Valente

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Letras

José Ángel Valente, las palabras del reo

Fueron a mi madre para avisarla: "Dígale a su hijo que no venga, que no aparezca por aquí porque si lo hace tenemos que prenderlo"

26 julio, 2000 02:00

Cuando se publicó el cuento "El uniforme del General" fui denunciado al Capitán General de Canarias, probablemente por gente que tenía relación con la familia Saliquet, que reconoció la historia. Porque en el cuento yo no menciono nada, ni siquiera nombres de lugar. De hecho éste fue uno de los argumentos que utilizó la defensa, que llevó Gregorio Peces-Barba, aduciendo que no pasaba en España, que pasaba en un lugar de Sudamérica, porque además yo viajaba mucho por Sudamérica, aunque, en realidad, en esa época yo no había ido mucho. El Capitán General de Canarias pasó la denuncia al famoso Tribunal de Orden Público, pero el TOP se inhibió y se lo devolvió al ejército, por considerarlo un asunto propio de él. Entonces me procesaron por "insultos a clase determinada del ejército", para no poner ni general ni historias. Hubo un auto de procesamiento, que sería interesante dar a conocer. Así empezó una historia que fue bastante complicada para mí, porque cuando me venció el pasaporte y fui a renovarlo, me lo quitaron y quedé sin pasaporte nacional.

Curiosamente, cuando uno escribe una cosa no sabe si va a llegar al destinatario, pero ésta desde luego llegó, porque el fiscal, para acusarme, leyó el cuento entero, así que los militares, los miembros del Tribunal, que estaría formado por coroneles o por lo que fueran, tuvieron que oír que el protagonista del cuento meaba en el uniforme del general. A mí esto me gustó mucho, que llegase plenamente a los destinatarios.

Yo estaba entonces en Ginebra y siempre le decía a mi abogado Gregorio Peces-Barba: "Creo que voy a ir, porque como soy oficial de las milicias universitarias, pues probablemente me van a degradar, y pasarán a caballo quitándome la estrella de alférez". Peces-Barba me decía que estaba loco, que me iban a hacer una serie de procesos en cadena o a meter en un castillo. Yo me acordaba de las películas en las que pasan a caballo quitándoles a los reos las insignias y los botones y todo eso. Me parecía maravilloso, pero, claro, era un sueño, porque por supuesto nunca pensé de verdad que me lo iban a hacer.

Así que no comparecí y apareció una orden de busca y captura en el Boletín Oficial del Estado y en el Boletín Oficial de la Provincia de Orense. Pero había policías que eran amigos míos, que habían estudiado conmigo en el Instituto de Ourense, y fueron a ver a mi madre para avisarla: "Dígale a su hijo que no venga, que no aparezca por aquí porque si lo hace tenemos que prenderlo". Mi madre lloraba, llevó un susto tremendo: "Ai, filliño, qué cosas haces, ¿por qué hiciste eso? ¿quién te manda...?".

Yo fui, pienso, uno de los pocos escritores, pues periodistas creo que hubo varios, que pasaron por un consejo de guerra en la postguerra. Lo que pasa es que como no aparecía como un personaje político y no me interesaba la política, ya que sólo llevaba un trabajo de base (informar a la gente, ayudarla a entender las cosas, deshacer las mentiras que les contaban sus dirigentes), pues no se hablaba mucho del caso.

Por otra parte, las autoridades se apoderaron del libro y lo quemaron. Sólo se salvaron algunos ejemplares que tenía el editor en casa. Además también hubo actuación contra el editor, Armas Marcelo, que quedó residenciado en Canarias. El copyright era mío, los editores no tenían todavía copyright porque la colección era reciente. De manera que aquello se editó con mi copyright y, por tanto, en cierto sentido, yo era el editor. De todos modos, Armas Marcelo fue residenciado en Canarias y además privado del derecho a enseñar un tiempo por esta historia, aunque yo escribí una carta asumiendo las responsabilidades de autor y editor. Yo estaba fuera y, en esa época, los que no estábamos en España cargábamos con todo porque no nos podían echar mano.

En Ginebra, los comunistas con los que me relacionaba no me ayudaron nada, al contrario, me dijeron: "Hombre, eres un imprudente, porque el ejército es un aliado objetivo del pueblo". Yo dije: "¿Ah, sí?, ¡pues vaya un aliado objetivo del pueblo!". Los comunistas no quisieron saber nada de mí e incluso me echaron una bronca diciéndome que eso no se hacía, que iba en contra de su política y que antes de hacer cosas como esa debía de haber consultado con el Partido. En fin... unos desgraciados.

