Image: Alan Curtis

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Música

Alan Curtis

"Al público hay que sorprenderlo, no ahuyentarlo"

3 julio, 2009 02:00

Alan Curtis

El director estadounidense Alan Curtis acude el próximo jueves a su ya habitual cita con el Festival Via Stellae de Santiago de Compostela. Lo hará con una revisión historicista de la ópera Ezio de Händel, compositor que desde hace una década le une en afinidades con la escritora Donna Leon.

E n algún punto a las afueras de Florencia una casona de piedra sirve de refugio al director, clavecinista y musicólogo Alan Curtis (Michigan, 1934). De California, donde comenzó su carrera como solista, añora "la familia, los amigos y la manteca de cacahuete". No lo dice con la suficiencia de quien ostenta desde hace 30 años una de las mejores Variaciones Goldberg del catálogo, sino con la satisfacción de quien ha encontrado su lugar en el mundo. "Tengo un temperamento mediterráneo, éste es mi sitio", alega con orgullo para después explayarse en un sarta de afinidades entre la costa oeste de Estados Unidos y la región toscana en donde se dedica de pleno al repertorio dieciochista. El próximo jueves regresa con Il Complesso Barocco al Festival Via Stellae de Santiago de Compostela con Ezio, su última perla händeliana.

-Dicen algunos historicistas que Händel no necesita aniversario. ¿Qué opina usted de eso?
-Es cierto que siempre se ha programado. Pero mentiría si dijera que 2009 es un año corriente. He dirigido junto a Il Complesso Barocco mis primeros Mesías y Teodora en España. Y hemos grabado para Deutsche Grammophon sendas versiones historicistas de Ezio y Alcina.

-¿Y cuánto Händel queda aún por descubrir?
-Tenemos en nuestra agenda de 2010 Giove in Argo, de la que se han hecho revisiones más o menos afortunadas sobre la reconstrucción original de John H. Roberts. Será todo un reto técnico: por el pasticcio y el carácter inacabado de la obra. Pero es sobre todo en el aspecto vocal donde Händel es una búsqueda constante. No escribía para la categoría de voces que tenemos hoy, sino individualmente, para cada cantante. Por eso, el éxito de sus óperas no radica tanto en el caché de las voces como en su idoneidad.

-Porque ¿quién emite las licencias para "revisar"?
-Es un trabajo complicado, en el que dependes mucho de la tradición. Claro que hay mucha tradición mal entendida. Si Händel fuera testigo de la monumentalidad con que se tratan hoy las voces de su Mesías, seguramente le daría un pasmo. El verdadero compromiso no consiste en ceñirse a lo que se ha venido haciendo, sino en averiguar lo que hay escrito en cada página. Sobre todo los tempo. Te encuentras con un andante tachado y un allegro escrito al lado. Si abordas esa aria sólo como allegro, y no como un allegro casi andante, no estás siendo fiel. Versionar es el arte de la sfumatura, el extracto de las esencias.

-Esencias que no siempre caben en un disco compacto...
-Los discos siguen compensando un déficit importante de programación del repertorio barroco. Pero no hay motivos para no ser optimistas. Todavía recuerdo cuando vender 500 copias era toda una hazaña. Las grandes discográficas han cambiado nuestras expectativas. Y ocurre, además, que los discos terminan siendo algo orgánico , con poder de convocatoria.

-¿Cómo se explica que actualmente se escenifiquen con mayor frecuencia los oratorios que las óperas de Händel?
-Eso mismo me pregunto yo. A ciertos directores de escena les pediría amablemente que se dedicaran a hacer mejor su trabajo y dejaran en paz los oratorios. Lo de la dictadura de la escena no es ninguna broma. Hay que sorprender al público, no ahuyentarlo.

