Teresa Berganza mantiene una auténtica historia de amor con la música de Enrique Granados. Ha paseado sus Tonadillas en estilo antiguo por todo el mundo, dándoles un salero, una intención y al mismo tiempo una elegancia absolutamente irresistibles. El disco ha sido testigo de esta relación, desde los registros ya clásicos para Decca y DG con Félix Lavilla hasta los más recientes para Claves con Juan Antonio álvarez Parejo. Pues bien, todavía no lo había dicho todo: a esta goyesca maja, nacida en la madrileñísima calle de San Isidro Labrador, le quedaba aún que hablar; y aquí la tenemos, recitando sobre el tapiz sonoro que le brindan los ocho violonchelos de Elías Arizcuren, explicando las dotes amatorias del genial pintor aragonés.
Berganza se muestra magistral en su nueva versión de las Majas dolorosas, trágica, doliente y desgarrada, y encantadoramente coqueta en Las currutacas modestas (donde su hija, Cecilia Lavilla, forma con ella un apropiado dúo). En algún agudo muestra cierta tirantez, pero a cambio hay frases mejores resueltas que nunca (como ese difícil final de Amor y odio).
El compacto se completa con las Seis canciones castellanas de Jesús Guridi, maestro de la propia cantante, unas páginas injustamente poco difundidas a pesar de su belleza, y a las que la mezzo sabe sacarles hasta la entraña; y con una versión de El amor brujo que, aunque sea solamente instrumental, parece planear sobre ella el espíritu de la artista, con esa mezcla de sobriedad, esencia e intensidad, y que pone una vez más de relieve la enorme calidad de este conjunto ibérico que, curiosamente, está radicado en Holanda. La relación entre los músicos y la cantante (que se reconoce como un miembro más del conjunto) no podía haber comenzado en lo discográfico de un modo más fructífero. La toma de sonido es impecable.