Francisco Maura y Montaner: 'Antonio Maura, ministro de Ultramar'. ©Museo Nacional del Prado

Francisco Maura y Montaner: 'Antonio Maura, ministro de Ultramar'. ©Museo Nacional del Prado

Historia

Antonio Maura, historia de un líder limpio y sin partido que no pudo detener la crisis monárquica

La monumental biografía de María Jesús González sitúa el foco en el gran político que trató de fundar una derecha moderna y reformista.

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Los titulares de la prensa del lunes 14 de diciembre de 1925 destacaron la coincidencia de que el día anterior hubiese recibido sepultura Pablo Iglesias, líder y fundador del socialismo español, y Antonio Maura, la gran figura del conservadurismo, hubiese muerto repentinamente. El azar hizo coincidir el deceso de dos personalidades políticas de gran talla y situadas en las antípodas ideológicas.

Maura. El estadista en su laberinto

María Jesús González

Taurus, 2025
879 páginas. 26,90 €

Pero más allá del capricho del destino, la anécdota ofreció más sustancia. Hay testimonios de que los hermanos Maura, que se dirigían a Torrelodones para pasar el domingo en casa de su amigo el conde de las Almenas, se cruzaron con la muchedumbre disciplinada que acompañaba al cementerio al padre del PSOE y de la UGT.

Siguen los recuerdos de aquel probable encuentro señalando que Maura se quejó a su hermano de que, en la izquierda, un cortejo tan nutrido y doliente no solo se explicaba como testimonio de fidelidad al jefe y adscripción a sus principios. Tenía que haber algo más.

El viejo político reconoció que ese algo más era el poder de la emotividad, la familiaridad o la expresión de algo parecido a los lazos de amistad, una fuerza difusa e inmarcesible capaz de amalgamar a los militantes en torno al carisma de su adalid, y en términos políticos, una fuerza equivalente al hermanamiento ideológico.

Según Maura, esa empatía multitudinaria y organizada de la militancia no existía en el ala centroderecha y él mismo no había sido capaz de revertir la situación. Frente al socialismo, lo más parecido a un partido de masas, quizá el gran logro de Pablo Iglesias, Maura habría fracasado en articular la contrafigura en el conservadurismo. Eso era un déficit del panorama político español y además, en cierto grado, constituía una derrota, quizá la más dolorosa, del propio Maura.

El mallorquín, que ostentó durante treinta años responsabilidades en el gobierno (1892-1922), y fue presidente del Consejo de Ministros cinco veces bajo el reinado de Alfonso XIII, se erigió, tanto en el Congreso de los Diputados como en la prensa, y en general en la vida pública nacional, como la gran figura de un conservadurismo que estaba muy necesitado de cohesión ideológica interna y que, además, hizo suyo desde muy pronto el compromiso de presentar al país una serie de profundas reformas que respetasen y saneasen el marco formal del liberalismo parlamentario basado en un sistema electoral realmente limpio.

Hombre de confianza del Rey cuando las cosas se ponían difíciles, da la impresión en muchas ocasiones de que Maura padeciese no pocas contradicciones, una de las principales sería la difícil convivencia entre el característico prócer de la Restauración encapsulado en los salones del poder y el moderno liderazgo dictado por unas reglas de juego que incluían la arena de los discursos ante amplias audiencias, las tribunas de los tabloides y las campañas electorales directas, nuevos espacios donde lograr los apoyos para luego implementar las reformas que sanearían las zonas en sombra del régimen de la Restauración, que no eran pocas.

En medio de este fragor, da la impresión de que Antonio Maura, quizá como Cánovas, Sagasta, Dato o Canalejas, por citar solo algunos de los más notables dirigentes del amplio abanico que iba desde el socioliberalismo hasta el conservadurismo inmovilista, fueron incapaces, o quizá se vieron impotentes, ante los poderes más reaccionarios, que derivaron el Estado hacia la dictadura de Primo de Rivera y la crisis definitiva de la monarquía alfonsina.

Maura es el líder sin partido, pero al mismo tiempo es el inspirador de un amplio movimiento, el maurismo, que concita a jóvenes inquietos que solo tienen en común su conservadurismo y su deseo de remozar el parlamentarismo. Por eso Maura epitomiza, quizá mejor que nadie, las contradicciones, tanto debilidades como fortalezas, del régimen y sus dirigentes y expresa de modo dramático el deslizamiento inexorable de España hacia la implosión del golpe blando del general Primo de Rivera y los errores de todos, empezando por los del monarca.

Estas son las líneas que traza María Jesús González (Madrid, 1961) en las 775 páginas de esta detallada biografía política de Antonio Maura, que aspira a erigirse en hito insoslayable en el conocimiento historiográfico del personaje y su tiempo.

Además, por la época en la que Maura desarrolló su carrera, la obra aporta una pieza fundamental en el estudio de la dinámica de la Restauración, desde la articulación de un sistema de reparto de poder entre élites a costa de una manipulación bien ordenada de las mayorías electorales, hasta el colapso de esta arquitectura política llena de anomalías, por mucho que algunos de los próceres tratasen de sanear el edificio, entre ellos el propio Maura.

Esta biografía aspira a erigirse en hito insoslayable en el conocimiento historiográfico del personaje y su tiempo

Además, el libro de González, visto desde la perspectiva de la actualidad, sitúa el foco en el Maura que trató de fundar una derecha moderna, es decir, reformista y respetuosa con las reglas del parlamentarismo liberal y, al mismo tiempo, capaz de alcanzar a vertebrar un partido de masas y competir en ese terreno con la izquierda, cuestión que se estaba planteando, de un modo u otro, en los demás estados europeos liberal-constitucionales.

De forma expresa la autora alude a este problema crucial que se vivió en España en las primeras décadas del siglo XX en torno a Maura y, por qué no decirlo, es obvio que el asunto sigue presente en el pensamiento político y en la búsqueda de estrategias eficaces en el ámbito ideológico del centroderecha.

Porque, como González dice, el conservadurismo ha tenido su eterna asignatura pendiente en el dilema de conciliar atracción y acción de las masas, y se pensó, desde su misma contemporaneidad, que Maura podía ser el artífice de esta fusión de objetivos y políticas concretas. Maura pudo serlo entonces, pero sus evidentes dotes personales como estadista, intelectual, orador y respetuoso servidor de la Constitución y de la corona, no fueron suficientes.

Maura es un hombre dividido consigo mismo, como le definió Maeztu. Esta frase tan ingeniosa está reproducida por la biógrafa, por cuanto don Antonio auspició e inspiró un maurismo muy dinámico y extendido, pero siempre se negó a abanderarlo o usarlo como instrumento.

Maura, el líder sin partido que paradójicamente tenía a su disposición los mimbres para organizar uno potente. Maura, el liberal inicial, el regeneracionista que rápidamente pasó a ser reformista tacticista, el conservador por pragmatismo, capaz de localizar los grandes problemas de la Restauración y capaz de abordarlos cuando ocupó responsabilidades de gobierno, con decisión y sin negarse a pactar, tuvo sus límites en la tenaza que ejercieron sobre sus actos, a juicio de la autora, su profundo catolicismo privado y su obsesión por lograr un Estado neutral.