Image: Soledad Puértolas

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Letras

Soledad Puértolas: "Hay una enorme confusión de criterios en la edición"

12 mayo, 2005 02:00

Soledad Puértolas. Foto: Mercedes Rodríguez

Menos vulnerable de lo que parece, tímida sin exagerar y de engañosa fragilidad, Soledad Puértolas no quiere hablar de las negociaciones incomprensiblemente arduas que dicen rodearon la aparición de la novela. Prefiere, claro está, meterse en harina cuanto antes. Y la harina es Historia de un abrigo, que ve la luz cuatro años después de la publicación de Con mi madre, uno de sus libros más personales... pero ¿tienen que ver tanto como parece? - La figura de la madre está presente de nuevo en este libro, pero de manera muy distinta. Con mi madre es un libro autobiográfico, un homenaje literario a una persona cuya desaparición me causó un profundo dolor. En Historia de un abrigo, la madre es el punto de partida. La mujer que busca el abrigo que había pertenecido a su madre da pie a que transitemos por numerosos caminos. La narración quiere avanzar, explorar otras historias, buscar un dibujo general en el que lo personal quede englobado. ésa es la meta, el impulso de esta novela compuesta de muchas historias, tratar de atisbar ese cuadro general, siempre lleno de misterio, que se forma al juntar los fragmentos de las vidas de los personajes que van desfilando ante nuestros ojos. -Estos relatos son historias de huérfanos (despojados de la madre, el hijo, la salud, el sentido de la vida, de lo que más amaban) que han perdido su lugar en el mundo... ¿No le apetecía escribir de triunfadores, o es que quizá nunca dejamos de ser extranjeros? -No escojo deliberadamente a los personajes. En cierto modo, yo también me pregunto por qué han sido éstos y no otros los que están aquí. La novela habría podido ir por otros derroteros, porque han quedado muchas historias fuera. Todo lo que ha quedado fuera es esencial para mí, es el trazo de ese límite lo que sostiene la narración. Quizá haya fuera de este dibujo, de este misterio final, muchas historias de triunfadores y también historias de otros seres desorientados. Pero yo misma me he llevado sorpresas. -En el libro un personaje habla del fracaso como arte: ¿no cree que lo hemos sublimado, que en demasiadas ocasiones lo maldito suplanta lo literario? -El personaje que exclama: ¡el fracaso también es un arte!, se siente lleno de amargura, y precisamente está hablando de otro personaje que, en su opinión, está amargado. Hay algo irónico en el comentario. Las grandes frases suelen ser traicioneras. Nos delatamos en ellas. Hay una buena dosis de resentimiento personal en esta clase de mitificaciones. Dicho esto, vuelvo un poco a la pregunta anterior, al plano que ocupan los personajes que han perdido su lugar en el mundo. O lo han perdido o nunca lo encontraron. Es evidente que me interesan los personajes que buscan, sí, personajes huérfanos de algo o con sensación de ser extranjeros. Creo que esto es lo que me ha guiado de una historia a otra. Todos los personajes que aparecen en estas páginas tienen problemas con la identidad. Creo que el asunto de la identidad es muy arduo y a lo mejor sólo puede verse desde lejos, dentro del cuadro general. Pero eso no lo podemos ver desde dentro de nuestras historias, es un privilegio del narrador, de la voz que narra. Por eso se escribe, quizá. Y para ella, escribir es inevitable, una enfermedad que nace de otra, la que sufrió siendo niña: “Padecí el tifus a los tres años y tuve que estar recluida durante meses. Me leían un cuento que me aprendí de memoria. ¿Qué me daba ese cuento? Supongo que me sacaba de ese cuarto, de la rutina y el enclaustramiento de la enfermedad. Abrió un camino dentro de mi imaginación. Cuando al fin me curé, podía reconocer todas letras. Había aprendido a leer. Y me convertí en lectora. Mi mente se llenó de aquellos mundos que me ofrecían los libros, los tebeos, los cuentos de hadas...”, recuerda. Detrás del misterio -Hace tiempo escribió que “se diga lo que se diga, los libros dan respuestas. Aunque no sean soluciones, aunque no sean definitivas. [...]