La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

Flamenco

El 'Calentamiento' de Rocío Molina: erotismo, miedo y espiritualidad

La bailaora malagueña estrena un nuevo espectáculo en el Centro de Danza Matadero de Madrid. La acompañan Pablo Messiez y Niño de Elche en la dirección escénica y musical.

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Suele producirse al término de la representación, que es el momento de cruzarse las miradas de los espectadores a la salida de una ceremonia que no ha dejado indiferente a nadie.

Es entonces cuando en el entorno se genera una serie de interrogantes sobre lo que ha podido parecer enigmático, sobre unas claves de inaccesible codificación, incluso acerca de lo sorpresivo.

Pero en todo caso algo conmovedor y que por supuesto no es espurio, todo lo contrario, ya que lo que acaba de ocurrir es de tal magnitud que se convierte en una realidad tangible, orgánica, aunque sea una realidad que corresponda a otra dimensión.

Sin embargo, lo que hemos visto de Rocío Molina (Torre del Mar, 1984) en el escenario no son momentos oscuros, sino de una radiante luminosidad. Es sincera hasta el despojamiento, no se guarda nada, lo da todo, y su claridad nos deslumbra a través de un lenguaje tan vivificante como perturbador.

Ahora le toca el turno a Calentamiento, que estrena este sábado en el Centro de Danza Matadero, de Madrid, y que podremos ver hasta el 23 de noviembre. Es un espectáculo dirigido y coreografiado por la propia Rocío Molina, con la codirección y textos de Pablo Messiez y la dirección musical de Niño de Elche.

La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

Sólo el título ya comporta varios estratos interpretativos y se sitúa en un ángulo que da paso a bifurcaciones y a la perplejidad, pero que en principio lo ubicamos en el terreno dancístico, como situación previa a la incertidumbre de una actuación, un abismo en el que Rocío Molina se desenvuelve con toda soltura, aunque se ignore lo que va a ocurrir después del ‘calentamiento’.

“Nunca se sabe. El título ya es bien explícito, pero es verdad que cuando la cosa se calienta, pues ahí puede ocurrir lo inesperado. Ya sabes cómo es esto de las energías, los cuerpos y el flamenco, que de lo que se trata es de pillarlos en caliente y si no, pues calentarlos para que entren en ‘estado de gracia’” [risas], dice Molina.

“Yo me centro mucho en lo que los flamencos llamamos ‘la tabla de pies’. Es mi base, sin ella no puedo empezar a bailar”

Hemos visto calentar a bailaores y bailaoras antes de un espectáculo, y realizan una serie de ejercicios corporales de una severidad extrema, que exigen una atención tan absoluta que altera sus rostros. Es como prepararse para algo que es una incógnita.

“Sí, es la transformación, y todo lo que conlleva. Es una observación muy bonita la tuya, porque lo primero que afecta es al rostro. Es verdad que cuando empezaba a hacer calentamientos delante de Pablo Messiez, en lo que más se fijaba, lo que le terminaba emocionando, era la transformación del rostro, de la propia mirada, y luego la del cuerpo, de lo que sucede, del sudor, de la potencia, de lo que se empieza a detectar... Resulta muy curioso, es muy poético, y encierra también un gran misterio”.

La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

La bailaora Rocío Molina. Foto: Adrián del Campo

Claro que cada uno utiliza sus métodos, su manera de enfrentarse a un proceso que puede parecer mecánico, aunque realmente se trate de algo oculto que forma parte del espectáculo y donde puede suceder lo imprevisto.

“En mi caso, al principio hay una concentración obsesiva. Aparece el silencio, no hablo y pongo el foco hacia algo importante que va a pasar, ya sea cocinando o barriendo mi casa o en un avión de camino a la ciudad donde tenga que actuar. Y llegar, familiarizarte con el espacio, comunicarte con el teatro, que es otro tipo de calentamiento. Yo me centro mucho en lo que los flamencos llamamos ‘la tabla de pies’. Es mi base, sin eso no puedo empezar a bailar, ya que consiste en la colocación del cuerpo y su preparación para ese estado”.

Pero no solo es de carácter físico, porque en esa fase, aunque mucho más recóndito, hay también un trabajo interno, espiritual, que es el soporte que sustenta la preparación.

“Para mí es casi lo más importante. Que no me pille desprevenida cuando llegue el momento; sé que me preparo para algo fundamental y debo intentar que nada enturbie lo que va a acontecer a mi alrededor. Procuro llegar lo más limpia, lo más pura posible, porque ese momento es fuerte, hay un cambio, un impulso, como una especie de transmutación que requiere no solo estar concentrada, sino esperar a que llegue lo divino y la inspiración, que nunca tienes el control de eso, eso aparece más o menos, pero una va conociendo ya los truquitos para que suceda”.

La huella que va dejando la bailaora malagueña es inmensa a lo largo de una obra capital que marca una trayectoria inabarcable como resultado de una fuerza creativa volcánica. Dieciocho títulos que le han proporcionado galardones como Talía, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Positano Léonide Massine, Max, Nacional de Danza, León de Plata de la Bienal de Venecia, The UK National Dance Award.

El baile de Rocío Molina siempre invita a la reflexión porque nos traslada a otros ámbitos y porque nos descubre universos que no solo ella transita, sino que al recibir ese impacto como consecuencia de su poderosa capacidad de transmisión nos hace partícipes de esa aventura hacia lo desconocido.

El espectáculo Calentamiento se expresa en distintos niveles: “La obra incluye toda la parte más erótica, más de seducción, que va tan ligada al imaginario del flamenco. Asimismo, el calentamiento quita el miedo previo a lo inexplorado. Me ancla a la tierra. Es fundamental para que luego el cuerpo pueda tirar para arriba y se pueda elevar todo lo que quiera”.

Este espectáculo no tiene su origen en una idea más o menos ingeniosa, sino que, partiendo del gran tema de la soledad, surge la búsqueda del alivio, tanto espiritual como físico, incluso relacionado con el flamenco.

“Hasta que decidí que mi forma de alivio estaba en el calentamiento, y comprobé que, si no lo hago, no conecto con la tierra y con lo divino. Así fue hasta que entendimos que era un no parar de calentar. Luego empezamos a darnos cuenta de que era una especie de miedo a parar, no vaya a ser que algún día no quiera volver a empezar. Y eso significa también miedo a la propia muerte”.