Letras

Diario ruso de Politkóvskaya

Anna Politkóvskaya

27 septiembre, 2007 02:00

Manifestantes en moscú portan una gran fotografía de Anna Politkovskaya tras el asesinato de la periodista en octubre de 2006

Traducción de F. Garí Puig. Debate. Barcelona, 2007. 395 páginas, 21 euros


En la mansión de Ramzán Kadírov, el cacique de Chechenia a quien respalda Putin, los ostentosos muebles llevaban bien visible su etiqueta con el precio en dólares, pero no es de suponer que cuando Anna Politkóvskaya le visitó en el verano de 2004 ello le provocara siquiera una sonrisa. Estaba en la guarida de uno de los principales responsables de las atrocidades cometidas en Chechenia por las fuerzas fieles a Moscú, que ella había denunciado muchas veces, por lo que al pedirle una entrevista demostró un valor fuera de lo común. De regreso, temió que sus guardaespaldas la mataran en algún punto del camino.

Fue asesinada, ahora hace un año, en el ascensor de su casa en Moscú, y su último libro, Diario ruso, en el que aparece su entrevista a Kadírov, se ha publicado póstumo, sin que ella pudiera revisarlo. Se trata de un conjunto de anotaciones que la autora escribió entre diciembre de 2003, cuando la oposición liberal quedó barrida en las elecciones parlamentarias, hasta agosto de 2005. Al concluirlo, el lector tiene la sensación de haber conversado durante todos esos meses con una periodista inteligente que ha tenido la amabilidad de explicarle las noticias de cada momento, especialmente aquellas que al Kremlin menos le gusta que se divulguen. En sus páginas se suceden los ejemplos de abusos de poder, de secuestros y asesinatos cometidos impunemente en nombre de la lucha contra el terrorismo, de ineficacia en esa lucha, de indiferencia y desprecio hacia las víctimas, y también de incapacidad de los políticos liberales de conectar con el pueblo y de apatía de una ciudadanía que sólo parece dispuesta a protestar cuando se ve afectada directamente en su economía familiar.

Politkóvskaya no era popular en su país. La ferocidad de los terroristas chechenos resta apoyos a quienes, como ella, denuncian como inmorales y contraproducentes las represalias rusas y piden una solución dialogada. Su implacable condena del regreso al autoritarismo emprendido por Putin incomoda a quienes piensan que la economía va bien, que los rebeldes chechenos han sido aplastados y que en definitiva un gobernante autoritario pero eficaz es preferible a una caterva de políticos corruptos enfrentados entre sí. Y, por último, su defensa de los valores que en Rusia se consideran "occidentales", aunque en realidad son los valores universales de la libertad, la democracia y el Estado de derecho, resulta antipática para una población cada vez más ganada por la xenofobia. De ahí el tono sombrío de su diario, en el que aparecen numerosas referencias a la indiferencia de la gente y a la incapacidad de los políticos liberales para ofrecer un programa atractivo a los desfavorecidos por el sistema, a quienes llega con más facilidad el mensaje de los nacionalistas y los comunistas. Fueron los votos de estos los que evitaron que la Duma esté totalmente dominada por Rusia Unida, un partido creado para servir a Putin. Así es que algunos jóvenes idealistas dispuestos a desafiar la represión del régimen terminan en las filas de, nada menos, que el Partido Nacional Bolchevique, un engendro ideológico del ultranacionalismo y el comunismo.

En Rusia mucha gente le decía a Politkóvskaya que era demasiado pesimista, que no tenía fe en el pueblo. En Occidente, en cambio, sus denuncias de la guerra sucia en Chechenia y del régimen de Putin han despertado mucho interés y ha recibido numerosos premios, algunos trágicamente póstumos. En España, por ejemplo, han sido ya publicados sus tres libros anteriores: Una guerra sucia (RBA, 2003), La deshonra rusa (RBA, 2004) y La Rusia de Putin (Debate, 2005). Pero en la Rusia de hoy, como en la de los comunistas ayer y la de los zares anteayer, las vinculaciones con Occidente son vistas con sospecha y Politkóvskaya ha sido acusada de dañar la imagen de su país en el mundo. Sus acusaciones, sin embargo, parecen bien fundadas y el problema real es que en Rusia no parece haberse comprendido que sin una prensa libre, siempre incómoda para el poder, están en peligro la democracia, la libertad y la justicia. Quizá pudiéramos decir que la suerte de los periodistas que denuncian los abusos del poder representa un test crucial de la salud política de un país: en los países libres acumulan premios, mientras que donde la libertad está amenazada son asesinados.

