Image: 'Memorias del alzheimer'

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Letras

'Memorias del alzheimer'

12 septiembre, 2012 02:00

Pedro Simón.

'Memorias del alzheimer' (La esfera de los libros) es el tercer libro del periodista Pedro Simón, el resultado de un año de conversaciones con el entorno íntimo de algunos enfermos conocidos. "El alzheimer es una escalera de caracol que sólo va para abajo. El alzheimer al principio es recordar lo que olvidas. Olvidar lo que recuerdas. Y al final no es ni una cosa ni la otra. Sino el silencio más fiero", escribe.

Pedro Simón retrata esta enfermedad terrible y degenerativa, que sufren 800.000 españoles, a los que se suman otros 100.000 cada año. El 77% de quienes lo sufren son mujeres, y en la actualidad ha escalado desde el octavo puesto hasta convertirse en la cuarta causa de muerte. El alzheimer es cuestión de fortuna: tan sólo el 2% tiene que ver con la genética. El otro 98% es mala suerte.



Antonio Mercero (1936)

"Te dicen que un día no te conocerá, pero para lo que no te prepara nadie es para el día en que tú no lo conoces a él".
Antonio Mercero junior

La Real sociedad había ganado en el Vicente Calderón, mamá esperaba en casa con un enjundioso guiso de merluza, le decía el padre al hijo que el nuevo delantero centro se movía como Gene Kelly y aquella pareja de aficionados donostiarras se lo pasaba de cine: allí estaban el feeling de Tito y el Piraña, el abrazo medicinal de una farmacia de guardia, todas las crónicas de un pueblo alrededor de una caña, la intimidad que cabe en una cabina y aquel verano azul a la vista desde el espigón de mayo.

Fue un tipo calvo y con gafas rojas el que les sacó de ese ensimismamiento primaveral con olor a victoria futbolera. saludó al padre, le estrechó la mano con la familiaridad de los viejos conocidos y hablaron largo y tendido de la última película que estaba pariendo. Que si el jueves hablaría con los actores. Que a ver si arreglaban lo del guión. Que si vaya día de rodaje el del lunes. Que si dale un beso a Isabel.

Antonio no solo le despidió. sino que lo hizo efusivamente.

-¿Quién era ese, papá?

-Ni puta idea, hijo.

Es verdad que el padre era un hombre despistado, la antítesis de Funes el memorioso, que lo mismo se olvidaba la cartera que cerraba la puerta del coche con las llaves puestas. Es verdad que el cineasta tenía los patinazos de los genios de película, hasta el punto de que un día, al recoger un premio en Montecarlo, llegó a confundir la alfombra roja con la azul y acabó en un estanque. Pero en la escena de marras había algo que no tenía nombre, algo nuevo e intangible. Una novedad inesperada e indescifrable. Empezaba por la letra A. Y no era precisamente Antonio.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento que es la demencia, el hijo había de recordar aquella tarde remota en que su padre, Antonio Mercero, lo llevó a conocer el alzheimer. La cosa no empezó con el clásico garciamarqueciano, sino con una revelación profética de nuestro protagonista. Fue cuando le entrevistaron con motivo de su última película, ¿Y tú quién eres? (2007), en el alféizar de los setenta años, y el guipuzcoano contestó: "Mi mujer dice que por qué no me jubilo, pero yo, mientras tenga cabeza...". No lo sabía entonces. Pero en aquel prolífico Cinema Paradiso que había sido el cerebro de Mercero había un cinematógrafo en llamas.

"Poco a poco, comienzas a darte cuenta de que aquellas cosas de papá eran algo más que despistes de los suyos. Te contaba algo y al poco rato te lo volvía a repetir", recuerda Antonio Mercero hijo, a quien su padre solo le llamó solemnemente al despacho en dos ocasiones. Una, para que dejara el periodismo y se pasara al cine. Dos, a los diez años, para comunicarle que le iba a hacer socio de la Real.

