Cernuda-Andalucia

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Letras

Cernuda y Andalucía, una ética de la felicidad

19 septiembre, 2002 02:00

Suele decirse que los poetas verdaderos construyen un mundo personal al escribir sus versos. Esta afirmación se refiere casi siempre a la música, a los recursos y los temas, a la indagación moral que caracteriza la obra del autor. Pero el sueño de un mundo propio tiende a identificarse también con una geografía, un territorio inventado que se elabora como el paisaje exterior de los sentimientos. Si el poeta confunde la descripción de su mundo con una realidad existente cae en el costumbrismo, que no significa nunca, por más amor que se tenga al terruño, la pintura fiel de una región, sino la invención de un territorio en el que la conciencia se somete y se disuelve en una identidad imaginaria. El poeta que mantiene despierta la soledad de su conciencia sabe que es inventado el mundo que dibujan sus versos, y traza las fronteras con una voluntad ética, buscando el decorado en el que pueda encarnarse su pensamiento. Ni siquiera la tierra natal es simplemente la tierra natal cuando aparece en la melancolía de un buen poema.

Este es el caso de la Andalucía de Luis Cernuda. El protagonismo que el sur de España adquiere en sus versos resulta inseparable de la conciencia que permiten las invenciones literarias. Cuando en 1931 publica su artículo sobre “José Moreno Villa o los andaluces en España”, conoce bien el sentido lírico de la tierra a la que alude: “Andalucía, ya se sabe, es el Norte de España; pero no la busquéis en parte alguna, porque no estará allí. Andalucía es un sueño que varios andaluces llevamos dentro”. Una misma lógica le lleva a escribir en 1935 su “Divagación sobre la Andalucía romántica”. Las agresiones de una sociedad represiva fuerzan a imaginar un mundo inexistente, soñado, pero legítimo en su capacidad de invocación. Cernuda lo plantea así: “Todos somos libres, sin embargo, para acariciar ese sueño y para situarlo más acá o más allá del mundo... Un edén, que para mí bien pudiera estar situado en Andalucía... Si me preguntaran qué es para mí Andalucía, qué palabra cifra las mil sensaciones, sugerencias, posibilidades unidas en el radiante haz andaluz, yo diría: felicidad. Tal vez esta creencia sea una obsesión de poeta”.

Varios caminos ideológicos y literarios se cruzan en esta ética de la felicidad situada en la geografía andaluza. La crisis simbolista del siglo XIX, al poner en duda las visiones positivistas de la realidad, había acentuado la interpretación espiritual del paisaje. La austeridad castellana cobró un protagonismo metafórico de fuertes repercusiones literarias, argumentadas intelectualmente por Unamuno en libros como Vida de don Quijote y Sancho y El sentimiento trágico de la vida. La sequedad, la falta de intensidad sensual, el rigor de la miseria, servían para componer el paisaje del sacrificio, del héroe trágico capaz de penetrar místicamente en la vida para conquistar con la apuesta irracionalista de la fe aquello que negaba la razón. La exaltación de Andalucía iba a suponer precisamente un rechazo de esta moral del sacrificio, y por eso escribirá Cernuda, en el poema “A un muchacho andaluz”, un alegato en favor de la belleza en el que era imprescindible declarar: “nunca he querido dioses crucificados”.

No podemos olvidar que la reacción poética liderara por Juan Ramón Jiménez contra el prestigio literario castellanista tuvo una herencia inmediata en los poetas de la generación del 27. El “Andaluz Universal” llegó a escribirle en 1920 a Adolfo Salazar: “¡Antipático, desagradable, odioso, asensual castellanismo necesario de las pseudoartes españolas de hoy! ¡Abajo el arte feo! ¡Viva el arte agradable!”. Un ideal de la belleza y de la sensualidad venía a desplazar la mirada poética hacia Andalucía. Pero es necesario recordar también la discusión filosófica que Ortega y Gasset quiso mantener con Unamuno al publicar sus Meditaciones del Quijote. A la altura de 1912, aunque se sentía incómodo ante los valores abstractos de una razón distanciada de la vida, el filósofo madrileño no podía aceptar la exaltación del irracionalismo.

Apostó entonces por una razón acompasada con la vida, operación intelectual que le dio nueva oportunidad filosófica a los destinos y a las costumbres del sur. Su Teoría de Andalucía, en la que justifica el “ideal vegetativo” como una consecuencia de la plenitud existencial y de la armonía con la tierra, está muy presente en el sueño poético de Cernuda.

El joven poeta sevillano necesitaba inventar un paisaje para defender una moral de libertad, una exaltación de la vida frente a las represiones sociales. El surrealismo y la lectura de André Gide, sobre todo de Los alimentos terrenales, le habían convencido de que era imprescindible defender con orgullo su deseo, su ética de la felicidad, su condición homosexual. Debía imaginar un territorio en el que viniera a encarnarse esta ilusión. Las evocaciones de la Andalucía romántica, los recuerdos de las playas del sur, de la quietud de los cuerpos desnudos, de la belleza de la piel libre, cumplen esta tarea en la obra de Cernuda, sobre todo cuando decide no sólo combatir el paisaje hostil de la realidad, sino defender el mundo idealizado de su deseo.

La conciencia de que se trata de una invención ética es, por su puesto, otra constante en la obra de Cernuda. De ahí que no haya contradicción entre los malos recuerdos de la Sevilla real y los felices paisajes imaginados de Andalucía. La imaginación poética acentúa los agravios tanto como intensifica las promesas. Sevilla, como cualquier otra realidad, está llena de carencias, y por eso el poeta rechaza una nostalgia de tonos biográficos. Cernuda se irá siempre de todos los lugares con la necesidad de un ajuste de cuentas. Así lo dejó escrito en un verso del poema “La partida”: “Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte”.

Finalmente, es imprescindible advertir que los paisajes inventados tienen un carácter movedizo. Más que una identidad concreta, suponen la representación de una demanda ética. Buena parte de los valores evocados por Cernuda en “Divagación sobre la Andalucía romántica” (1935) aparecerán muchos años más tarde en Variaciones sobre tema mexicano (1952). Son los mismos valores que encontramos en la España de Galdós, la invención literaria que le lleva a escribir “Bien está que fuera tu tierra”.

El hecho poético le sirve a Cernuda, como la invención de sus paisajes, para interrogarse con lucidez sobre la realidad: “La real para ti no es esa España obscena y deprimente / En la que regenta la canalla, / Sino esta España viva y siempre noble / Que Galdós en sus libros ha creado. / De aquella nos consuela y cura ésta”.