Liz Taylor como Cleopatra VII en la superproducción 'Cleopatra' (1962)

Liz Taylor como Cleopatra VII en la superproducción 'Cleopatra' (1962)

Historia

La truculenta historia de las siete Cleopatras: una dinastía sanguinaria marcada por el incesto y los asesinatos

El historiador Lloyd Llewellyn-Jones retrata en su libro 'Las Cleopatras' a las mujeres que precedieron a la famosa Cleopatra VII en el trono de Egipto.

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Carismática, estratega y seductora, cuando Cleopatra VII fue encontrada sin vida por la mordedura de una serpiente a principios de agosto del año 30 a.C., había perpetrado su última gran puesta en escena.

Fue un gran acto promocional póstumo que daría paso a su leyenda y, lo que es más importante, el fin de una larga saga de Cleopatras que dejaron tras de sí un reguero de historias, chismes y habladurías plagadas de conspiraciones, intrigas, guerras, complots políticos, difamaciones, incestos y asesinatos.

Pertenecientes a la dinastía ptolemaica, la última familia de faraones gobernantes de Egipto, todas ellas fueron grandes reinas y desafiaron las normas y los valores patriarcales de la época.

“Igual de imponentes, capaces y extraordinarias, ejercieron un poder absoluto y aspiraron a una autoridad sin rival”, cuenta el catedrático de Historia Antigua Lloyd Llewellyn-Jones en el prólogo de Las Cleopatras. Las reinas olvidadas de Egipto.

La publicación del libro por la editorial Ático de los Libros coincide en el tiempo con una exposición inmersiva dedicada a la más famosa de ellas en el centro cultural Matadero Madrid, inaugurada este viernes.

Una visitante pasea por la exposición inmersiva 'Cleopatra', organizada por Madrid Artes Digitales en Matadero Madrid.

Una visitante pasea por la exposición inmersiva 'Cleopatra', organizada por Madrid Artes Digitales en Matadero Madrid.

Autor de libros como Los persas o Babilonia, también publicados por Ático de los Libros, el historiador parte de esta premisa para construir un fascinante recorrido por las vidas de estas mujeres que crearon un nuevo modelo de poder femenino en la Antigüedad y fueron capaces de acumular los mismos privilegios que sus consortes masculinos, casi siempre familiares.

Llamadas todas ellas Cleopatra, fue en el año 193 a.C., mucho tiempo antes del nacimiento de la célebre reina del Nilo amante de César, cuando aquel poderoso nombre entró en la tradición ptolemaica.

Lo hizo con Cleopatra I Sira, de ascendencia seléucida, hija de Antíoco III y Laódice III, tras su enlace matrimonial con Ptolomeo V. Su casamiento fue parte de un tratado de paz firmado entre el imperio levantino y Egipto, que sellaría la unión entre los seléucidas y los ptolomeos, hasta entonces enfrentados.

Inteligente y perspicaz, pese a ser una extranjera Cleopatra I supo granjearse el favor de diversos sectores de la sociedad egipcia, además de gozar de gran popularidad entre el pueblo y el Ejército.

John William Waterhouse: 'Cleopatra' (1888)

John William Waterhouse: 'Cleopatra' (1888)

Fue la primera mujer que, tras la muerte de su marido –envenenado por sus propios generales–,  se convirtió en reina regente en la casa de los Ptolomeos, como tutora de su hijo Ptolomeo VI, todavía un niño.

Aquello, lejos de quedarse en una anécdota, marcó el destino de sus descendientes. “Al asumir ese título y las atribuciones que conllevaba, estableció un precedente que seguirían cada una de las Cleopatras que la sucedieron”, explica Llewellyn-Jones en este libro. Lo que no es poca cosa, si tenemos en cuenta que, desde ese momento, “las mujeres de la dinastía participarían progresivamente en el liderazgo conjunto con sus esposos e hijos”.

Matrimonios incestuosos

Cleopatra VII ha pasado a la historia como la más grande de sus ancestras homónimas. Sin embargo, nadie ostentó el poder más tiempo que la número dos de este listado.

Tras la muerte de Cleopatra I en torno al año 176 a. C., su hija Cleopatra II, de 12 años, contrajo matrimonio con su hermano Ptolomeo VI Filométor.

Portada de 'Las Cleopatras. Las reinas olvidadas de Egipto', de Lloyd Llewellyn-Jones (Ático de los Libros)

Portada de 'Las Cleopatras. Las reinas olvidadas de Egipto', de Lloyd Llewellyn-Jones (Ático de los Libros)

Aunque hoy nos pueda escandalizar, aquello era, en realidad, una práctica habitual en la época. “Los matrimonios entre hermanos –señala el historiador– no eran uniones simbólicas destinadas simplemente a reforzar una identidad dinástica o a potenciar la propaganda de los Ptolomeos: eran matrimonios plenamente consumados cuyo objetivo era engendrar una abundante descendencia”. Una consumación solo destinada a los reyes-dioses como ellos y que, además, les diferenciaba del resto de los mortales.

