La cantaora Leo Power y el guitarrista José Carlos Gómez en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

La cantaora Leo Power y el guitarrista José Carlos Gómez en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

Música

Los flamencos de Cádiz ahuyentan las sombras del Congreso de la Lengua con un sabroso show ultramarino

'Americádiz' deslumbra en el Teatro Municipal de Arequipa. El flamenco y los cantes de ida y vuelta vertebran la narrativa de un proyecto singularísimo.

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El poeta Manuel Machado escribió hace un siglo: "A todos nos han cantado / en una noche de juerga / coplas que nos han matado". Lo clavó, nadie lo duda, pero esta vez las coplas nos han resucitado. El misterioso e incomparable arte de Cádiz, uno de esos regalos que la vida sirve en bandeja a quien sabe degustarla, espantó los nubarrones que desde el lunes recubren la ciudad de Arequipa, célebre por su inmenso cielo habitualmente despejado.

Los que acudimos al imponente Teatro Municipal de la ciudad peruana olvidamos durante una hora y media la amarga polémica que ha marcado el Congreso de la Lengua. La cantata flamenca Americádiz casi pasaba desapercibida en una programación pletórica de sesiones plenarias y actos solemnes, pero los académicos tuvieron que rendirse a la pureza de la cultura popular hispanoamericana a través del viaje ultramarino que propuso el investigador gaditano Javier Osuna.

Un guitarra (José Carlos Gómez), un bailaor (Juan Ogalla) y una cantaora (Leo Power). Nada más, pero nada menos. Un cuadro flamenco singularísimo al servicio de un proyecto que, a través de sus dos narradores –el poeta y periodista Juan José Téllez, que también recitó versos, y el propio Osuna–, desgrana la historia de los cantes de ida y vuelta, que arraigan en Cádiz en la segunda mitad del XIX. El flamenco contaminado de sones latinoamericanos y viceversa –el tango porteño también le debe al tango de aquí–, una riquísima retroalimentación.

Un mínimo apunte histórico: Desde que la Casa de la Contratación del Consejo de Indias se trasladara de Sevilla a Cádiz en 1717, la Tacita de Plata fue la puerta de embarque para viajar a América. "Home, date cuenta que en aquella época para uno de Cadi era más fácil embarcarse pa' La Habana que ir a Madrid", habría dicho en algún momento el gaditano Marcos Zilberman, de la mítica peña Los Dedócratas.

Por eso no es tan extraño que la petenera hunda sus raíces en Veracruz. Ni que la guajira sea también un palo flamenco. "Me gusta por la mañana / después del café bebío / pasearme por La Habana / con mi cigarro encendío", cantó Manuel Escacena. Algunos gaditanos partían a América tiesos, pero regresaban llenos de riqueza musical. Así el tango, pasado por el filtro de la negritud africana, se convirtió en tanguillo –con arte más gaditano–, y lo mismo valía para iniciar un repertorio de carnaval que para abrochar una fiesta flamenca.

La cantaora Leo Power en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

La cantaora Leo Power en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

Todos estos datos se nos iban suministrando aderezados con los versos de Téllez, que también leyó a Vallejo, a Nicolás Guillén –"Tendida en la madrugada, la firme guitarra espera"–, a Neruda y a Benedetti. Pero también a Paca Aguirre y Fernando Quiñones, paisano. El texto que contextualiza el viaje transatlántico tiene el sabor fresco de la mejor poesía, aunque no sean versos los que se declaman.

Entre tanto, la música nos iba meciendo de una orilla a otra. A veces los acordes de Gómez sugerían los sones antillanos, otras era Leo Power quien nos estremecía con su quejío esencial –de "La Llorona" a las alegrías de Cádiz pasando por unas irresistibles colombianas– y siempre Ogalla desataba la aclamación del respetable con su baile profundo.

Los cantes vertebran la narrativa de esta original propuesta, cuyo hilo conductor son los sones de ida y vuelta y, sin embargo, tiene en las palabras su verdadero tesoro. Convencidos estamos de que no se ha citado en ninguna mesa redonda del Congreso más términos propiamente latinoamericanos que ayer en el Municipal de Arequipa.

El espectáculo, de vocación transversal, se hace también eco de la historia social del flamenco y de los cantes que vinieron de ultramar. "Aquí aprendimos a pedir perdón en quechua", nos recordó Téllez, porque estamos en América Latina, que es nuestra pero era de ellos. Descubrimos cómo eran entonces los viajes transoceánicos, que Cádiz fue refugio de exiliados latinoamericanos y que Paco de Lucía incorporó el cajón peruano al flamenco tras escuchar una actuación de Chabuca Granda en una fiesta organizada por la embajada de Perú.

El bailaor Juan Ogalla en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

El bailaor Juan Ogalla en un momento de la cantata flamenca 'Americádiz', celebrada en el Teatro Municipal de Arequipa durante el X Congreso Internacional de la Lengua Española. Foto: Instituto Cervantes / Alejandro Cana

"Somos los flamencos, también fuimos víctimas", desliza también el poeta gaditano. Y apunta que "esa música viene de la tierra, del conflicto, es ciega como las raíces", para recordar que en una noche de 1749 se inició una brutal represión contra los gitanos, expulsados a las minas de azogue. Y que estos emprendieron un motín armados de clavos y puñales. Quién podría negar que "el cante es una forma rara de conservar la vida".

Americádiz vino a confirmar que el cante, además, tiene poderes de resurrección. Crepitan en la memoria pasajes insuperables del espectáculo: la coda al baile por alegrías del bailaor Ogalla, por ejemplo, y el colofón, con todo el cuadro interpretando al tiempo, y por bulerías, la eterna Ciudad Blanca. Sabor y gaditanía. La identidad, nuestra historia. Pa' tirarse por el volcán Misti de Arequipa. Qué barbaridad.