Reconstrucción de uno de los túneles utilizados para cruzar el Muro. / Berliner Unterwelten

Reconstrucción de uno de los túneles utilizados para cruzar el Muro. / Berliner Unterwelten

Historia

La fuga más increíble de la Guerra Fría: un túnel de 135 metros para esquivar el Muro de Berlín

Un libro recupera este sobresaliente episodio plagado de idealismo, espías y dilemas éticos periodísticos que salvó a 29 personas de las redes de la Stasi

16 mayo, 2022 02:57

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A Joachim Rudolf le atormentaba una postal de la infancia. Durante la fuga de su familia del Berlín asediado por el Ejército Rojo en 1945, cuando tenía seis años, un grupo de soldados soviéticos embriagados de vodka se había llevado a su padre a empujones. Nunca más volvió a verlo, y solo supo años más tarde que había muerto en un campo de prisioneros.

Aquella escena volvió a reproducirse en su mente el 14 de septiembre de 1962. Joachim, entonces un estudiante de Ingeniería de Caminos, era uno de los cabecillas de una operación que pretendía rescatar a veintinueve personas a través de un túnel subterráneo de 135 metros de largo que esquivaba el Muro de Berlín. Cuando aparecieron los últimos fugitivos, una madre con su bebé de cuatro meses, al joven alemán le inundó una sensación de alivio al ser partícipe al fin de una fuga exitosa. Pero también se emocionó al rememorar a su padre y pensar que estaría orgulloso de él.

Esta arrojada y vertiginosa historia constituye una de esas aventuras de la Guerra Fría con sabor a las novelas de John le Carré: idealismo, espías, lucha entre la moralidad y la resignación ante el totalitarismo, personajes valerosos… Y la recupera la periodista británica Helena Merriman en El túnel 29, una obra que adapta su exitoso podcast con la que la editorial Salamandra estrena su colección de libros de no ficción.

Joachim y su mujer, Evi, una de las evadidas, en su piso de Berlín. A su espalda, la antigua placa de cerámica de Schönholzer Strasse, 7.

Joachim y su mujer, Evi, una de las evadidas, en su piso de Berlín. A su espalda, la antigua placa de cerámica de Schönholzer Strasse, 7.

Joachim se revela en la columna vertebral de la narración no solo porque le haya relatado los hechos directamente a la autora, sino porque a través de su biografía se detallan los acontecimientos clave del periodo: el final de la II Guerra Mundial, la división de Berlín entre las potencias vencedoras, el masivo éxodo de los ciudadanos de la parte bajo control soviético, la construcción del Muro y el régimen policial de terror implantado por Walter Ulbritch, presidente de la RDA y responsable de la erección de la pared de hormigón, y Erich Mielke, el jefe de la Stasi, para evitar las fugas al otro lado.

En una noche de finales de septiembre de 1961 y atravesando un bosque, Joachim y un amigo lograron alcanzar territorio occidental. Fueron recibidos por un guardia que les felicitó y un cartel con el lema de: "¡El mundo libre os da la bienvenida!". Muy pronto entraron en contacto con el Grupo Girrmann, una organización clandestina dirigida por un estudiante de Derecho que se dedicaba a tramar acciones para la evasión de compatriotas berlineses atrapados.

Dólares estadounidenses

Excavar un túnel por debajo del Muro era una operación incierta por el riesgo de derrumbe de las paredes, que podía ser accidental o por las detonaciones de explosivos realizadas por los llamados vopos, los agentes de la policía de la RDA. Tras cuarenta días de trabajo, el equipo alcanzó la frontera. El ambiente era tan positivo que colocaron un rótulo idéntico al que advertía en la superficie: "Está usted saliendo del sector estadounidense de Berlín". Sin embargo, y tras salvar con la ayuda de los servicios secretos norteamericanos una inundación que les obligó a bombear a mano treinta y seis mil litros de agua, el proyecto no funcionó.

Joachim y sus compañeros completaron entonces un túnel que había dejado a medias otro grupo. Pero la evasión en masa, organizada a principios de agosto de 1962, resultó un fracaso —fueron arrestadas 43 personas— ante el chivatazo de Siegfried Uhse, un peluquero homosexual reclutado entre amenazas por la Stasi e infiltrado en el mundillo clandestino de Berlín occidental. La fuga exitosa, a través de otro subterráneo que llegaba hasta el número 7 de la Schönholzer Strasse, sería al tercer intento.

El túnel 29
Helena Merriman
Traducción de Antonio Padilla Esteban. Salamandra, 2022. 392 páginas. 22,00 euros.

Además del formidable ejemplo de altruismo humano, esta historia esconde un interesante dilema ético periodístico. La construcción del túnel fue en parte financiada por Piers Anderton y Reuven Frank, dos periodistas de la cadena NBC que buscaban filmar una aventura de evasión de tintes cinematográficos. Les dieron doce mil dólares, con los que los excavadores —que ya se habían ofrecido a otros periódicos y televisiones— compraron cinco toneladas de acero para los raíles del túnel, una furgoneta, cables y bombillas, bombas de drenaje, compresores y cañerías para conseguir aire fresco, poleas, cuerdas, y para el té y los bocadillos.

El documental, de 78 minutos y que hoy se puede encontrar fácilmente en Youtube, suscitó una gran polémica en EEUU por el verdadero grado de participación de los reporteros y se guardó en la nevera. La Casa Blanca declaró que la película era "contraria al interés nacional y una iniciativa temeraria, irresponsable e indeseable". Pero al final, la crisis de los misiles le brindaría una ventana propagandística. El túnel, "un documento sobre la fuerza del coraje humano en su lucha por la libertad", se estrenó en el prime time del 10 de diciembre. Lo vieron dieciocho millones de personas, entre ellas el presidente Kennedy, que quedó "conmovido hasta las lágrimas".

El libro de Merriman, basado en entrevistas, cartas, informes de la Stasi y la CIA y material periodístico, es también un relato sobre el Muro y sus protagonistas. Unos célebres por sus desafíos, como el guardia fronterizo Hans Conrad Schumann, que desertó con un salto sobre la alambrada original; y otros aciagos por su destino, como Peter Fechter, un joven albañil que agonizó hasta fallecer en "la tierra de la muerte" sin que ninguno de los testigos, soldados occidentales incluidos, acudiera en su ayuda. Los tres vopos que recogieron su cadáver componen una de las imágenes más icónicas de la Guerra Fría.