Letras

Las Historias de Marta y Fernando

Gustavo Martín Garzo

21 febrero, 1999 01:00

Premio Nadal 1999. Destino. Barcelona, 1999. 285 páginas, 2.200 pesetas

De esta obra quedan en la memoria del lector algunos pasajes, pinceladas sueltas, pero no la sensación de una novela honda y duradera

L a literatura de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) no se plantea grandes historias ni temas de envergadura, sino hechos triviales vividos por personajes sin demasiado relieve. Es, por así decir, una literatura en voz baja, donde lo importante no reside en la creación imaginativa de tipos y situaciones sorprendentes, sino en la atención a los pequeños detalles, a los resortes ocultos del comportamiento, a la captación del matiz, como si el autor hubiera hecho suya la proclama estética que Verlaine estampó en los versos de su "Art poétique", tantas veces repetidos: "Car nous voulons la Nuance encore,/pas la Couleur, tien que la Nuance!" Hay en esta nueva obra del escritor vallisoletano algo del espíritu que animaba ciertas películas sobre parejas jóvenes del cine francés, como Edward et Caroline, de Jacques Becker, o Baisers volés, de Truffaut. Pero es también evidente el esfuerzo de Martín Garzo por inscribir las peripecias de Marta y Fernando en un marco histórico preciso -los primeros años de la transición española-, así como la asignación a Fernando de una determinada militancia política, como si los sucesos personales fueran indisociables de su circunstancia histórica. No es cuestión de discutir aquí si tal cosa ocurre en la realidad -y en novelas con otro planteamiento, desde Balzac a Martín-Santos-, pero en Las historias de Marta y Fernando ese marco externo nada tiene que ver con las acciones ni determina en modo alguno el comportamiento de los personajes. El temor a caer en el relato intimista y lírico ha llevado al autor a tantear soluciones narrativas inadecuadas, que incluyen tanto las ocasionales referencias a la actualidad política como la fatigosa insistencia en la monótona conducta sexual del joven matrimonio, cuyas relaciones son, a decir verdad, bastante superficiales y cuyo horizonte vital resulta más bien nebuloso en la configuración de la novela, por lo que sólo en algunos episodios aislados llegan estos personajes a despertar el interés del lector. Así ocurre con el hallazgo del dinero -resuelto finalmente de manera desvaída- o con algunas breves historias intercaladas -la del perro de Miguel óscar, las fantasías de Marta como enfermera- que acreditan el dominio del autor en el relato de anécdotas breves, incluso extractadas de textos literarios, como sucede aquí con las referencias a obras de Bradbury o de Hemingway.
Es en estos aspectos menudos donde Martín Garzo se mueve con soltura. De los siete capítulos escasamente trabados que componen la novela, dos están narrados en primera persona: el tercero está puesto en boca de Fernando y el sexto corresponde al relato de Marta. En este último es donde el autor ha logrado mayor penetración psicológica. Aquí puede el lector intuir la auténtica complejidad del personaje femenino, que -como siempre ocurre con los tipos novelescos- no se deriva de su papel en la historia sino del tratamiento a que lo somete el autor. Los demás tienen apariciones fugaces y son poco más que sombras, apenas recordables por algún accidente: Oscar -porque muere joven- o Miguel óscar -cuyo nombre es poco acertado, porque nada tiene que ver con el anterior- debido al brutal percance que sufre su perro. Por eso, de Las historias de Marta y Fernando quedan en la memoria del lector algunos pasajes, pinceladas sueltas, pero no la sensación de una novela honda y duradera. La prosa es correcta, pero en más de una ocasión cae en incongruencias y excesos sorprendentes en un escritor como Martín Garzo. El violonchelo que jamás había visto Fernando es un "instrumento insospechado" (pág. 17 ¿no será "desconocido"?), y al joven su sonido le recuerda la respiración de los bueyes "y el dolor de los hombres en el trabajo" (pág. 18), lo que parece una matización desmedida. No se comprende cómo unas botas pueden brillar "oscura y fatalmente" (pág. 84), y resulta sorprendente el símil en que la luz vespertina "temblaba sobre las páginas del libro con la ingravidez del polen" (pág. 89), como si no fuera la luz mucho más "ingrávida" que el término de comparación. Hay afirmaciones innecesarias: "El corazón le latía con fuerza en el pecho" (pág. 134; ¿dónde, si no?). A veces se desliza una impropiedad: "Noticias que iban llegando a mis oídos al filo de conversaciones y encuentros" (pág. 192). Y también alguna construcción poco recomendable ("agua distinta a aquella", pág. 202; "esos ... no son mejor que aquellos", pág. 213) o demasiado coloquial en el entorno culto del lenguaje del narrador: "Terminaron fatal con el constructor que había comprado la casa" (pág. 134). No falta la contaminación de giros anglófilos extendidos por el pésimo doblaje de muchas películas: "No me lo puedo creer" (pág. 64) o "tener una relación" (pág. 94) se han infiltrado ya en voces que son ecos, pero disuenan en un escritor tan cuidadoso como Gustavo Martín Garzo. Casi todas estas observaciones se refieren, como puede verse, a detalles que habrían podido soslayarse con una revisión atenta del texto.
No es ésta la mejor obra del autor, pero contiene pasajes y fragmentos notables, aunque otras deficiencias en la conformación narrativa de la historia, en la levedad de los personajes y en el lenguaje empañen un tanto las evidentes cualidades de un escritor al que, con toda justicia y teniendo en cuenta su trayectoria, cabe exigirle productos literarios más refinados que éste.