"Empezó a volverse un poco ausente. Él siempre había sido muy pinturero en las celebraciones, el más alegre de todos los encuentros, muy protagonista, muy festivo, chistoso, un poco payaso, excelente contador de historias... Bien, pues todo esto lo fue perdiendo. Gota a gota lo fue perdiendo. Pasó de vivir hacia fuera a iniciar un camino hacia dentro. Piensas que está triste, depresivo... No te imaginas que lo que le está sucediendo tiene otro nombre".

A Isabel, la mujer que ha soplado todas las velas con Antonio padre (cuarenta y ocho años de matrimonio más el noviazgo), el diagnóstico le salió con el ojo clínico de la mesa camilla: diletante y certero. Era Antonio un fotograma congelado frente a ella: el marido comiendo la sopa. Con los títulos de crédito como borrándose.

-A vuestro padre le pasa algo. Yo creo que no está bien-diagnosticaba la madre, y miraba a los seis hijos.

-No, mamá, tranquila. Es que es muy despistado.

Era para verlo. Era para verlo en aquella actividad indesmayable que albergaba una razón. Corría 2006 y Mercero bullía como la sala de calderas de un tren fatigado mientras arrojaba paladas de carbón a la caldera de su última película. ¿Y tú de quién eres? iba a ser un largometraje sobre el alzheimer, precisamente, con los enormes Manuel Alexandre y José Luis López Vázquez en los papeles protagonistas. Al que le inquiría por ello, le lanzaba el alpiste de que hacía esa película pensando en el caso de un amigo suyo. Ahora sabemos una cosa: ese amigo era él.

La celeridad enfebrecida de entonces a la hora de cerrar el filme dejó una marca récord: en cinco semanas despachó la obra. Y terminó con un «uf» de alivio que dejó en paz a aquel hombre que se iba solo a la guerra. «Para él, aquella película fue un exorcismo. se la quitó de encima como pudo en poco más de un mes. Personalmente creo que se sabía ya con poco tiempo. Como pensando que a lo peor no llegaba lúcido a cerrarla... Yo me di cuenta de que en el rodaje las cosas no iban bien. Me daba a leer el guión con frecuencia.

Él titubeaba, se quedaba en blanco muchas veces. Aparentemente estaba bien, pero ya había demasiados indicios que nos chocaban. Creo que él lo intuía. se nos estaba empezando a ir». En los camerinos y detrás de las cámaras, con los focos ya apagados y masticando el chicle del descanso, hubo actores y hasta maquilladoras en aquel rodaje postrero que veían coja aquella silla de director. Por ahí se dejó ver un The End agridulce y crepuscular, lejos de esos neones que, de niño, tanto le endulzaban la mirada a aquel genio de Lasarte.

-Oye, ¿tu padre está bien?

-sí, ¿por qué?

-Bueno, es que creo que no me ha reconocido.

Y aquel compañero de toda la vida se giraba, encogiéndose de hombros. A José Luis Garci -amigo de Antonio desde los años sesenta, correligionario de La cabina, compañero en aquel viaje iniciá- tico de ambos a Nueva York en 1972 y peso pesado en el ring más íntimo-, la dolencia del colega le llegó como un uppercut. Desde dentro y al mentón.

"Mercero siempre tuvo una memoria extraordinaria, pero durante el rodaje de ¿Y tú de quién eres? se le olvidaban planos que ya había grabado... Decía él: 'Vamos a grabar la escena de la habitación'. Le contestaban: 'Ya la hemos hecho, Antonio'. Y él se quedaba aturdido: '¿Ya la hemos hecho? Coño, qué curioso'".

El diagnóstico de los médicos fue taxativo. Tenía la enfermedad de Alzheimer, y a la familia le contaron de qué iba la trilogía. Tres fases del mal y un final conocido. si esta película tenía que terminar mal, mejor reír y aplaudir desde el patio de butacas que ponerse a llorar.