El temor de que Rusia esté volviendo al autoritarismo, sustentado en múltiples indicios, se ve confirmado por el Diario ruso de Politkóvskaya. La sensación más inquietante que produce su lectura es que los agentes del poder pueden pisotear los derechos de cualquier ciudadano, sin que la justicia actúe con rigor para sancionarlos ni se produzcan apenas protestas populares. Un ejemplo inconcebible es el de la investigación por el asalto al teatro Dubrovka de Moscú, en el que se utilizó un misterioso gas para neutralizar a los terroristas chechenos que lo ocupaban, con el resultado de que murieron 130 de los rehenes retenidos por aquellos. Pues bien, nadie ha sido considerado responsable de aquella decisión fatal, porque, según los resultados de la investigación, el fallo respiratorio y cardiovascular que provocó la muerte de casi todos los rehenes fue resultado de "una multiplicidad de factores", de manera que no puede establecerse que su muerte fuera debida únicamente a "la utilización de una sustancia o sustancias químicas gaseosas" (pág. 166). En cuanto a la naturaleza del gas empleado, sigue siendo un secreto de Estado.

Pero no es sólo en temas relacionados con el terrorismo donde aparece ese desprecio al ciudadano. Politkóvskaya da algunos ejemplos espantosos del mal trato, incluso con resultado de muerte, que pueden sufrir los jóvenes soldados sin que los culpables sean castigados. Cuenta también el sorprendente caso de la ciudad de Astraján, donde los especuladores inmobiliarios han llegado a la drástica medida de incendiar las casas de los propietarios reacios a vender, sin que la justicia haya esclarecido los incendios. Y algo muy raro tiene que estar pasando en aquel país para que un grupo de "Héroes de Rusia", condecorados por sus extraordinarios servicios a la patria, llegara a ponerse en huelga de hambre hace dos años por el recorte de las prestaciones que recibían (como parte de un recorte general que ha hundido en la miseria a un gran número de ancianos, viudas, impedidos y enfermos).

El asesinato de la propia Politkóvskaya, ocurrido el 7 de octubre de 2006, el día en que Putin cumple años, puede sumarse a la larga lista de crímenes no esclarecidos de estos años. A finales de agosto el fiscal general afirmó que su muerte sólo podía interesar a alguien que vivía fuera de Rusia y quería
desacreditar a sus líderes, a alguien a quien Anna Politkóvskaya conocía. Se refería a Borís Berezovski, el magnate exiliado que se ha convertido en la bestia negra de Putin. Lo extraño es que uno de los detenidos por el caso es un teniente coronel del servicio secreto. Otro antiguo miembro del servicio secreto exiliado en Londres y próximo a Berezovski, Alexander Litvinenko, acusó del crimen al propio Putin, pero ha sido asesinado a su vez mediante envenenamiento con una sustancia radioactiva (véase el libro, ya comentado en estas páginas, Muerte de un disidente). Algo huele a podrido en Moscovia.

Anna Politkóvskaya

¿Estoy asustada?

"Con frecuencia la gente me dice que soy pesimista, que no tengo fe en la fuerza del pueblo ruso, que me muestro obsesiva en mi oposición a Putin y que no veo más allá. Lo veo todo y ese es el problema. Veo tanto lo que está bien como lo que está mal. Veo que a la gente le gustaría que su vida cambiara para mejor, pero que es incapaz de poner los medios para que eso ocurra, y que para huir de esa verdad se concentra en lo positivo y hace como si lo negativo no existiera. [...] Hasta la fecha no se aprecian signos de cambio. Las autoridades del Estado permanecen sordas a los avisos que les envía la gente. Siguen viviendo su vida, con los rostros contraídos por la avaricia y por la irritación que les causa que alguien intente evitar que sigan enriqueciéndose aún más. Para anular tal posibilidad, su prioridad consiste en paralizar la sociedad civil."