Los comunistas no quisieron saber nada de mi e incluso me echaron una bronca diciéndome que eso no se hacía, que iba en contra de su política y que antes de hacer cosas como esa debía haber consultado con el Partido. En fin...unos desgraciados

El caso es que tuve que estar como seis o siete años sin poder poner el pie en España. El proceso me creó bastantes problemas. Por ejemplo, tuve que ocultárselo a la Administración de mi organización, la Organización Mundial de la Salud, porque estas administraciones son muy reaccionarias. Como no tenía pasaporte, me veía obligado a viajar con un laissez passer de las Naciones Unidas, pero, curiosamente, en los Estados Unidos, que es donde está la sede de la Organización de las Naciones Unidas, no es válido si no tienes el pasaporte nacional, porque piensan que es una manera de filtrar rojos en su territorio. Así que, sobre todo en esa época, si no tenías pasaporte nacional estabas excluido. De hecho, en una ocasión se me encomendó una misión en los Estados Unidos y tuve que renunciar a ella porque no me dejaron pasar.

Pero un día encontré en una exposición en Londres a Manuel Fraga Iribarne, que me conocía desde mi estancia universitaria en el Colegio Guadalupe de Madrid, y se ofreció a ayudarme. No obstante, Fraga no podía hacer nada en el mundo militar y yo estaba juzgado por los militares, condenado por un tribunal militar, me habían hecho un consejo de guerra. En cambio, como había sido ministro y entonces era embajador en Gran Bretaña, Fraga tenía mucha influencia política, sobre todo en el mundo diplomático, e hizo llegar una recomendación en mi favor al cónsul español de Ginebra.

El cónsul en Ginebra era un hombre mayor y educado, probablemente no sería muy franquista ni nada, más bien debía ser un hombre liberal, pero tenía que hacer su papel porque era diplomático. Aún así me recibió muy bien y me dijo: "La verdad es que tengo aquí una orden de busca y captura contra usted, pero no sé cómo puedo capturarlo". Y yo le contesté: "Aquí el único capturado que hay es usted", porque lo tenían metido en un piso alto, y cerrado con llave, porque en aquél entonces atacaban los consulados españoles con frecuencia, y tenían unas redes metálicas para protegerlos. Además no conseguían que les alquilaran casas, porque los manifestantes les echaban pintura y entonces había que raspar la piedra y se estropeaba mucho el edificio. La gente les echaba mucha pintura, pintura roja. Así que les costaba una enormidad encontrar una casa para el consulado.

Cuando le dije al cónsul que quien parecía estar capturado era él, se echó a reir, y dijo: "(Ah, si, ya sabe usted lo que pasa, tiran botes de pintura y para que no entren por la ventana tenemos que tener telas metálicas... Pero, capturarlo, no sé como lo voy a capturar. Además estuve leyendo su cuento, el cuento incriminado; la verdad es que insultar al uniforme de un general que no tiene al general dentro es como insultar a una gasolinera que no tiene gasolina". Entonces yo le dije: "Hombre, me parece muy buena imagen. ¿Me lo podría poner por escrito?". Pero contestó: "Eso no". Aunque claro, tenía mucha razón.

Luego dijo: "Supongamos que usted se va a presentar en ese juicio para el que lo han convocado. Usted no va a hacer el viaje, pero yo le puedo hacer un pasaporte para que haga ese viaje que usted no va a hacer. Entonces tiene que pasar dos fronteras, la frontera de Suiza con Francia y la frontera de Francia con España. Yo le voy a hacer un pasaporte que será válido para un solo viaje".

Así que pasé a tener un pasaporte válido para un solo viaje. Y añadió: "Pero mientras no haga usted ese viaje, el pasaporte sigue siendo válido". Se arregló así la cosa y me proporcionó el pasaporte con el que fui tirando.
Así es que todo el mundo en mi casa tenía el pasaporte en regla menos yo, que tenía un pasaporte válido para un único viaje. Y ésto podía ser un problema al instalarnos en Collonges-sous-Salève, en la Alta Saboya francesa, aunque muy cerca de Ginebra. De hecho, la secretaria del cónsul francés me dijo un día: "El señor cónsul quiere hablar con usted". Yo pensé que empezaríamos ya a tener problemas con la historia del pasaporte. Pero el cónsul francés me dijo: "No, señor Valente, lo llamaba por curiosidad, porque me extraña que tenga usted un pasaporte que sea válido sólo para hacer un viaje. ¿Qué viaje es ése?". Entonces miré para arriba y dije: "Señor, es al cielo. Ya sabe que en España somos muy católicos". Se echó a reír y añadió: "Mire usted, yo le doy la bienvenida a Francia, estamos encantados de que viva en territorio francés". Y así pasé la cosa.

Después, cuando murió Franco, se sobreseyó por fin el proceso.Sí, fue sobreseído más o menos en el momento en que Franco murió. Aunque la primera vez que vine después de todo esto no estaba muy seguro de que Franco hubiese muerto. De hecho, había concertado el alquiler de un coche, pero cuando llegué al aeropuerto olvidé que lo había pedido y, de repente, por los altavoces, empezaron a llamar: "Señor José ángel Valente, preséntese en..." Y yo pensé, ¡anda!, ya me han cogido. Pero no..., era para lo del coche...