Así que a los hijos se les fue yendo despacio el contador de chistes y el colega de la Real sociedad, el capitán haddock de tanto Tintín y el padre fabulador, el tipo que les sacaba caramelos a los nietos de las orejas y ese paciente de rebelde flequillo blanco al que, llegado el caso y repuesto de una grave enfermedad que no viene al caso relatar, le daba por invitar a la familia entera a vendimiarse unos buenos gin tonics para celebrar la vida.

-A ver, ¿quién quiere otra rondita?

"Te dicen que un día no te conocerá. Pero para lo que no te prepara nadie es para cuando tú no lo conoces a él. Tienes delante a un hombre que perdió toda su identidad, una persona completamente diferente, en cierto modo un extraño", nos cuenta Antonio Mercero junior. Aquellos primeros días iba a verlo, abrían todos los álbumes de la memoria aunque estuvieran velándose las fotos, trataba de exprimirle todo el zumo a aquella fruta de la charla y, al final, contrariado, dejaba la casa con sed de padre.

Cuando salía de verlo las primeras veces, cuenta que se tenía que meter en un cine. Porque el encuentro le dejaba arrasado y revuelto como una vereda tras la riada. Y allí, en la fila 9 -a solas, a oscuras y sin palomitas-, se lanzaba al abordaje del mundo con una de piratas como siempre le enseñó el viejo. Todos le vimos en la ceremonia de los Premios Goya en 2010, cuando recibió el Goya de honor en reconocimiento a toda su carrera y el Palacio de Congresos de Madrid se convirtió por unos instantes en un barco de Chanquete endomingado y con chaqué. Si Antonio hijo se vistió de gala aquel día fue por exigencias del guión.

-Yo no me pongo pajarita -comenzó advirtiendo.

-Sí te la vas a poner -le reconvino el encargado de estilismo de la noche.

-No, prefiero que no, de verdad.

-Escucha una cosa, amigo: no es tu noche. Es la noche de tu padre y su Goya de honor.

La frase debió de servir porque lo siguiente que vimos fue a dos hijos como pingüinos, cruzando el escenario de la gala con pasitos alegres y tristes, rumbo al micrófono, donde iban a hablar de quién fue y quién es hoy papá.

Si había que hablar del gran Antonio Mercero, si era el momento de contar su enfermedad, hagámoslo como a él le hubiera gustado. Y así fue. Primero abrió el fuego su hijo Ignacio: "Después del éxito de Verano azul, a nuestro padre le ofrecieron un proyecto para continuar la serie. se llamaba La resurrección de Chanquete. Y empezaba con Chanquete bajando del cielo con unas alas blancas..."

"Nuestro padre rechazó el proyecto. Solo por ese detalle se merece el Goya de honor". Después siguió su hijo Antonio, a quien la Academia mandó un discurso que cambió por uno propio: "Ahora estará viendo la gala con una copa de champán. Y cuando acabe seguro que se pone Cantando bajo la lluvia, su película favorita, que la ha visto quinientas veces. Él dice que se quiere morir rodeado de su familia y viendo esa película... Lo bueno que tiene el alzheimer es que puedes haber visto Cantando bajo la lluvia quinientas veces como si fuera la primera vez".

Finalmente, una grabación enlatada realizada hacía días en la propia casa de Antonio Mercero nos traía a un cineasta frágil y aún más niño, con un invierno nuevo en aquel rictus que antes fue perpetua primavera.

-¿Pero qué es esto? -pregunta el homenajeado a Álex de la Iglesia, a la sazón director de la Academia, quien porta un Goya entre las manos en el salón del hogar.

-¿Qué tal, Antonio?-[suspira emocionado].

-¿Cómo estás?

-Llorando.

-Pues mira, te traigo un regalo de tus amigos de profesión. Quiero que sepas una cosa. Tú eres una de las razones por las que hago cine.

Se cierra el vídeo con un plano del galardonado mirando a cámara.