
Diseño: Rubén Vique.
Confesiones del último Medici, la estirpe milenaria que cambió para siempre la cultura de Europa
Lorenzo de' Medici, descendiente de la familia florentina y exitoso autor de novela histórica, publica un ensayo en el que combina la divulgación y la crónica familiar.
Más información: El genio renacentista Paolo Veronese, protagonista en el Prado con una muestra de más de 100 obras
Con Lorenzo il Magnifico (1449-1492) no empezó el esplendor de los Medici, pese a lo que pueda pensarse, pero con otro Lorenzo, Lorenzo de’ Medici (Milán, 1951), la dinastía conocerá su final.

Los Medici. Mi familia
Lorenzo de’ Medici.
Ariel, 2025. 265 páginas. 22,90€
Cuando muera este Medici sin descendencia, autor de novelas históricas y del ensayo autobiográfico Los Medici. Mi familia, se pondrá punto final a una de las estirpes –mil años, veinticinco generaciones– que más ha contribuido al esplendor de la cultura europea.
El apellido Medici nos lleva a pensar, inevitablemente, en la deslumbrante figura de Il Magnifico, el mecenas, político y poeta que convirtió Florencia en la capital del mundo. Pero lo cierto es que, cuando Lorenzo nació, en una riquísima familia de banqueros, los Medici ya apoyaban a los artistas más importantes del momento.
Así había sido al menos desde Giovanni de’ Medici (1360-1429), primer mecenas de la familia y banquero del ‘antipapa’ Juan XXIII. Él fue el primero en rodearse de una corte de artistas, escritores y científicos que, con el paso de los siglos, incluiría, alrededor de sus sucesores, nombres como Filippo Brunelleschi, Donatello, Sandro Botticelli o Miguel Ángel.
Mientras otras dinastías italianas como los Saboya, los Este o los Sforza levantaban ciudadelas y castillos, los Medici construían o compraban palacios fastuosos como el Pitti de Florencia, abrían museos como la Galería de los Uffizi o creaban escuelas de artistas como el jardín de San Marco, donde estudió Miguel Ángel.
Los orígenes de la familia, cuenta De’ Medici, no están claros. Se ha encontrado el rastro de un primer Medici –que significa “médicos”, aunque no ha habido noticia de ningún galeno en la familia– allá por 1150.
Giambuono de’ Medici nació en el Mugello, a pocos kilómetros de Florencia y, cincuenta años después, su hijo Chiarissimo ya estaba sentado en el consejo ciudadano de la ciudad.
Desde ahí los Medici no hicieron más que ascender: tres papas –cuatro si contamos al “falso” Medici Pío IV, cuyo ardid da la medida del prestigio de la dinastía: este papa de origen humilde se hizo pasar por Medici para aprovechar el estatus de la familia–, cardenales, banqueros y reinas, como Catalina de Medici, reina de Francia y madre de tres reyes y de dos reinas consortes, entre ellas Isabel de Valois, esposa de Felipe II.
El autor dedica las primeras cien páginas del libro a los detalles de su educación principesca, anclada a unos valores caducos ya en el siglo XX.
Junto a su hermano, pasó la infancia en villas y palacios que iban menguando –y llevaban siglos en franco retroceso, pero las propiedades no terminaban nunca–, entre retratos de señores con peluca, manteles de lino y pañuelos de batista bordados.
Tras esa primera parte, el autor relata la historia familiar a partir de sus personajes más célebres. Repasa, mirándolos con indulgencia, los tres papados mediceos, que estuvieron marcados, además de por el mecenazgo, por las conspiraciones y el nepotismo.

Diseño: Rubén Vique.
Empieza con León X, hijo de Lorenzo il Magnifico y gran mecenas como su padre, pero derrochador y defensor de la venta indiscriminada de indulgencias, lo que atizó la Reforma de Lutero.
Sigue con Clemente VII, muy torpe políticamente, pero que sufrió uno de los periodos más turbulentos de la historia europea, el de la rivalidad entre el emperador Carlos V y Francisco I de Francia, la explosión del luteranismo y el cisma anglicano.
Tal vez ninguna imagen ilustre mejor su pontificado que la de este papa encerrado durante siete meses en el castillo Sant’Angelo, mientras Roma ardía por orden de Carlos V.
Del último papa Medici, León XI, hay muy poco que contar: su pontificado duró veintisiete días.
El autor dedica capítulos a varias mujeres célebres de la familia, como Maria de’ Medici, la otra reina Medici de Francia, que con su estratosférica dote saneó las maltrechas arcas de la monarquía francesa.
Cuenta como llegó al puerto de Marsella en la “galera real”, una ostentosa nave cubierta por cientos de piedras preciosas, incluidos los diamantes y rubíes en los blasones de Francia y de la Toscana que simbolizaban el interesado enlace.
En el inventario de exilios, el autor se detiene en el más aciago que sufrió la familia: el de Girolamo Savonarola. Tras la muerte de Il Magnifico, su hijo Piero, il Sfortunato, lo sustituyó al mando de Florencia.
Pero Savonarola aprovechó la falta de carisma de Piero para echar a los Medici y convertir su patria dorada en un tenebroso Estado teocrático en el que las mujeres tenían que vestir de negro y estaba prohibido divertirse. El autor lo compara con la llegada de Jomeini a Irán o de los talibanes a Afganistán.
Con el autor de este ensayo termina una de las estirpes que más ha contribuido al esplendor de la cultura europea
Ya en el siglo XX, De’ Medici se detiene en otros exilios, como el que hizo que él mismo naciera y creciera en el extranjero.
Cuenta que, con la llegada del fascismo a Italia, su padre, “como toda la aristocracia”, coqueteó con el régimen, que al principio parecía dispuesto a proteger sus privilegios. Pero el idilio terminó pronto.
En 1936, el padre de Lorenzo recibió una carta en su palacio de Florencia en la que se le sugería un “acto de buena voluntad” –es decir, una contribución a la guerra en Etiopía–, ante lo que el padre decidió exiliarse.
Desde entonces, los Medici han vivido fuera de Italia. En el caso de Lorenzo, ahora vive en Portugal, tras veinte años en Cataluña. Pero el legado de su familia, ejemplo de cómo la ambición y el poder pueden tener un reverso beneficioso para el pueblo, sigue vivo en Italia y en Florencia, que sin ellos no serían lo mismo.