Image: La muerte del escritor comprometido

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Letras

La muerte del escritor comprometido

El nombre de Saramago siempre estará asociado a la denuncia social y política

18 junio, 2010 02:00

José Saramago, en Lisboa, a finales de los 80. Archivo Fundación José Saramago

Rafael Narbona
Los grandes escritores nunca concitan una aprobación unánime, pero incluso los que cuestionan su mérito reconocen su capacidad de encarnar algo irrepetible. José Saramago siempre estará asociado al compromiso moral y político, a la impertinencia del escritor que, sin descuidar su obra, se inmiscuye en los conflictos de su época y asume el riesgo de tomar partido. Su muerte en Lanzarote pone fin a una peculiar trayectoria que comienza en 1922, cuando nace en la aldea de Azinhaga en el seno de una familia de campesinos sin tierra. El Premio Nobel de 1998 representa el reconocimiento a una obra que avanzó con enormes dificultades. Saramago abandona los estudios a los doce años, trabaja un tiempo como cerrajero y publica su primera novela en 1947, Tierra de pecado, pero el libro pasará desapercibido. No volverá a publicar hasta 1966, cuando aparecen los Poemas posibles. Mientras tanto, se dedicará al periodismo, la crítica cultural, la traducción (Maupassant, Baudelaire, Colette), sufrirá la censura del régimen de Salazar y, algo más tarde, se afiliará al Partido Comunista, implicándose en la Revolución de los Claveles.

La primera gran novela será Levantado del suelo (1980), que refleja el durísimo trabajo y las penosas condiciones de vida del campesinado del Alentejo portugués. Saramago se perfila como un nuevo Zola, que hubiera leído a Juan Rulfo, sin renunciar al mesianismo de Tolstoi. Para algunos, una narración necesaria, que renueva la vieja alianza entre la literatura y los desheredados de la tierra; para otros, una fórmula redundante, que no aporta nada esencial. Ambientada en la edad media, Memorial del convento (1982) profundiza en el sufrimiento de las clases populares, mostrando un creciente dominio de los recursos técnicos. Saramago escribe con una prosa poética, de gran aliento, que basa su credibilidad en la introspección psicológica y la reflexión ética y política. Su identificación con el ideario comunista se refleja en una visión histórica, que intenta preservar la perspectiva utópica, sin conseguir borrar el miedo al desencanto. Esa tensión entre lo posible y lo real, el socialismo y su realización histórica, explica su relación con personajes como Fidel Castro y Hugo Chávez. Su alejamiento de la revolución cubana pone de manifiesto la honestidad de un escritor, que a veces incurrió en la ingenuidad, pero que nunca transigió con la injusticia.

Después de su consagración literaria, Saramago no podrá hacer un gesto, sin ser enjuiciado por todos. El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) es uno de sus libros más hermosos. Con cierto aire unamuniano, urde una trama imposible entre Pessoa y uno de sus heterónimos, que se encuentran para intercambiar impresiones sobre los acontecimientos de 1936, cuando estalla la guerra civil española y el porvenir del mundo se decide en la confrontación entre democracia y totalitarismo. En 1991, la aparición de El Evangelio según Jesucristo desata una oleada de indignación. La Iglesia Católica portuguesa manifiesta su malestar y el gobierno boicotea la obra. Saramago abandona su país y se establece en Lanzarote. No se trata de una obra oportunista, como El código Da Vinci, sino de una honda meditación sobre la conciencia mesiánica de Jesús, sus conflictos como ser humano y la escatología cristiana, que explica el devenir histórico como un plan de carácter sobrenatural, donde no hay espacio para la libertad de los pueblos.

Entre el realismo mágico, la deconstrucción de los géneros y la política-ficción de obras como 1984 y Un mundo feliz, Ensayo sobre la ceguera (1995) refleja un pesimismo cada vez menos complaciente con las esperanzas utópicas, explotando todas las posibilidades del lenguaje en su vertiente más intuitiva e irracional. Todos los nombres (1997) insinúa que la felicidad es algo individual y no una expectativa colectiva, continuando con la brecha más innovadora de su escritura. El hombre es un animal neurótico y nunca podrá desprenderse del temor y la obsesión. Saramago cultivó todos los géneros, mostrando un indiscutible talento en el diario (Cuadernos de Lanzarote) y unas grandes cualidades como narrador. Algunos hubieran preferido que el Nobel recayera sobre Lobo Antunes, con una concepción de la literatura mucho más original, pero Saramago -que incorporó a sus textos los funambulismos de la experimentación más radical- acentuó la dimensión moral. Su literatura nunca dejó de lidiar con la realidad para influir en ella y cambiar su curso a favor de un mundo menos estridente y desigual. Ahora que nos ha dejado, es imposible olvidar que una vez nos dijo: "cada uno llega a donde le esperan". Saramago llegó a donde quería porque su anhelo más sincero fue compartir el dolor humano.