Bob Dylan con Joan Baez durante un concierto de la gira «Rolling Thunder Revue» (1975-76). Foto: Netflix

Bob Dylan con Joan Baez durante un concierto de la gira «Rolling Thunder Revue» (1975-76). Foto: Netflix

Música

La gira fantasma de Bob Dylan: 50 años de la Rolling Thunder Revue

Fue un carnaval itinerante, un acto de fuga, un teatro ambulante. En 1975, Dylan rompió las reglas del rock y reinventó la gira como un experimento poético entre la máscara y la verdad.

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Hace ahora cincuenta años, Bob Dylan se pintó la cara de blanco, se puso un sombrero con flores y salió de gira. No era una gira cualquiera. Se llamó Rolling Thunder Revue y fue, en palabras de algunos de los que estuvieron allí, "más una expedición teatral que una tournée de rock al uso". Dylan no quería estadios ni multitudes histéricas. Quería algo algo más libre. Algo más suyo.

A su alrededor reunió a una troupe tan heterogénea como imprevisible: Joan Baez, Allen Ginsberg, Ramblin’ Jack Elliott, T-Bone Burnett, Scarlet Rivera, Ronee Blakley, Mick Ronson —sí, el guitarrista de Bowie—, y hasta el dramaturgo Sam Shepard, a quien Dylan contrató para "tomar notas" sin más instrucciones. Lo que nació de ese torbellino fue una gira mítica que todavía hoy oscila entre la leyenda, la parodia y la iluminación.

La Rolling Thunder Revue fue tan poco convencional que ni siquiera tuvo una estructura fija. No se anunciaban las fechas con demasiada antelación, los lugares eran teatros pequeños y pueblos olvidados por las grandes estrellas, y en el escenario todo podía pasar. Entre el 30 de octubre y el 8 de diciembre de 1975, se celebraron 31 conciertos en 25 ciudades del noreste de Estados Unidos y Canadá. Una noche abría Dylan con When I Paint My Masterpiece, al siguiente recitaba Ginsberg, luego Baez tomaba el micrófono y, si había suerte, Joni Mitchell aparecía de improviso.

Dylan hablaba de la gira como "una caravana", algo que evocaba más a los espectáculos de vodevil o a las compañías ambulantes que recorrían Estados Unidos en los años 20 que a la industria musical de los setenta. Lo cierto es que Dylan estaba buscando aire. Tras la gira masiva de 1974 con The Band, necesitaba volver a una forma más directa y humana de conectar con su público. Algo menos ruidoso. Más vulnerable. Y por eso, quizás, decidió pintarse la cara de blanco: no para esconderse, sino para que pudieran ver sus ojos, como él mismo dijo después.

El maquillaje no fue el único gesto performativo. La Rolling Thunder Revue fue también una especie de performance continua. Todo estaba cargado de símbolos, de teatralidad, de una especie de ironía salvaje. En un momento dado, Dylan incluso intentó que los músicos usaran máscaras de plástico en el escenario. Solo aguantaron una canción. Luego las dejaron en el suelo y siguieron tocando It Ain’t Me Babe como si nada.

Fotograma del documental de Scorsese en el que se ve a Dylan en pleno caos

Fotograma del documental de Scorsese en el que se ve a Dylan en pleno caos

Pero esa pulsión surrealista —esa mezcla de juego, provocación y poesía— fue el verdadero motor de la gira. Durante un concierto en Hartford, Connecticut, un espectador gritó "¡Toca Like a Rolling Stone!", y Dylan respondió: "Esta noche no hay pasado. Solo presente".

Se le vió más expresivo y excéntrico que antes y más de lo que jamás se le vería, algo que los fans atribuyen al gran consumo de sustancias que Dylan tenía por aquel entonces. 

