Lámpara de aceite contemporánea sencilla en arcilla como las que se ven, por ejemplo, durante el Divali en India. Foto: Wikimedia Commons

Lámpara de aceite contemporánea sencilla en arcilla como las que se ven, por ejemplo, durante el Divali en India. Foto: Wikimedia Commons

Historia

Manual para el próximo apagón: historia del candil

Las primeras lámparas de aceite las encontramos en el Paleolítico hace 40.000 años, aunque especialmente hermosas son las romanas y las griegas.

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Dice Oswald Spengler, y ya sé que es empezar fuerte, que lo que más nos cuesta entender del pasado es el espacio, el tiempo, y la luz. Por ese motivo, hay quien piensa que no existe la novela histórica, sino distintas modalidades de ciencia ficción, en las que el autor y el lector acuerdan un modo de entender un mundo que no han vivido y que no comprenden.

La oscuridad es una de esas barreras difíciles de asaltar, un muro que afecta de tal modo a la mente humana y a nuestro comportamiento que, a la postre, lo cambia todo en la vida diaria de las personas.

¿Cómo vivía la gente en la época en que había siete horas de luz y el resto del tiempo había que pasarlo frente al fuego, frente a una vela, o ante un candil, dependiendo de los medios de cada cual?

Recientemente hemos podido “disfrutar” de esa experiencia, sobre todo los residentes en lugares más apartados, donde tardó más horas en restablecerse el suministro eléctrico, y aún así, gracias a las baterías, las linternas y los generadores, la experiencia no fue ni lejanamente igual a la que marcaba la vida de nuestros antepasados.

No es de extrañar entonces que los arqueólogos hayan encontrado vestigios de instrumentos para la iluminación en casi todas las culturas conocidas.

Las primeras lámparas de aceite aparecieron en el paleolítico superior (hace 40.000 años aproximadamente) y quemaban sobre todo grasa animal. Posteriormente, y ya en época histórica, se han encontrado numerosos ejemplares de lámparas de aceite entre los restos de las civilizaciones egipcia y mesopotámica. Se trataba de pequeñas vasijas de arcilla o metal, con una abertura en la punta por la que se introducía la mecha, que absorbía el aceite a medida que este iba siendo consumido por la llama.

Lucerna romana encontrada en Lorca. Museo Arqueológico de Murcia.

Lucerna romana encontrada en Lorca. Museo Arqueológico de Murcia.

Son especialmente hermosos algunos ejemplares romanos y griegos de lucerna, que se siguen imitando hoy en día como objetos de decoración y que, como es obvio, siguen funcionando a la perfección en eventos extraordinarios como el que nos ha brindado hace poco nuestro sistema eléctrico.

Aunque la diferencia es pequeña, el candil propiamente dicho aparece cuando a la lamparilla o lucerna, se le añade un gancho para poder colgarlo de un lugar más alto, de modo que se distribuya mejor su luz. En nuestro idioma, la palabra candil procede del árabe “qandil”, y este del latín “candela”, que aún significa vela.

Durante la Edad Media, y con el dominio árabe de la Península Ibérica, evolucionaron enormemente las formas y materiales con que se fabricaban los candiles. Por ejemplo, la famosa lámpara de Aladino, de la que se habla en Las mil y una noches, era un candil metálico que había que lustrar después de que lo ennegreciera el humo. En el mundo islámico se manufacturaron verdaderas maravillas de oro, plata y cerámica vidriada. Aunque los ejemplos son muchos, vale la pena destacar el candil de piquera de Algeciras, del siglo X, conservado en el museo de esta ciudad, o el candil de Montefrío.

El candil fue ampliamente utilizado en toda Europa hasta 1780, cuando fue reemplazado por la lámpara de Argand, también conocida como quinqué. No obstante, y sobre todo en el mundo rural, los candiles se han seguido empleando hasta época muy reciente.

El candil de Montefrío. Foto: Museo de la Alhambra

El candil de Montefrío. Foto: Museo de la Alhambra

La mecha se elaboraba originalmente con lana o lino entre los cristianos, o con algodón entre los árabes, que introdujeron esta planta al llegar a lo que hoy es nuestro país. Se le llama también “torcida” porque al trenzar y retorcer sus fibras se mejora su eficiencia en la absorción del combustible.

En cuanto a estos combustibles, se utilizaba prácticamente cualquier grasa de origen animal o vegetal, o incluso algunos tipos de nafta petrolífera, conocidos ya por los árabes y de los que habla el persa Al-Razi en su Libro de los Secretos, escrito en el siglo IX.

Además de para la iluminación, el candil se ha empleado con frecuencia a nivel simbólico y ritual en ceremonias religiosas y funerarias, unas veces representando el alma, otras la paz interior, o simplemente la esperanza, como persistencia de la luz en medio de las tinieblas.

Así que, como puede verse, el candil es un objeto tradicional, eficaz, barato y con innumerables posibilidades decorativas. Y en un momento dado, además de embellecer nuestras estanterías, puede convertirse en una impagable ayuda en tiempos de incertidumbre energética.

Del olor del aceite quemado ya hablamos en otra ocasión, si les parece. No se puede tener todo.