The Hives, en el Movistar Arena de Madrid. Foto: Christian Bertrand.

The Hives, en el Movistar Arena de Madrid. Foto: Christian Bertrand.

Música

The Hives proporciona un espectáculo de sala punk en el Movistar Arena de Madrid

El grupo sueco incendia la capital con una lección de arrogancia, precisión y rock sin adulterar. Veinte años después, su desparrame sigue siendo puro método.

Más información: Quique González: "Al principio pensaba que tocaría en sitios enormes, pero la vida te pone en tu sitio. Y así está bien"

Publicada
Actualizada

Actúan The Hives en Madrid. ¿Qué se espera? Poco más que un punk rock sin adulterar: algún que otro escupitajo, mucho brinco y una banda de chaquetas luminosas que convierten el Movistar Arena de Madrid en una sala entregada y peleona. Todo encabezado por Pelle Almqvist, el líder del grupo, que no dejó de azuzar al público, de hablar en español y de convertir la noche en una verbena de barrio.

Entre camisetas de The Clash, melenas de los Ramones y botas de cuero al estilo Joe Jackson, este grupo navegó transversalmente por ese océano de estilos, siempre buscando el jolgorio y el disfrute de los asistentes.

The Hives apareció en el escenario con la seguridad de quien no viene a ganarse a la audiencia, sino a recordarle que ya la tenía ganada desde hace veinte años. "We are The Hives, your new favorite band!”, gritó con sorna Almqvist antes de que sonara el primer riff de Enough Is Enough, una declaración de intenciones tan rotunda como su esmoquin-camerino.

La banda sueca llevaba años sin tocar en la capital como cabeza de cartel -demasiados para su legión de fieles que aún veneran aquel Veni Vidi Vicious (2000)-, y su regreso llegaba con The Hives Forever Forever The Hives, que da nombre a la gira y que remite al anterior, The Death of Randy Fitzsimmons, dos álbumes que recuperan la urgencia de sus inicios.

Desde el arranque, todo fue electricidad sin preámbulos. Walk Idiot Walk levantó los brazos de la pista (único espacio abierto en la multisala madrileña), Rigor Mortis Radio constató que los nuevos temas funcionan en directo con la misma contundencia que los viejos, y Paint a Picture o Main Offender dejaron claro que The Hives no entienden de medianías: cada canción es un asalto; cada pausa, una provocación medida.

Y Almqvist, maestro de ceremonias y predicador del exceso, se adueñó del público madrileño con la mezcla exacta de chulería y humor que lo ha hecho inmortal en los escenarios. “Sois la mejor audiencia del mundo… aunque suelo decirlo en todas las ciudades”, bromeó antes de Born a Rebel, entre gestos teatrales y reverencias a su guitarrista y hermano, Nicholaus Arson, quien parecía dispuesto a incendiar su instrumento a base de poses y descargas.

La complicidad entre ambos sostiene el espectáculo: uno grita, el otro incendia, y el resto de la banda -The Johan and Only al bajo, Vigilante Carlstroem a la guitarra y Chris Dangerous a la batería- mantiene el ritmo marcial de una maquinaria perfectamente engrasada. Stick Up y Bogus Operandi, dos de los cortes más celebrados del nuevo disco, confirmaron que la energía de The Hives no se ha domesticado con los años.

Contra todo pronóstico, el punto álgido llegó, como era previsible, con Hate to Say I Told You So. El público, mezcla de nostálgicos y nuevos conversos, coreó cada verso como si se tratara de un villancico alternativo. Almqvist, consciente de la euforia, se paseó entre las primeras filas como un mesías ácrata, repartiendo miradas cómplices y órdenes imperativas: “¿Estáis bien?”, preguntó, prohibiendo el silencio entre temas y rememorando sus primeras actuaciones en festivales multitudinarios.

El mejunje de punk y la picardía de la formación siguieron hacia una apoteosis final. O.C.D.O.D. y I’m Alive mantuvieron la tensión. Here We Go Again y Countdown to Shutdown sellaron su don para el estribillo infeccioso. Y Come On!, ese trallazo minimalista que parece hecho para incendiar festivales, preparó el terreno para Tick Tick Boom, el cierre inevitable antes del bis.

Cuando el último estallido de guitarras resonó en el recinto, The Hives ya habían ganado otra vez después de alentar repetidamente a los congregados con frases en un español más que aceptable.

Tras el parón, volvieron con Legalize Living y Bigger Hole to Fill, que sirvieron como catarsis colectiva: algo de sudor, saltos y una ovación sostenida que se alargó hasta la apoteosis final. ¡The Hives Forever Forever The Hives¡, título que suena menos a broma que a manifiesto, fue la despedida.

En su universo, la parodia es una forma de sinceridad: solo creen en ellos mismos, y eso basta para arrastrar a miles de personas a la misma fe momentánea. Incluso si tal hazaña implica dejar de lado el orden natural de las cosas y encauzar una despedida con tres temas más secundarios.

Porque The Hives, 20 años después de irrumpir como unos hooligans bien vestidos del garage-rock, han encontrado el secreto de la permanencia: no en la reinvención, sino en la constancia del desparrame. Su estética sigue siendo la misma, sus movimientos calculados, sus discursos tan delirantes como lúcidos. Pero en 2025, en una escena donde el rock parece un género de museo, su teatralidad adquiere un valor casi político: no hay artificios, sólo insolencia y ritmo.

Una fórmula que huele a antiguo, pero se mantiene sin fecha de caducidad. Que recuerda a una sala de empujones y jaleo arengados por un frontman como Almqvist, que lanza su micrófono al aire antes de desaparecer del escenario entre luces estroboscópicas. Y que no da lugar a dudas: The Hives sigue siendo una banda que no se explica, se vive. Y Madrid, rendida y exhausta, lo entendió perfectamente. Fuera en un gran recinto o en un local periférico.