Huracán

Entre octubre y diciembre de 1975, Dylan estrenó en directo buena parte del repertorio que luego formaría su álbum Desire, publicado en enero del 76. Isis, One More Cup of Coffee, Oh, Sister y Romance in Durango nacieron, en realidad, sobre los escenarios de la Revue, con los arreglos llenos de furia y lirismo que aportaban Rivera al violín, Ronson a la guitarra y la sección rítmica que se consolidó como The Alpha Band.

El álbum vendió más de un millón de copias y alcanzó el número 1 en las listas estadounidenses. Y todo se gestó, en gran medida, sobre la marcha, en hoteles y camerinos. El caos era tal que en más de una ocasión los músicos no sabían en qué ciudad tocaban. En Niagara Falls, una confusión logística hizo que parte del equipo llegara al lugar equivocado. A Dylan le dio igual: se sentó en la acera con Ginsberg y se pusieron a cantar Cántico de las Criaturas en italiano.

El 8 de diciembre, la gira llegó a su punto culminante en el Madison Square Garden de Nueva York. Fue el concierto benéfico por Rubin "Hurricane" Carter, el boxeador injustamente encarcelado por un crimen que no cometió. Dylan había compuesto una canción en su honor —"Hurricane"— que se convirtió en uno de sus temas más combativos.

Joan Baez y Bob Dylan con las caras pintadas en los camerinos de un concierto. Foto: Netflix

Joan Baez y Bob Dylan con las caras pintadas en los camerinos de un concierto. Foto: Netflix

Aquella noche subieron al escenario Roberta Flack, Muhammad Ali, Joni Mitchell y un puñado de activistas. Se recaudaron más de 100.000 dólares para la defensa de Carter. La noche fue filmada casi íntegra, y se convirtió en uno de los momentos clave del documental posterior de Martin Scorsese.

Todo lo que ocurrió entre bambalinas quedó registrado en más de 100 horas de metraje. Dylan lo grabó todo: ensayos, conversaciones, viajes en autobús, encuentros en moteles, discusiones creativas. Parte de ese archivo se usó para Renaldo and Clara (1978), una película laberíntica, a medio camino entre la ficción y el diario de ruta. Pero fue en 2019 cuando el material cobró una nueva vida con Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, el documental que dirigió Scorsese y que mezcló entrevistas reales con falsedades evidentes.

Una de las más comentadas: la supuesta participación de una jovencísima Sharon Stone como asistente de vestuario, enamorada de Dylan y fan de Kiss. Era mentira. Un invento completo. Pero nadie se quejó. Porque en el universo de la Rolling Thunder, la mentira también era una forma de verdad.

El espíritu de la gira fue ese: impredecible, poético, contradictorio. Dylan no era un cantautor dando conciertos, era un personaje interpretándose a sí mismo, o quizás parodiándose, o quizás huyendo de todas las versiones anteriores de sí mismo. En una entrevista reciente, dijo que apenas recordaba la gira. "Fue como si no hubiera nacido aún", comentó con una sonrisa enigmática. Pero los que estuvieron allí no la han olvidado.

Cincuenta años después, ese experimento ambulante sigue resonando como una rareza luminosa en la historia de la música popular. Fue una gira hecha de canciones nuevas y viejos himnos, de poesía beat, máscaras, discusiones, polvo de carretera, compromiso político y libertad absoluta.

Fotograma del documental de Scorsese en el que muestra a un Dylan irreconocible pero con esa melancolía característica

Fotograma del documental de Scorsese en el que muestra a un Dylan irreconocible pero con esa melancolía característica

Fue también una gira hecha de amigos —algunos viejos, como Baez; otros encontrados por azar, como Scarlet Rivera, a quien Dylan vio por la calle con un estuche de violín y le pidió que subiera al coche sin más—. Fue una gira que no se parecía a ninguna otra. Y quizás por eso, porque no respondía a ninguna fórmula, porque fue puro caos, improvisación y deseo, la seguimos recordando como uno de los momentos más intensos y extraños en la carrera de Bob Dylan.