La antigua cárcel de Carabanchel en el momento de su demolición. Foto: archivo

La antigua cárcel de Carabanchel en el momento de su demolición. Foto: archivo EFE

Historia

La cárcel de Carabanchel: de "la estrella de la muerte del franquismo" a la crisis de la heroína

Luis A. Ruiz Casero publica un ensayo en el que recorre la historia de la prisión madrileña desde su inauguración en 1944 a su demolición en 2008.

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Ángel Mora
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El 22 de febrero de 1946, durante la misa obligatoria que se celebraba todos los días en la cárcel de Carabanchel, un reo se puso en pie mientras el cura alzaba la hostia consagrada. "¡El Quinto, no matarás!", gritó el hombre. El resto de presos se dispersaron. Era el comienzo del plante que se acordó como protesta del fusilamiento realizado el día anterior a Cristino García, un héroe de la resistencia francesa que había sido mandado a España por el PCE para organizar la guerrilla en la zona.

Aquella fue una de las primeras y más sonadas acciones de protesta que se dio en la historia de la cárcel de Carabanchel, que recibió el sobrenombre de Nueva Cárcel Modelo en sustitución de la que fuera destruida durante la Guerra Civil. Desde su apertura en 1944, hasta su cierre definitivo en 1998 durante el gobierno de Aznar, este tipo de expresiones, que iban desde los plantes a los motines, se sucedieron para reivindicar las diferentes vulneraciones de derechos a los que se enfrentaron los detenidos.

El tipo de abusos y escaseces de los que eran víctimas los reclusos —hombres, en su mayoría— dependía en gran medida de lo que sucedía en el exterior. Así lo cuenta Luis A. Ruiz Casero en Carabanchel. La estrella de la muerte del franquismo (Libros del K.O.), un recorrido por la infame historia de la mastodóntica cárcel madrileña.

La ignominia comenzó desde el mismo momento de su construcción. Basándose en el planteamiento deformado de raíz católica que promulgaba la expiación a través del trabajo, los perdedores de la Guerra Civil fueron empujados a buscar la redención con labores en condiciones de semiesclavitud como la construcción de la nueva arquitectura del nuevo régimen. Así sucedió también con la cárcel de Carabanchel, que se levantó sillar a sillar gracias a los esfuerzos extenuantes de los derrotados.

A esto le siguieron los primeros años en los que la cárcel ya entró en funcionamiento, marcados sobre todo por el punitivismo y la venganza del bando ganador de la Guerra Civil. La mayoría de funcionarios de la prisión eran falangistas convencidos y veteranos de la Legión Azul, que además eran fuertemente respaldados por las altas instancias. Las palizas, las torturas y las sacas se volvieron una tónica habitual en esa primera década. Los viajes de los condenados a muerte con destino al campo de tiro de Campamento, donde eran fusilados, fueron frecuentes durante las madrugadas. Más tarde, los cuerpos eran devueltos de nuevo a Carabanchel, al camposanto lindante con la cárcel.

Ramón Tamames, uno de los presos políticos más ilustres de la cárcel de Carabanchel,  junto a su familia tras salir de prisión en 1976. Foto: archivo

Ramón Tamames, uno de los presos políticos más ilustres de la cárcel de Carabanchel, junto a su familia tras salir de prisión en 1976. Foto: archivo E.E.

A esto se sumaban las paupérrimas condiciones de la infraestructura. Cuando los primeros reos llegaron desde la cárcel de Porlier, días antes de la inauguración, varias de las galerías estaban sin terminar, y así seguirían durante años. Sin embargo, eso no evitó que allí se recluyeran 5000 personas. La falta de espacio no hizo más que empeorar las ya de por sí precarias condiciones higiénicas y de abastecimiento. La escasez de agua y alimentos también era acusada: durante años no hubo agua corriente, por lo que los presos solamente disponían del agua que se traía en cubos.

El aperturismo del régimen trajo consigo una —al menos sobre el papel— mejora de las condiciones de los convictos. Debido al comienzo de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y, por tanto, con el resto de Occidente, el gobierno de Franco se vio obligado durante los años 50 y 60 a relajar la situación y aplicar algunas mejoras en los derechos de los reclusos. Aun así, su situación no dejó de ser precaria. En este aspecto, es reveladora Mear sangre (1976), la biografía del boxeador Dum Dum Pacheco, un "protoquinqui" que pasó en varias ocasiones durante su juventud por la cárcel de Carabanchel hasta que se logró granjear una carrera como púgil.

En Mear sangre, Pacheco —que era un asiduo de las trifulcas en la prisión y a menudo fue castigado con largos períodos de aislamiento— recuerda haber asistido a todo tipo de atrocidades en sus años en Carabanchel. Robos, abusos de toda clase, malas prácticas médicas, torturas, violaciones en grupo, apuñalamientos...

Si en el período posterior a su apertura la cárcel de Carabanchel había contenido sobre todo a presos políticos, en la época de Pacheco nos encontramos con un incremento de presos comunes. Las estrictas leyes franquistas, como la de Vagos y Maleantes, que fue modificada en 1954 para incluir la represión de los homosexuales, favoreció este aumento. Esto cambió, paradójicamente, en las postrimerías de la dictadura, conforme las diferentes y cada vez más frecuentes acciones en protesta contra el régimen provocaron un nuevo repunte de presos políticos.

Vista panorámica de la cárcel de Carabanchel. Foto: Wikimedia Commons

Vista panorámica de la cárcel de Carabanchel. Foto: Wikimedia Commons

Los años de la transición fueron, de hecho, los que trajeron más motines y acciones de protesta dentro de los muros de la cárcel de Carabanchel. La amnistía declarada por Suárez en 1977 dejaba fuera a buena parte de presos comunes, que habían visto aumentadas desmesuradamente sus penas debido al sistema de represión que se estableció durante los años de perpetuo estado de excepción.

La COPEL (Coordinadora de presos en lucha) encabezó muchos de los conflictos abiertos en la cárcel madrileña. El más conocido, el gran motín de Carabanchel de 1977, tuvo a más de 150 presos enfrentándose a los policías antidisturbios en las azoteas de la prisión.

Pero los años 80 vieron la atomización de este tipo de asociaciones. La irrupción de la heroína en España provocó un recrudecimiento de la violencia en las cárceles, con asesinatos, suicidios y síndromes de abstinencia que podían desembocar en la muerte del recluso. La ausencia de condiciones mínimas de higiene, además, volvió a tener un papel fundamental. No se contaba con agujas limpias, que llegaban a compartirse entre decenas de presos, y tampoco se contaba con profilácticos para las relaciones sexuales, lo que derivó finalmente en la tormenta perfecta para el estallido de una epidemia de sida en la prisión.

El último de los maltratos que sufrieron estos hombres y mujeres no ocurrió, sin embargo, hasta 2008, cuando finalmente el edificio principal de la prisión de Carabanchel se desplomó por la gracia de una bola de demolición. Muchos apuntaron que esto no era más que otro ejercicio más de olvido por parte de los remanentes del régimen que lo habían impulsado.

La babilónica prisión franquista fue derruida durante los años en los que la memoria histórica comenzaba a tener relevancia en España (tan solo un año antes, se aprobaba en el congreso la Ley de Memoria histórica). Otros recintos de esta índole, como la Modelo de Barcelona, fueron recuperados y resignificados en homenaje a los que sufrieron todo tipo de vejaciones en su interior. En Carabanchel, por algún motivo, no interesó ni el reconocimiento ni el recuerdo.