El Quijote ilustrado por Salvador Dalí. ©Fundación Gala-Salvador Dalí_Fundación Antonio Pérez de Cuenca 2006

El Quijote ilustrado por Salvador Dalí. ©Fundación Gala-Salvador Dalí_Fundación Antonio Pérez de Cuenca 2006

Letras

Verdad y aventura de dos manchegos

Dice Francisco Umbral que hay que volver a los griegos para encontrar una narración tan viva y alocada como 'El Quijote'. Un libro que se mueve, según el escritor, entre lo culto y lo popular, entre la aventura y la reflexión

6 enero, 2005 01:00

El Quijote es una novela a dos voces, un relato duplicado donde cada episodio, cada novedad, cada sorpresa es pasada primero por el filtro fino y retórico del Caballero, y luego por el filtro grueso, tosco y verídico del escudero. O bien al revés. Mediante este juego comprobamos que lo que es verdad en una voz es mentira en la otra y a la inversa. Así, en el Discurso de las Armas y las Letras don Quijote dice la verdad y su verdad, adelgaza la voz hasta el punto de que a quien se oye, detrás de él, es a Miguel de Cervantes predicando a los españoles. Y cuando Sancho Panza refiere, por ejemplo, los palos que le han dado en el famoso manteo, todo tiene verdad inmediata, pero también advertimos cuándo y cómo el escudero se da a exagerar.

Así, más que dos siluetas estilizadas o caricaturizadas, lo que camina por los campos de La Mancha son dos lenguajes, dos maneras distintas de hacer el castellano, dos estilos igualmente vigentes en aquella España. En El Quijote la clase media no tiene voz porque en tales Españas no había clase media. Unos hablan castellano antiguo -antiguo ya para Cervantes y sus lectores- y otros hablan el argot del pueblo, que no es antiguo ni moderno, que ha estado siempre ahí, cargado de verdades pero también de tópicos y de repeticiones.

La eternidad de este libro está en que no ha perdido el encanto de la aventura, pero anuncia ya el enlagunamiento de la reflexión, pues en 'El Quijote' reflexiona todo el mundo, los duques, el barbero, el cura...

El Quijote es una novela a dos voces, sí, un relato duplicado donde cada episodio, cada novedad es pasada primero por el filtro retórico del caballero y luego por el filtro grueso del escudero. De esta manera Cervantes nos va dando el anverso y el reverso de todas las cosas y establece consigo mismo una dialéctica del conocimiento. En esta dialéctica, Don Quijote tiene el papel lucido de la lógica cartesiana, aunque con frecuentes escapadas a una retórica perteneciente al primer barroquismo, una retórica anterior a Quevedo, por lo que se refiere a España. Las paradojas y los juegos de ideas o de palabras, que Quevedo, por ejemplo, habría resuelto con una frase escueta, quizá un verso, Cervantes se deleita en alargarlo, alambicarlo, prosificarlo y convertirlo en un ramal del camino discursivo. Porque Cervantes no es barroco evidentemente, Cervantes es anterior a la frase abultada, pero tampoco es un filósofo romano y escueto que pretenda reducirlo todo al latín. Cervantes es la libertad oratoria a la busca de la paradoja o lo que salga, el puro placer de hablar elocuente, y Quevedo viene después con un desconcertante juego de laconismos y curvaturas estruendosas y musicales.

Estudiaba Borges este asunto llegando a la conclusión de que el mayor encanto del libro está en ese vaivén entre lo culto y lo popular, tan delicadamente llevado por Cervantes y que tanto ameniza la novela. El Quijote es libro que puede leerse como novela de aventuras, alegremente, y puede leerse como ejercicio doble y múltiple del castellano, o sea estudiarse. La avalancha continua de la acción hace de El Quijote una novela moderna, al par que las otras Novelas de Caballerías que Alonso Quijano había leído. El libro está saliendo de la Edad Media y la Edad Media fue pura acción, dinamismo, guerra y aventura. El Renacimiento, que vendría enseguida, no es un remanso de paz y belleza, como ahora nos imaginamos, sino que el Renacimiento lo hicieron los señores feudales, los alcaldes, los gobernadores en guerra consigo mismos o con otros. El Arte y la Literatura vienen luego a situar las cosas y establecer una paz retrospectiva. En ese delgado equilibrio histórico se mueven Don Quijote y Sancho.

Esto se ve mucho más claro si comparamos El Quijote con la novela del siglo XX. Marcel Proust, Joyce, Thomas Mann, Huxley, Musil, etc., inventan la novela de reflexión, de inacción o de acción interior, pensativa, psicologista o puramente lírica, llegando a la “prosa del Arte”, que es como nuestro inolvidable Lázaro Carreter definía este género. Se trata de una reacción muy fuerte, aunque elegantemente llevada, contra la novela quijotesca, que no había perdido vigencia pero sí categoría social, descendiendo de los caballeros andantes a los burócratas galdosianos, por ejemplo.

Cervantes no es barroco, Cervantes es anterior a la frase abultada, pero tampoco es un filósofo romano y escueto que pretenda reducirlo todo al latín

La acción, la aventura, anda ya por alturas siderales, con la ciencia/ficción, de modo que no hay parentesco con El Quijote y demás picarescas y caballerías, salvo el curioso episodio de Sancho en caballo artificial, que es efectivamente un cuento de ciencia/ficción prodigiosamente adelantado en el tiempo.

Precisamente, lo que fascina al lector de la serie negra o del wéstern o de los piratas es la novela intelectual, la aventura inmóvil de Kafka, la herborización de la novela en otras mil novelas interiores, como se da en El Quijote. Toda la novela del siglo XX ha sido estática, conversacional, meditabunda, psicologista, irónica y perezosa. Hay que volver a los griegos para encontrar una narración tan viva y alocada como El Quijote. La eternidad de este libro está en que no ha perdido el encanto de la aventura, pero anuncia ya el enlagunamiento de la reflexión, pues en El Quijote, novela de aventuras, reflexiona todo el mundo, los duques, el barbero, el cura, etc... En una palabra, reflexiona Cervantes sin cesar, y ahí se distancia de sus modelos, las novelas de caballerías.

La novela moderna ha ido pasando al ensayo narrativo, que llega a su límite con el relato corto, inmóvil, sugestionante en su quietud. Pero siempre ha habido guerras y las habrá. Y siempre ha habido hombres que, al margen de la política y la rapiña, se han lanzado a la aventura quijotesca de Médicos sin Fronteras, a la peripecia medieval/renacentista de ayudar al guerrero, de atender al caído, de asumir al niño, de defender a la mujer. Cervantes, gran escéptico, deja fluir de sí la elegancia sentimental de cuando fue soldado y prisionero. Su personaje sigue siendo un modelo de anarquista del bien, y eso nada tiene que ver con la busca del tiempo perdido, la montaña mágica, el Ulises y toda la novelística intelectual, desde Faulkner a Samuel Beckett.

Un centenario es todo lo contrario de un entierro. Don Quijote y Sancho, vivos y parleros, se alejan, avanzan hacia el sol caedizo de la tarde. El mundo es suyo, y su libro es del mundo. Una luz entre dos años, entre dos siglos, hace verdad y mentira el libro que hemos leído. Esto es una novela. “Que me place”, diría Don Quijote.

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