José Vicente Moirón en 'El otro'

José Vicente Moirón en 'El otro'

Escenarios

El “otro” Unamuno, alto voltaje teatral

Un thriller psicológico con asesinato, detective y culpable. Alberto Conejero y Mauricio García Lozano nos acercan el teatro de Unamuno en 'El otro', un título que recoge claves de su obra como la religión, la locura y el existencialismo

4 marzo, 2020 10:38

“Para mí el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de mi vida, es dejar de ser el que soy; es decir, es sencillamente dejar de ser. Y esto no; ¡todo antes que esto!”. La vehemencia, la sinceridad y el combate permanente consigo mismo dominan todas las reflexiones de Miguel de Unamuno. También ésta perteneciente a Del sentimiento trágico de la vida, uno de los ensayos medulares de una obra que disecciona, con ecos nada ocultos de Schiller, Kierkegaard, Nietzsche o Shopenhauer, lo que el pensador vasco denomina la “conciencia como enfermedad”. El mundo, según Unamuno, se hace para la conciencia. Ambos, mundo y conciencia, subirán, como hiciera Calderón –con quien dialoga a lo largo de sus intensas líneas–, a las escurridizas tablas de su dramaturgia, creando personajes como Ángel (La Esfinge), Agustín (Soledad) y Cosme (o Damián) de El otro, la obra que llega al Teatro Fernán Gómez el próximo 6 de marzo en versión de Alberto Conejero (Vilches, 1978) y con dirección de Mauricio García Lozano (México DF, 1970). Para este último, nombre conocido en las programaciones de los festivales de Almagro y Mérida, estos roles “son fragilizados por el sentimiento trágico de la vida y por su enorme necesidad de explicarse”.

Guerra, culpa, enajenación

Del teatro de Unamuno no escapa nada que tenga relación con lo humano (ni aun con lo divino). Por sus obsesiones circulan, desbocados, la culpa, la guerra, la locura y la enajenación, la soledad y la angustia existencial, la maternidad, la religión como bálsamo y contradicción, la identidad, la política, lo inefable, la supervivencia… y, cómo no, el propio Unamuno, “el protagonista supremo” según García Lozano, que levita siempre sobre el epicentro de sus dramas como un santo heterodoxo e indomable. También en El otro, una suerte de thriller psicológico con todos sus ingredientes. Desde un asesinato a un presunto culpable. También nos encontramos, seducidos por el misterio, la metáfora de un país dividido y polarizado hasta el fratricidio.

Detonaciones melodramáticas

Según Conejero, también director del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, es un drama de alto voltaje filosófico y una indagación alucinada sobre la identidad: “Hay en la mirada trágica de Unamuno una enorme pulsión de vida, como si la tragedia fuera el despertar del alma”. Nos encontramos ante un teatro en el que aparecen diseminadas fuertes “cargas de detonación melodramáticas” , señala Conejero a El Cultural. Unamuno busca al espectador sin hacer concesiones a fuerza de pensar, nitzscheanamente, con el martillo. Y lo ha pagado con la inexplicable ausencia de los escenarios. García Lozano ve en El otro una forma de reivindicar el inmenso poder de este teatro: “Hay tal verbosidad y tal énfasis en la problemática personal de sus protagonistas que la acción dramática da paso a una reflexión muchas veces reiterativa que nos aleja de una verdadera identificación. No obstante, la materia de esos conflictos interiores no solo es apasionante sino que cada día está más vigente. Ir a ver El otro nos da la oportunidad de reconocer a ese demonio que llevamos dentro, a ese que creemos no ser pero con quien nos batimos a diario”.

Para Conejero, la producción teatral de Unamuno está atravesada por la idea de que el ser no se pierde en el fracasar sino que es en esa circunstancia cuando resulta perceptible. “Como afirmaba Karl Jaspers, no existe ninguna tragedia no trascendente. Unamuno escribe desde lo trágico. Es verdad que a veces los personajes pierden materia viva para convertirse en portadores de concepto pero un autor de tal calibre bien merece nuestra mirada”.

“Hay algo que une a Ibsen con Chéjov, Unamuno, Sartre y Camus hasta llegar a Beckett y Liddell”. A. Conejero

La versión de El otro que ha realizado el autor de La piedra oscura está situada históricamente al final de la II Guerra Mundial y en la postguerra española. Su intención es acentuar, de un lado, el mito cainita que vertebra el original unamuniano y, de otro, escuchar a los personajes femeninos desde posiciones más abiertas y actuales. Para percibir las corrientes más ocultas de la mente de sus personajes, Conejero ha estudiado en profundidad la psiquiatría de los años treinta y cuarenta, décadas en las que brilló con luz propia el mencionado Karl Jaspers.

María Zambrano conocía muy bien la pulsiones de Unamuno. En su ensayo España, sueño y verdad analiza su sed de vivir, su hambre de ser y su pasión por existir: “Lo que distingue y señala la multiplicidad de la obra escrita de don Miguel es eso, que los diversos géneros que la integran –ensayo, novela, cuento, drama, poesía– aparecen como radios y, en ocasiones, como destellos nacidos de un recóndito centro que se va revelando, unidad que se patentiza a medida que la pluralidad de la obra se despliega”.

