Bob Dylan en Róterdam, Países Bajos, el 23 de junio de 1978. Foto: Chris Hakkens

Bob Dylan en Róterdam, Países Bajos, el 23 de junio de 1978. Foto: Chris Hakkens

Discos

'Blood on the Tracks' cumple 50 años: el disco de Bob Dylan en el que cada canción es un enigma

El bardo de Minnesota publicó en 1975 un álbum por el que no pasa el tiempo y que admite tantas lecturas como personas lo escuchen. Así son las obras maestras.

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Benjamín Prado
Publicada

Cualquiera que las oiga sabe que las canciones de Blood on the Tracks están entre las mejores que ha escrito Bob Dylan, pero el resto es un misterio. Cada una de ellas es un enigma que admite tantas lecturas como personas la escuchen: las obras maestras son indefinibles, por eso soportan el peso de tantas opiniones y teorías.

Su autor siempre ha dicho que las escribió como si las pintara y, de hecho, lo hizo mientras asistía a las clases que daba en su taller de Nueva York el artista judío Norman Raeben, originario de Ucrania e hijo de un célebre poeta yidis. Dylan declaró en su momento que el número que abre el trabajo, Tangled Up in Blue, lo escribió “a pinceladas” y durante casi dos años, hasta que encontró el modo de que “los trazos inconexos formasen un todo”.

Se supone que el disco en su conjunto habla del naufragio de su matrimonio, pero Dylan afirma: “Lo que se cuenta en Blood on the Tracks no tiene ninguna relación conmigo”. Incluso ha llegado a dejar caer que, en realidad, se trata de versiones de los cuentos y obras de teatro de Chéjov: “El disco entero está basado en él, pero la prensa dijo que era a autobiográfico, pues muy bien”.

Lo cierto es que Dylan y Sarah se habían distanciado en la gira que supuso la vuelta a la carretera del músico junto a The Band, con quien formó un grupo inolvidable del que, por cierto, ya es el único superviviente: Robbie Robertson, Levon Helm, Rick Danko, Richard Manuel y, desde hace muy poco, Garth Hudson, ya no están en este mundo.

A ella le aburría estar de concierto en concierto y no le gustaba que su esposo volviera a las andadas del rock & roll, así que, al terminar la gira, él se fue sin ella a su granja de Minnesota, con sus hijos y con su hermano David Zimmerman, y allí comenzó a escribir el disco. Estamos en el otoño de 1974 y se oyen caer las hojas sobre las canciones. “Mucha gente me ha contado que ese álbum le gusta”, confesaría, “así que debe de ser que les agrada esa clase de dolor”.

Cuando tenía las canciones más o menos acabadas, fue a grabarlas a un estudio de la Gran Manzana, el mismo donde había registrado alguna de sus creaciones más conocidas, algo simbólico y que probablemente tenga que ver con el hecho de que Blood on the Tracks suponía su retorno al sello Columbia, tras haber fichado por Asylum y publicado allí otra obra joya, que además fue uno de sus raros números uno en las listas de éxitos, Planet Waves, y el directo Before the Flood. El hijo pródigo había vuelto tras convencerse, en sus propias palabras, de que en la competencia
“no querían su música sino a él.”

Tras aquellas sesiones, Dylan se fue a pasar la Navidad con los suyos a Minnesota y eso le hizo replantearse algunos versos e ideas. Además, tampoco estaba satisfecho, de manera que se marchó a otra ciudad, Minneapolis, se metió en otros estudios, con una banda distinta, y grabó nuevas versiones, menos oscuras que las primeras. Lo que conocemos es una mezcla de las dos cosas. Aunque también se han publicado tomas diferentes en sus famosas Bootleg Series.

En lo personal, Sarah –a quien luego intentaría reconquistar con la canción que lleva su nombre en el siguiente álbum, Desire, volviéndosela a llevar de gira en la Rolling Thunder Revue y haciéndola aparecer en la película Renaldo y Clara– seguía dando la callada por respuesta y él trató de volver con Suze Rotolo, su antigua novia inmortalizada en la cubierta de The Freewheelin’ y que podría ser la protagonista de Simple Twist of Fate, esa mujer “a la que él busca por los muelles donde deambulan los marineros / soñando con que ella lo vuelva a elegir”.

Al final, Dylan empezó un romance con una joven de su casa discográfica, Ellen Bernstein, que es de quien habla en You’re Gonna Make Me Lonesome When You Go, como la interesada ha contado con todo lujo de detalles. “El amor era rudo y daba golpes bajos / pero ahora da en la diana”, canta Dylan, y sigue: “mis relaciones han sido un desastre / han sido como la de Verlaine y Rimbaud”, que acabaron a tiros.

Sin embargo, con Dylan nunca se puede estar seguro de nada. ¿De qué trata otra de las genialidades de Blood on the Tracks, la iracunda Idiot Wind? Puede que hable de sus peleas conyugales y esté dictada por el rencor –“eres tan necia / que resulta increíble que aún te acuerdes de cómo respirar”–; o que sea un ataque a la prensa que aireaba su intimidad; o una referencia al escándalo de moda por entonces, el Watergate: “hay un viento idiota que sopla desde el embalse del Grand Coulee hasta el Capitolio”. O hasta es posible que el título provenga de Macbeth, donde Shakespeare define la existencia como “un cuento contado por un idiota”. Cuando todo es posible, es porque nada es toda la verdad.

Por supuesto, el disco tiene sus curiosidades, por ejemplo que temas como Lily, Rosemary and the Jack of Hearts sólo los haya interpretado en directo una vez en toda su carrera; tiene para mí una clave personal que Shelter From the Storm se convirtiera en mi libro Cobijo contra la tormenta después de haberle pedido permiso para usarlo al propio Dylan, cuando hablé con él en Sevilla.

También tiene sus anécdotas. Mi favorita es la que se produjo durante la grabación de Meet Me in the Morning, un blues donde canta: “Mira el sol hundirse como un barco / y no digas que no te recuerda a mi corazón”. Cuando estaban metidos en faena, se presentó en el estudio Mick Jagger y se quedó hipnotizado por esa canción en la que le parecía ver el fantasma de Muddy Waters, tan importante en los comienzos de los Rolling Stones, así que fue animándose y tras beber más de la cuenta empezó a suplicarle a Dylan que le dejara hacer algo en ella, unos coros o, mejor aún, tocar la batería, pero su colega no pasó por el aro. Una lástima, creo yo.

De todas formas, Jagger no se lo tuvo en cuenta, han vuelto a actuar juntos en varias ocasiones y hace poco él y Keith Richards han contado que en su último elepé, Hackney Diamonds, estaban de acuerdo en que el vocalista “tenía que copiar a Dylan, hacerlo de esa manera tan cool y encantadoramente imperfecta en que lo hace él”.

Blood on the Tracks cumple cincuenta años y ninguno: no parece haber pasado un solo minuto por él. Los críticos llevan esas cinco décadas discutiendo si el poeta italiano que se menciona en una de las estrofas es Petrarca o Dante y el premio Nobel de Literatura que es Bob Dylan suele cambiar esa línea en sus directos para sustituirla por Baudelaire. Arrepentirse no siempre es de sabios: lo que es de sabios es cambiar algo y que las dos veces sea una obra maestra. Es decir, lo que Dylan lleva haciendo toda la vida.