“Varias de las Cleopatras acabaron casándose con una sucesión de hermanos (mayores y menores), con padres, tíos, primos y sobrinos”. Estas uniones fraternales, sin embargo, destacaron “por haber desencadenado un completo colapso de la armonía familiar”, rompiendo así con la fraternidad y la buena relación entre hermanos que había caracterizado a las generaciones anteriores de la dinastía.

Fruto del matrimonio fraternal citado más arriba surgió una curiosa triada de corregentes formada por tres hermanos, uniendo así al matrimonio formado por Ptolomeo VI y Cleopatra II, con Ptolomeo VIII, más conocido como Fiscón –apodo que significaba ‘barrigudo’–.  

En esta regencia a tres bandas la reina desempeñó un papel fundamental como mediadora. “Era un rol que satisfacía su ego y, al mismo tiempo, le proporcionaba una oportunidad velada de ejercer autoridad sobre ambos hermanos en su propio beneficio.

Presentación de la exposición 'Cleopatra' en Matadero Madrid, el 10 de septiembre. Foto: Fernando Sánchez/Europa Press

Presentación de la exposición 'Cleopatra' en Matadero Madrid, el 10 de septiembre. Foto: Fernando Sánchez/Europa Press

En sus relaciones con ellos, demostró ser una hábil manipuladora, con una especial destreza para la agresividad pasiva. Sus expresiones indirectas de hostilidad, que dirigía sobre todo contra Fiscón, acabarían minando por completo la relación entre ambos”.

Con idas y venidas en las que la corregencia pasó de tres a dos y luego otra vez a tres, Cleopatra, que como su madre supo ganarse el cariño del pueblo, se manejó como nadie, llegando a figurar siempre como igual a su esposo, siendo la primera reina de la dinastía en conseguirlo.

“El rasgo más notorio de este periodo fue la decadencia del poder de los reyes, una verdad que se hizo cada vez más patente con el ascenso de la autoridad de las reinas. La era de la triple corregencia fue el amanecer de la supremacía femenina, una época que perduraría hasta el ocaso de la dinastía. Cleopatra II supo capitalizar la reputación de buen gobierno que se había forjado su madre y, con el paso del tiempo, logró convertirse en una figura de peso en la política doméstica e internacional”, afirma el especialista.

Cleopatra ‘Chocho’

Tras la muerte de Ptolomeo VI en el año 152 a. C., Cleopatra, que había propuesto a su segundo hijo, Ptolomeo VII Neos Filopátor, como regente, se casó con su hermano Fiscón en un intento de evitar una guerra civil.

Ante la amenaza de su presencia, no obstante, “el día en que el rey (Fiscón) tomaba como esposa a su madre –relató el historiador romano Justino–, Ptolomeo lo mató en brazos de ella y entró en el lecho de su hermana aún cubierto con la sangre de su hijo”.

Cleopatra II y Cleopatra III. Relieves del templo de Kom Ombo, Egipto. Foto: Karen Green (CC BY-SA 2.0)

Cleopatra II y Cleopatra III. Relieves del templo de Kom Ombo, Egipto. Foto: Karen Green (CC BY-SA 2.0)

Aquella sería la primera de una serie de calamidades que el hermano menor de Cleopatra II estuvo dispuesto a infligirle a su ahora esposa en su perpetua búsqueda del poder. Encaprichado con la hija de esta, aquel hombre despiadado e inteligente repudió a su esposa y se casó con Cleopatra III.

Una maniobra con la que la joven “convirtió una situación desesperada en un triunfo final –asegura Llewellyn-Jones–. Era una mujer independiente y de carácter firme que, probablemente, desempeñó un papel muy activo a la hora de meterse en la cama de Fiscón”.

Altiva y resuelta, sin embargo, aquella criatura nunca consiguió generar las simpatías que había alcanzado su madre. Tanto era el rechazo que provocaba en los ciudadanos que la apodaron con el sobrenombre de Kokké. Un juego de palabras que, según el autor de este libro, hacía referencia a los genitales femeninos. “Para decirlo sin rodeos, sus irreverentes súbditos alejandrinos conocían a la reina como Cleopatra Chocho”.

A partir de este momento madre e hija iniciarían una relación tortuosa de rivalidad mutua que solo sellarían con el trágico final de la primera, mucho tiempo después. “Perspicaz, autosuficiente, valiente y absolutamente brillante”, Cleopatra II “fue una auténtica princesa” y la reina ptolomeica “que más tiempo ocupó el trono”, además de la primera en ascender a él como reina-faraón.

Pero si su relación con su madre había acabado como el rosario de la aurora, el vínculo con sus hijas y de estas entre sí no sería tampoco el más idílico. Cleopatra IV, hija de Fiscón y Cleopatra III, nunca le pudo perdonar a su madre que la obligara a divorciarse de su adorado marido y hermano, Ptolomeo IX (apodado Látiro, ‘garbanzo’), pues ambos estaban perdidamente enamorados.

Seductora y carismática, “Cleopatra IV resultó ser un imán para los hombres”, llega a afirmar Llewellyn-Jones. No obstante, “demostró ser en todos los aspectos una digna hija de su madre: enérgica, indomable, absolutamente intrépida y movida por el ansia de poder y venganza”.

