Albert-Camus

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Letras

Postal mediterránea: la Palma de Camus

25 octubre, 2013 02:00

Son meses previos a la Guerra Civil, pero eso no está en la mente de Camus. El hombre que dijo que entre la justicia y su madre, siempre elegiría a su madre, viaja por el Mediterráneo. De ahí procede y allí regresa. Está estrenando la veintena y la luz de Argelia es todavía su luz. Lo demás -sea Mallorca o Ibiza-, consiste en una prolongación, una proyección más de esa luz. Menorca, más al norte, no. Menorca es otra cosa: la casa de la madre y aquí no hablamos de justicia o patria. Hablamos -si lo habláramos- de otra cosa y eso representaría volver a Argelia otra vez. No es el caso cuando el pied-noir Albert Camus desembarca en Palma. Al escribir sobre la ciudad le pondrá uno de los títulos más bellos que Palma haya provocado: Amor a la vida. Lo primero que hace -las calles oscuras y silenciosas- es visitar un cabaret, donde le impresiona una chica que canta y baila, la boca roja, sudorosa y despeinada ‘como una diosa inmunda que saliera del agua', dice Camus. Y también eso es una ciudad portuaria: Alejandría, Argel o Palma. ‘Sólo el Mediterráneo -añade- me ha conducido a un tiempo tan lejos y tan cerca de mí mismo'. Pero una ciudad son sus contrastes.

A la mañana siguiente visita el refinado claustro gótico de los franciscanos. El sol dora sus piedras. Una mujer saca agua del pozo que hay en el centro. Se oye el chirrido de la cadena, los golpes del cucharón de hierro contra el brocal. Antes, la metamorfosis a la sombra de la catedral, donde ‘la idea de cierta lentitud' es el lugar donde ‘disolverse en olor de silencio' y ‘perder los perfiles' y no ser más que ‘el sonido de mis pasos' o ‘esa bandada de aves' cuya sombra Camus divisa en la parte superior de los muros, la única iluminada por el sol. La noche anterior era el cabaret rodeado de marinos: podría ser Marsella, también. Aquí en el claustro, como antes junto a la catedral, ya no. Podríamos hablar de disolución, de nirvana, de experiencia mística. Pero hablamos de Albert Camus y es mejor que sea él quien lo defina. Amor a la vida, ya dije.

En el claustro de San Francisco, Camus percibe ‘la sonrisa del mundo' y ante ella se mantiene inmóvil, porque ‘un solo gesto habría rajado el cristal' donde se refleja esa sonrisa. Un cristal hecho de aire transparente, el azul al fondo. ‘Dentro de una hora -escribe- un minuto, un segundo, en ese instante quizá todo podía desmoronarse. Y sin embargo el milagro continuaba. El mundo proseguía púdico, irónico y discreto (como ciertas formas dulces y reservadas de la amistad de las mujeres). Seguía habiendo un equilibrio, aunque teñido por la aprensión de su propio final... Allí estaba todo mi amor a la vida: una pasión silenciosa por lo que quizá se me iba a escapar, una amargura bajo una llama. Todos los días me iba de aquel claustro como arrancado de mí mismo, inscrito por un breve instante en la duración del mundo.' Postal mediterránea, Palma, mediados de los treinta.