-¿Y qué tienen las óperas barrocas, por lo general, que el público no sabe si reír o llorar?
-Su ambigöedad es el eje de la acción. Una suerte de lenguaje que permite hablar de las amantes del rey de Inglaterra sin arriesgar demasiado en el intento. Porque todo queda en una broma y todo es serio al mismo tiempo. Para Händel las emociones no son colores primarios. En sus óperas no hay arias felices y tristes. Sino un rico espectro de sutilezas.

-Dicen que esconde en su casa de Florencia una suntuosa colección de instrumentos...
-Estoy empezando a vender algunos ejemplares, como un piano Silbermann del siglo XVIII del que sólo se conserva otro modelo en un museo de Berlín. Es duro desprenderse de ellos, pero no tiene sentido tener instrumentos que no tienes tiempo de usar. Me conformo con conservar un clave y un fortepiano para mis ratos libres.

-Lo de llevar los ensayos de Il Complesso Barocco a una iglesia del siglo XVI ¿es una técnica más de sugestión?
-Más que caracterización, lo que me interesa de la iglesia es que está alejada de toda distracción para los músicos. En la comarca italiana donde ensayamos, los bares cierran a las 9 y los restaurantes no sirven a partir de las 10. Se come de maravilla y no hay mucho que visitar. Antes de acostarse, los músicos juegan al ping-pong o ven la tele un rato. Nada los pierde.

-Vuelve al Via Stellae con Ezio. Casi una exclusiva...
-(Risas) Uno piensa que todo lo que hace es único. Cuando me propuse recuperar Ezio ignoraba que dos personas más en Alemania pudieran compartir el mismo apetito y al mismo tiempo. Son cosas que pasan.

-Como tantas otras veces, le acompañará Donna Leon...
-Me encanta tenerla cerca. No es sólo una buena amiga, sino la instigadora de muchos de mis proyectos. Tenemos en mente una gira por Alemania sobre un bestiario con imágenes, texto y música de Händel. Congregaremos a todo tipo de fieras.

Una diversión compartida

Por Donna Leon

Conocía a Alan mucho antes de coincidir con él en una cena, hace ya más de doce años. Le había visto dirigir óperas de Vivaldi y de Mozart, había escuchado su grabación del Admeto händeliano y su interpretación como solista de las suites Francesa e Inglesa de Bach. Predispuesta como estaba a respetarlo por su música, conocerlo en persona fue otro gran descubrimiento.

En aquella primera cena, en casa de un músico especializado en el siglo XIX, conectamos inmediatamente. Los dos nos confesamos, en voz baja, nuestra predilección por Händel. Nada ha cambiado desde entonces, salvo las diez óperas händelianas que ha grabado con Il Complesso Barocco y una agenda llena de compromisos hasta 2014.

Resultaría sin duda pretencioso hablar de nuestros ideales artísticos y los elevados principios que nos mueven (asunto, en cualquier caso, imprescindible si aspiramos a conocer a Alan), pero, a decir verdad, la razón de ser de nuestra relación en estos últimos diez años no ha sido otra cosa que una diversión compartida. Alan tiene un talento nato que le permite, ante una pila de partituras, decir: "ésta es la buena". Y prueba de su infalible juicio son las grabaciones de Deidamia y Arminio de Händel -hasta entonces inéditas- o la mejor Alcina del catálogo.

Alan logra transmitir a los músicos cómo quiere que suene cada cosa. No sabría decir cómo funciona. Pero funciona. Lo atestiguan los discos, y yo misma. He visto con mis propios ojos cómo explica a los cantantes los cambios de tempo, el núcleo emocional de un aria o la pronunciación de una palabra que en el siglo XVIII significaba casi lo contrario. Lecciones éstas que van calando en los cantantes e intérpretes hasta que por fin la música recupera todo su sentido original.

Pero, más allá de su trabajo, Alan es un hombre a quien respeto y quiero. Espero pasar al menos otra década a su lado en la que siga pronunciando, frente a las partituras de Händel, sus palabras mágicas: "ésta es la buena".