. Por un lado está el pasado, y por otro, un puñado de futuros posibles, representados por tres chicas que no tienen nada que ver entre ellas. ¿Diría que esa especie de dicotomía entre el pasado y el futuro, ese negar el presente, es uno de los temas de la novela, y no sólo eso, sino también de toda su obra?
R.- Podría ser, sí. De hecho, no sólo Thomas se encuentra en un punto de inflexión, Inglaterra, y el mundo, también. A finales de los 50 todavía era raro que la gente dijese realmente lo que pensaba. Y, por otro lado, la sociedad se mostraba ilusionada respecto al futuro. En los 60, las cosas empezaron a cambiar y nada ha vuelto a ser igual desde entonces. A finales de los 50 aún se respetaba el establishment, luego dejó de hacerse.

P.- ¿Y qué me dice de la dicotomía entre la apacible y aburrida vida matrimonial en una casita pareada y la vida de aventuras con la que se sueña de niño? Thomas se debate entre una y otra.
R.- Sí, pero hay que tener en cuenta que no está siendo realista. Porque lo que ve en Bruselas, mejor dicho, la Bruselas que ve, no es real, es una ficción. La Exposición Universal es una colección de fantasías, aquello que todos los países participantes querían que los demás pensaran de sí mismos. Todo allí son espejismos y por eso es lógico que se sienta tan perdido como se siente. Porque Thomas es, junto con Anneke, el único personaje honesto de la historia.

P.- Es curioso, ya que menciona el hecho de que los países iban allí a venderse, que Estados Unidos se presente como un exportador de electrodomésticos y Rusia, de compromiso. Unos venden aspiradoras para las amas de casa, los otros, suplementos culturales que son en realidad panfletos propagandísticos.
R.- La Exposición Universal de aquel año fue un instrumento de propaganda, sin duda, y de negocios, por supuesto. Todo el mundo estaba allí para vender cierta imagen de su país, lo que hoy resulta decididamente conmovedor. Que entonces se creyera que podía hacerse propaganda de esa manera tiene un punto encantador.

P.- ¿Y qué hay del asunto de los espías? Porque Thomas acaba leyendo a Ian Fleming para saber cómo comportarse cuando el par de aparentemente torpes espías británicos le piden que les haga un favor.
R.- Releí las novelas de Fleming mientras escribía Expo 58 y me sorprendió descubrir que James Bond era un tipo bastante patético. Para él, la idea de comer en un lugar exótico tenía más que ver con ir a un italiano y pedirse unos espaguetis a la boloñesa que con otra cosa. Era un personaje muy provinciano. Un poco como el inglés de la época. Pero lo cierto es que me divertí mucho escribiendo las escenas de los espías. Y la verdad es que parecen un par de imbéciles pero en realidad no lo son. Y es una especie de crítica que hago a los británicos. Que a menudo nos hacemos pasar por tontos, fingimos no tomarnos en serio, y por eso precisamente acabamos siendo más astutos. Cuando escuchas a un inglés reírse de sí mismo, desconfía, porque es una máscara. Todo inglés se toma a sí mismo muy en serio.

P.- ¿Diría entonces que el sentido del humor inglés es un arma?
R.- Creo que el sentido del humor es un mecanismo de supervivencia. Si no pudiéramos reírnos, moriríamos. Cuando escribí ¡Menudo reparto! creía que el humor podía ser un arma, que podía utilizarse en la lucha política, pero ahora ya no lo creo. En parte porque en Gran Bretaña, los que están en el poder son expertos en reírse de sí mismos, no puedes perforar su armadura riéndote de ellos porque están blindados. En cierto sentido, el humor británico no es un arma, es un disfraz. Una máscara, como he dicho antes.

P.- En la novela hay un retrato de la sociedad británica de los 50, ¿en qué sentido es distinta de la de hoy?
R.- En todos los aspectos superficiales lo es. Lo único que no ha cambiado es esa cierta desconfianza respecto a la idea de Europa. Por un lado quiere formar parte de la Unión Europea pero por otro mantener las distancias.

P.- ¿Y cómo transcurrió esa década en los barrios residenciales de las afueras de Londres?
R.- Desde luego, sin tanto glamour como parece que transcurrió en Estados Unidos si nos ceñimos a cómo lo plantean en Mad Men. Tengo una amiga escritora que vivió esa década y que me dijo: 'Sobre todo, no la pintes como una década glamourosa, porque si algo fue la década de los 50 fue aburrida'. Y he seguido su consejo. La vida de Sylvia es totalmente anodina, incluso la relación que tiene con su vecino lo es. Fue una época terrible, sobre todo para las mujeres.

P.- Y si decidió rescatar a Thomas Foley de La lluvia antes de caer, ¿rescatará algún otro personaje que ya haya creado para su próxima novela?
R.- Sí, de hecho, rescataré a más de un personaje de ¡Menudo reparto!. Estoy escribiendo entusiasmado ahora mismo una especie de secuela de aquella novela, ambientada en el presente, en la que estoy siendo especialmente cruel, porque los tiempos que vivimos lo son especialmente.