Image: Paisajes en reconstrucción

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Teatro

Paisajes en reconstrucción

22 marzo, 2016 01:00

Una escena de la obra Baños de Roma, de Teatro Línea de Sombra

La violencia es la protagonista en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, en el que abundan los montajes sobre los conflictos humanos derivados de ella.

La violencia llega y se multiplica en los escenarios, ya sea como denuncia, expiación, crítica o hecho estético. El teatro es un reflejo de nuestro entorno, un espejo donde contemplar con otros ojos la realidad que nos afecta. Y los conflictos humanos derivados de la violencia tienen un gran protagonismo en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que se celebra en 44 salas de la capital y 88 espacios al aire libre hasta el 27 de marzo.

México, el país invitado en esta 15ª edición, goza de una gran tradición teatral. En los últimos años se ha popularizado tanto esta actividad que, según una encuesta de la Secretaria de Cultura, el teatro ha duplicado en ventas a las entradas de fútbol. En este contexto, la riqueza, originalidad y fuerza de sus propuestas se multiplica, como se está viendo a lo largo del Festival. Pero la violencia marca o se cuela indirectamente en gran parte de las producciones.

Así lo vemos, por ejemplo, en Baños de Roma de Teatro Línea de Sombra, en donde la excusa de un combate de boxeo es un pretexto para hablar de Ciudad Juárez, ese laberinto de la soledad, y tratar de entender qué es lo qué ha pasado y por qué hemos llegado hasta esa locura. La obra retrata la figura popular del boxeador Mantequilla, al que vemos dando clase en un modesto gimnasio llamado Baños de Roma. La investigación documental es importante a la hora de configurar esta tragedia sobre la pobreza, la injusticia, los despojos.

Una bruja, que parece un personaje de Juan Rulfo, anuncia a Mendoza, el general de la Revolución mexicana, que será gobernador. Su mujer le convence de que asesine al actual gobernador, pariente y amigo, y este primer crimen desencadena la tragedia que llenará el escenario de muertos. La obra, titulada Mendoza, trata el tema de la ambición desmedida y la falta de sosiego, lo que nos recordara a William Shakespeare, muy presente en esta edición del Festival. No ha de sorprendernos: Mendoza es una versión mexicana, muy a la mexicana, de ‘Macbeth', interpretada por Los Colochos y reescrita por Antonio Zúñiga y Juan Carrillo, su director, quien señala: "Quisimos hacer una historia que nos doliera a nosotros".

Escena de la obra mexicana Mendoza

Una obra estremecedora, intensa y claustrofóbica (de cuatro horas de duración), es El círculo de cal, representada por la Compañía Nacional de Teatro de México, bajo la dirección de Luis Taviara, quien se ha basado en el texto de los años cuarenta de Bertolt Brecht, El Círculo de tiza caucasiano y de su interrogación: "¿De quién son los hijos?", para formular una nueva pregunta, más arraigada a su entorno y marcadamente política: "¿De quién es la tierra?". Los actores, la gente del pueblo, parecen marionetas en esta producción -puro expresionismo- con 24 intérpretes que dan vida (moribunda) a 69 personajes.

Y es que las obras se comunican, se interfieren y se adaptan. Es lo que ha hecho Matías Maldonado, y su compañía El embuste, con La secreta obscenidad, una obra del dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra, que en su día se escribió para denunciar la dictadura de Pinochet que el director colombiano la ha acercado a un paisaje más reconocible para proponer una reflexión sobre la violencia paramilitar del país.

Uno de los grandes dramas que ha originado el conflicto armado de las FARC en Colombia, durante casi medio siglo, es la emigración, la tragedia de esos seres anónimos que han tenido que dejar su tierra y sus escasas posesiones para pasar a ser marginados en la capital. En la mitad del Océano, que se inspiró en principio en la huida masiva tras un terremoto, habla de ellos, de los seres que se han desplazado, de los que se quedan y de esa melancolía inacabada. "Estar en la mitad del Océano es como una lágrima que no termina de caer", dice uno de los actores de La Matria, una joven compañía colombiana.

Una escena de El círculo de cal, de la Compañía Nacional de Teatro de México. Foto: Sergio Carreón Ireta

Leonardo Echeverri Botini es el impulsor de Teatro Azul, un grupo de investigación escénico que levantó su sede (toda pintada de azul) en un basurero de una zona de la región de Armenia, y que defiende el denominado "teatro necesario", que el dramaturgo define como "la expresión de los problemas sociales a través del arte". La obra presentada en el Festival es En el escenario, tres mujeres vestidas de rojo que hablan con la solemnidad y trascendencia de un coro griego. El espectáculo hace referencia a Antígona, la tragedia clásica, para, a través de ella, plantear el tema de los desplazados, del odio entre hermanos y de otras consecuencias de esa violencia que ha marcado a generaciones.

El grupo mexicano Teatro de Sombra repite actuación con una obra plenamente colombiana, creada tras su encuentro con La Ciudad de las Mujeres, una villa construida en Turbaco (no muy lejos de Cartagena de Indias) por las mujeres desplazadas del conflicto. Pequeños territorios en reconstrucción, que tiene mucho de documental, y así se aprecia en escena, es, según sus creadores "un antiespectáculo", como Baños de Roma y también, "una pieza de antropología teatral".