Sueño y vigilia

“No creo que unamuno encontrara en la España de hoy diferencias con la que le hizo escribir el otro”. M. García Lozano

Cosme, Damián, el Otro, ¿son acaso la misma persona? “Lo que esta puesta en escena busca es construir un universo donde vigilia y sueño se fundan –puntualiza García Lozano a El Cultural–, y en la que el espectador pueda atisbar la realidad a través de la percepción deformada que vive el ptotagonista. Queremos viajar al infierno de un inconsciete trastocado que no puede ni podrá explicarse. Cuando pienso en El otro se me viene a la cabeza el equilibrista sobre su alambre”.
Unamuno nunca deja de cuestionarse. En sus reflexiones siempre hay más preguntas que respuestas en torno a la identidad y a la eterna cuestión de la otredad. “¿Pero quién soy yo? ¿Quién es el asesino? ¿Quién el verdugo? ¿Quién la víctima? ¿Quién Caín? ¿Quién Abel? ¿Quién soy yo, Cosme o Damián?”, se pregunta el Otro en un momento de la obra. Conejero, que acaba de publicar el poemario En esta casa (Letraversal), escapa de esta encrucijada señalando directamente al otro que habita en nosotros: “Uno es siempre algo y otra cosa, la identidad es un camino abierto. Todo lo que intentamos silenciar busca la oportunidad de hablar. Por eso esta obra también se ocupa de la salud mental, un tema del que deberíamos hablar mucho más, tanto en la calle como en los teatros”.

La palabra como alimento

Unamuno, para María Zambrano, se presenta entonces como un mediador: “Su palabra, que sonaba desde más de medio siglo, lenta, imperceptiblemente, se había ido haciendo palabra de alimento. Palabra que circula, que pasa no ya en uno y en otro, sino de uno en otro. De uno en uno, pues que en tal género de palabra cada uno se encuentra consigo mismo, se adentra en sí mismo, y, al par que consigo, se identifica, se abre al otro, al que deja de percibir como “otro”. El otro de la mortal envidia, hija de la metafísica y aun ontológica incomunicación”.

Silvia Marty, Celia Bermejo y José Vicente Moirón durante la obra

Entonces, ¿adónde nos lleva Unamuno? ¿Qué poso deja su teatro? Parece inevitable situarlo, una vez más, como un mediador capaz de conducirnos a los conflictos de Beckett, Camus y Sartre. Conejero apunta también hacia la voz escénica de Angélica Liddell. Los “radios” de Unamuno alcanzan así las dramaturgias existencialistas más importantes del siglo XX: “A veces he pensado que el espectador íntimo de Esperando a Godot es ese Dios siempre ausente. Esa ausencia de lo sagrado, como en Unamuno, provoca angustia, pero una angustia reflexiva propia ya de la modernidad. Hay para mí algo que une al último Ibsen con Chéjov, Unamuno, Sartre y Camus hasta llegar a Beckett y más tarde a Angélica Liddell, que siempre nos empuja a buscar nuevas formas para la tragedia”.

José Vicente Moirón, Celia Bermejo, Carolina Lapausa, Domingo Cruz y Silvia Marty interpretan esta obra –coproducida por El Desván y la Junta de Extremadura– que Unamuno escribió en 1926 y que subió por primera vez a los escenarios en el Teatro Español en 1932 de la mano de Margarita Xirgu y Enrique Borrás. Una de las versiones más firmes la realizó Jaroslaw Bielski en 1995 en la extinta sala Olimpia de Madrid con Jorge Munárriz encabezando el reparto.

Morir aún más

García Lozano y Conejero actualizan así una obra capaz, con sus palabras renovadas y su audaz puesta en escena, de poner en evidencia, según García Lozano, la crisis de comunicación que vivimos en un mundo donde, paradójicamente, parecemos estar más comunicados que nunca: “La depredación del hombre por el hombre ha regido y regirá la historia de la Humanidad. Detenerse a mirar la carnicería de sí mismo cada tanto no ofrece respuestas pero acaso sí un instante de contemplación. No creo que Unamuno, de conocer la España de hoy, encontrara mayor diferencia que aquélla que le provocó la necesidad de escribir El otro”.

“¿Qué nos hemos hecho?”. Con la pregunta final Unamuno cierra una obra pero abre una tormenta interpelándonos como colectivo, como país o quien sabe si como especie. Otro, en una de sus últimas intervenciones, dispara sin piedad : “Ahora solo quedan los despojos . Los tuyos y los míos. De lo que matamos y de lo que nos mataron. Ahora solo queda repartirlos. Ahora solo quedan las manos para arrancarlos, las bocas para morderlos. Ahora solo queda que vengan a arrancarnos las piernas, los brazos. Ahora solo queda morir aún más”.