Image: Ángeles Mastretta

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Letras

Ángeles Mastretta: "Ya no me enoja que me llamen escritora de mujeres"

"Ya no me enoja que me llamen escritora de mujeres"

28 mayo, 2013 02:00

Ángeles Mastretta.

Un consejo valioso de Ángeles Mastretta (Puebla, 1949): "No dejéis de preguntar a vuestros padres todas vuestras dudas acerca de sus vida porque, una vez que mueren, ya no hay posibilidad de conocerlas por su propia boca". A ella se le murió su madre hace tres años, un hecho que le tumbó el ánimo. Cayó en una postración creativa de la que le ha costado mucho salir. Pero al final lo consiguió. La emoción de las cosas (Seix Barral), su último libro, acredita su esfuerzo por no dejarse vencer cuando el destino (o el azar: quién sabe) se empeñó en baquetearla.

Mastretta no se sentía capaz de escribir ficción. Fue muy poco a poco como recobró el pulso de la escritura. Su blog Puerto libre, que publicaba en El País, le sirvió para ir tomando impulso. "Empecé a escribir en un tono confesional al que no estaba acostumbrada. Y gracias a él me puse en contacto con muchos lectores con los que compartí emociones, anhelos, tristezas...", explica la autora mexicana a El Cultural. De ahí, de esos mimbres, germinó La emoción de las cosas, título extraído de un poema de Antonio Machado: "Lo iba a titular... Espere... Es que siempre lo olvido... Ehhh... El patrimonio de lo insólito. Pero un día leí ese poema [Sólo recuerdo la emoción de las cosas, /y se me olvida todo lo demás; muchas son las lagunas de mi memoria]. Al leerlo sentí que lo podía haber escrito yo. Y me lo apropié. Es un título que no se me olvida nunca, no como el otro".

Mastretta, que en los 90 arrasó con Arráncame la vida, alegato de la emancipación femenina en el machista México posrevolucionario, tira del hilo en los capítulos escondidos de la biografía de su padre. "Él estuvo 20 años en Italia, de los que apenas supimos nada". Luchó en la II Guerra Mundial, un recuerdo que prefería mantener soterrado: "No tenía ningunas ganas de amargarnos la existencia con relatos sobre la crueldad humana. Él llegó a un entorno de candor e ingenuidad, el que representaba su mujer y sus hijos, y no lo quería violentar, por eso callaba". Siempre fue algo taciturno y quizá ese talante venía de sus vivencias en aquella guerra. Mastretta lamenta de todas formas no haberle tirado de la lengua entonces. Pero es que, afirma, "uno no se interesa verdaderamente por sus padres hasta que mueren". Un error.

Cuenta que de él heredó la melancolía pero también la intensidad vital. Y, claro, su linaje itálico, que ella ha cultivado: "Sí, he viajado de esa parte de mis raíces, en el Piamonte". Aunque donde se siente como en casa es en España: "De aquí son muchos de mis antepasados. Cuando vengo a España, siempre tengo la sensación de volver a un territorio familiar". Gracias a La emoción de las cosas, estructurado en cortas narraciones en las que entrevera pasajes confesionales y reflexiones metaliterarias (como la influencia que en ella ha ejercido Jane Austen), Mastretta ha sorteado el bache de la pérdida: "Hace tres años estaba destrozada y al poner el punto final al libro tenía los ánimos de viernes por la tarde, deseosa de echarme a la calle. Quizá este libro debería colocarse en los estantes de autoayuda. Son ya muchos los lectores que me revelan que ha sido un alivio para ellos leerlo".

Esos lectores son en gran medida de sexo femenino. Durante muchos años, Mastretta ha cargado con la etiqueta de "escritora para mujeres": "Al principio me enojaba. Me defendía diciendo que yo escribía para todo el mundo, sin hacer distingos, y aquello de que el escritor no tiene sexo. Ahora me da igual. Además, la mayoría de los lectores de ficción en realidad son lectoras, porque nosotras leemos mucho más. Así que no hay ningún problema".

Ya son muchos años en la brecha como para tomarse estas cuestiones demasiado a pecho. Se acuerda en estos casos de su maestro, nada menos que Juan Rulfo, con el que tuvo la oportunidad de trabajar en el Centro Mexicano de Escritores, adonde llegó con una beca en 1974: "De él aprendí la escasa importancia que se concedía a sí mismo. Él no disimulaba. De veras no tenía la más mínima conciencia de había escrito dos obras maestras".