. Una hermosa frase, un verso: allí está, de pronto, la verdad. Y todo el sin sentido se convierte en belleza”... ¿Ha perdido la fe, o sigue creyendo en esas pequeñas decisiones cotidianas que cambian el mundo? -Si hubiera perdido la fe, habría dejado de escribir. Pero eso es precisamente lo que persigo, aunque esas luces que relampaguean en la oscuridad sólo consigan atisbarse. El misterio no se puede desvelar. Trato de acercarme a él, de estar, aunque sea fugazmente, en esa emoción que irradia su presentimiento. -¿Por qué estructuró el libro en forma de historias ligadas a partir del relato inicial sobre una hija que intenta encontrar el abrigo de su madre para que le cobije del dolor? -Era un reto que siempre me había fascinado. En novelas anteriores -Burdeos y Días del Arenal-, había trazado el dibujo que componen tres historias entrelazadas, pero necesitaba complicar el dibujo. La búsqueda del abrigo perdido me ofrecía muchos caminos, así que me fui dejando llevar de una historia a otra. De pronto, sentí la necesidad de ampliar el territorio, y los personajes empezaron a viajar. El círculo se amplió, y de regreso al territorio conocido, que es Madrid, se ve todo de otra manera. El tiempo transcurrido, los diversos escenarios por los que se ha transitado, arrojan nueva luz. Cuando llego al final, veo a la misma mujer de “Persecución” andando por la calle, pero ¿es la misma? Creo que nada es lo mismo al final, que la vida siempre ofrece sorpresas. El azar, en suma. Y la mirada, claro. ésta era la estructura que perseguía. -¿Con cuál de todos los personajes se identifica más? -De entrada, entiendo muy bien a los personajes que deambulan desorientados. Hay personajes con los que me identifico en seguida. Otros son más herméticos para mí. Pero la excesiva identificación es peligrosa, corres el peligro de ahogar a los personajes. A todos les doy cosas mías, casi diría que se las llevan sin apenas darme cuenta. Mi posición es la del observador que lo mira todo con enorme curiosidad y descubre de pronto que no está tan lejos. Al escribir, se tiene la sensa- ción de estar haciendo muchos descubrimientos, no sabrías formularlos con exactitud, pero esa sensación te sostiene. -¿Le pesa, como a algunos de los personajes, el terror a perder un día en la vida, la certeza de la muerte? -Si yo no experimentara estas vivencias, si no estuvieran ahí, en el fondo de mis emociones y de mis pensamientos, no me habría fijado en personajes así. La vivencia del tiempo es algo tan subjetivo que puede producir verdadera angustia. A la vez, la misma subjetividad es una salida. Todo es creación personal, todo depende de nuestra mirada. No sé si la sabiduría podría consistir en esto, en saber ir de lo perso- nal a lo general con fluidez, con naturalidad. El narrador, en todo caso, se situa en esa posición. Es osado por naturaleza. Madres e hijos Una de las claves de la novela son las relaciones madre-hijo... quizá porque la muerte de la suya fue un golpe. Ahora confiesa que una tragedia así “te llena de preguntas. Una de ellas es hasta qué punto la has conocido, qué te ha mostrado a ti, qué les has mostrado tú. Lo miras todo de otra manera, ya sabes que hay cosas ocultas que jamás podrás manejar y que quizá sea mejor así. Ves más espacios sin llenar, más complejidad. Cambia tu relación con los demás. Sobre todo, con las personas más próximas. En todo caso, actuamos como reacción a lo que hemos vivido. Supongo que en algunas cosas actúo de forma muy distinta, si no opuesta, a como lo hacía mi madre. Pero es curioso ver lo mucho que en definitiva hemos necesitado heredar. De pronto, te encuentras reproduciendo un comportamiento de tu madre y te sorprendes...”. -Hablando de sus hijos, ¿qué tal la experiencia de El bandido doblemente armado, son buenos socios? -Mis hijos llevan el café bar librería El bandido... a su modo. Eso es algo que he aprendido con esta experiencia, quedarme al margen, respetar su espacio, confiar. -Sí, pero ¿ha cambiado su visión del libro ahora que está también en el otro lado de la trinchera? -Siempre he pensado lo que ahora veo más de cerca: que las leyes del mercado editorial producen muchas injusticias y errores. Se edita mucho, unos libros se empujan a otros, hay una enorme confusión de criterios...