Perseguida por su propia hermana, la también llamada Cleopatra Trifena, Cleopatra IV falleció implorando asilo en un el tempo de Apolo en Dafne. Cuentan que, en el momento de ir a sacarla, consiguió aferrarse a una estatua de la diosa Artemisa, pero tras cortarle entonces las manos, “murió invocando venganza por su muerte”, según relató Justino.

Cleopatra III tampoco corrió mejor suerte. Fue asesinada por su propio hijo, Ptolomeo X, el más querido por ella, pero poco se sabe de aquel matricidio. “Se rumoreaba que este, borracho tras uno de sus interminables banquetes nocturnos, la había estrangulado con su propio cinto”, cuenta el autor de Las Cleopatras.

Ambiciosa y carente de escrúpulos, Cleopatra III ha sido considerada como la más villana de toda la dinastía. Lo que no eclipsa que, a su muerte, hubiera gobernado Egipto durante 39 años de exitoso reinado.

Pese a ser considerada una mujer ruin y capaz de todo, “demostró ser una excelente reina con un agudo sentido para los detalles administrativos. Mantuvo su reino con esmero, y lo defendió incluso liderando en persona a las tropas en las batallas libradas en Siria”.

Un final a la altura

Junto a ella se había educado su nieta, Cleopatra V Berenice, la única hija del matrimonio formado por Cleopatra IV y Látiro. “La tristemente célebre turba alejandrina la tenía en alta estima, pues la había visto crecer y la adoraba sin reservas”, cuenta el autor del libro, algo que jugaría siempre a favor de la joven, tal y como le habían enseñado sus antecesoras.

Aunque se había casado con su tío Ptolomeo X, y compartido regencia con él desde el año 101 a. C., fue tras enviudar e instalarse en el palacio de Alejandría junto a su padre Látiro, que murió en el 81 a.C., cuando ascendió al trono como faraona única.

“Era la primera vez que una mujer alcanzaba el poder bajo esta fórmula en la larga historia de la dinastía”. Sin embargo, obligada poco después a casarse con su hijastro Ptolomeo XI, apodado Pareisactus (usurpador), este la asesinó.

Durante décadas se ha debatido sobre la identidad de la madre de Cleopatra VII. Según el autor del libro, fue Cleopatra VI Trifena —hija de Cleopatra V Berenice— la que parió a la famosa faraona.

Recreación del aspecto de Cleopatra VII en una imagen de la exposición inmersiva 'Cleopatra', en Matadero Madrid. Foto: Madrid Artes Digitales

Recreación del aspecto de Cleopatra VII en una imagen de la exposición inmersiva 'Cleopatra', en Matadero Madrid. Foto: Madrid Artes Digitales

“Tal vez Cleopatra VII sea la mujer más estudiada de la Antigüedad, pero resulta asombrosa la cantidad de patrañas que todavía se escriben sobre ella", dice el historiador.

"Es cierto que el nombre de su madre no aparece en ninguna de las fuentes clásicas griegas o latinas, pero sí existen referencias a Cleopatra VI Trifena en las fuentes egipcias”. Si bien, reconoce, ella “no dejó huella alguna en los acontecimientos de su tiempo”, antes de morir posiblemente a causa de las complicaciones posparto.

La más conocida de todas las Cleopatras heredó de sus antecesoras sus ansias de poder, su inteligencia, personalidad y carisma. Seductora y ambiciosa, supo moverse siempre entre los hombres más poderosos del momento dejando su historia llena de leyendas.

Engendró un hijo de Julio César, ante quien apareció por primera vez oculta en un fardo de mantas, y mantuvo una supuesta relación con Pompeyo. Se enfrentó a su propia hermana Arsínoe IV y mandó asesinar a su hermano-esposo, Ptolomeo XIV.

Cleopatra VII supo convertir cada acontecimiento de su vida en todo un acto propagandístico, incluso las tragedias, como el asesinato de César.

Muerto este, también mantuvo una relación con Marco Antonio, con quien tuvo a sus dos gemelos, Alejandro Helios y Cleopatra Selene.

Cleopatra fracasó en su intento de tener el imperio romano a sus pies, aunque se quedó muy cerca de conseguirlo. En sus últimos momentos, antes de ser humillada públicamente por un entonces muy joven Augusto, Cleopatra se suicidó con el veneno de una serpiente.

“Para ser sinceros –concluye Llewellyn-Jones–, la mayoría de las Cleopatras eran antagonistas entre sí, y algunas eran abiertamente hostiles, empeñadas en causar el mayor daño posible a sus parientes más cercanos”, reconoce.

“Algunas compartieron el mismo esposo y se convirtieron en hacedoras de reyes. Otras conspiraron para derrocar a esposos, hermanos o hijos y fueron, por tanto, también destructoras de reyes”.

Todas ellas fueron mujeres fabulosas que ansiaron el poder como única posibilidad de supervivencia en un mundo regentado por hombres y reinaron con astucia e inteligencia. Su historia es la historia de Cleopatra.