Las encrucijadas de la pareja, los silencios como denuncia, la sublimación y la alquimia de los clásicos, el grito de las periferias, los abismos cotidianos, el absurdo como herramienta, la persecución de la heterodoxia... Son algunas de las cuestiones que plantean los candidatos al XII Premio Valle-Inclán de Teatro, que se falla este lunes, 7. Nos adentramos en la excelencia de los doce finalistas y analizamos sus aportaciones. Estos actores, directores y autores optan, con sus trabajos exhibidos en la escena madrileña, al premio concedido por El Cultural de El Mundo y patrocinado por la Fundación Divinas Palabras, que preside Enrique Cornejo. Un jurado con el abogado y dramaturgo Antonio Garrigues Walker al frente elegirá en el Teatro Real, mediante el método Goncourt, al ganador de los 50.000 euros y la estatua de Víctor Ochoa con que está dotado el galardón. El teatro español, pendiente pues, de su reconocimiento más prestigioso.



Denise Despeyroux. Directora y autora. Un tercer lugar

Denise Despeyroux (Montevideo, 1974), debutante en el plantel de finalistas, empezó a despuntar en el circuito off. En él dejó huella con Carne viva, una genialidad de trama perfectamente sincronizada e hilvanada en distintos espacios. Este montaje se convirtió en un hito del universo escénico alternativo español. Aquel fenómeno alumbrado en la ya extinta Casa de la Portera la catapultó a los teatros públicos. En el CDN estrenó Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales.

¿Por qué?

Y el año pasado presentó en el Teatro Español Un tercer lugar, una nueva entrega de su fértil dramaturgia, donde convergen la reflexión metafísica, el surrealismo cotidiano y la comicidad melancólica. Despeyroux plantea un experimento extraño y arriesgado: que el humor irónico parta de un poso filosófico. En Un tercer lugar dosifica en breves capítulos esta fórmula, que en sus manos cuaja y se desarrolla con fluidez, sin caer en la pedantería y sin abaratar los dilemas existenciales de fondo. Despeyroux bordó el retrato de las incertidumbres y zozobras de la pareja contemporánea, vista por ella desde varios prismas. Hagamos memoria: Julio Cortázar, Peter Handke, Woody Allen y, sí, David Hume. Así de especial es Despeyroux, que nos enseñó el lugar donde los amantes, despojados ya de sus prejuicios, encuentran la plenitud de los sentimientos.




Pablo Messiez. Director. He nacido para verte sonreír

Sensibilidad, melancolía y humor subterráneo marcaron He nacido para verte sonreír, el texto del argentino Santiago Loza que Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) subió al escenario de La Abadía. Tanto Nacho Sánchez como Fernando Delgado-Hierro, que protagonizaron la obra junto a Isabel Ordaz en distintas fases de su periplo escénico, mostraron la intensidad y la emoción que el personaje requería, un muchacho sumido en un deliberado mutismo que se despide de su madre para ser ingresado en un hospital de la mano de su padre. Messiez, consagrado en nuestras tablas por su trabajo en
¿Por qué? Por considerar el teatro un testimonio de vitalidad y por transmitirlo con poesía
La piedra oscura de Alberto Conejero y por títulos como La distancia -la impactante historia de la escritora Samanta Schweblin en la que se indagaba también sobre el silencio premeditado-, no busca solo trasladar un texto al escenario. Su objetivo es transmitir una mirada rigurosa y poética, capaz de convertirse en testimonio de la verdad, por escondida que esté, a través de sus distintas caras y matices. "Ver a los actores pensando en escena resulta fascinante", explica a El Cultural. "Ser testigo de ese silencio y de esa quietud llena de palabras no dichas y de movimiento es algo muy atractivo. Darle tiempo a ese pensamiento supone una invitación a pensar juntos. Es una situación de gran teatralidad".




José Luis Gómez. Actor y director. Celestina

Un auténtico animal de escena. Eso es José Luis Gómez (Huelva, 1940), el artífice de tantos hitos de nuestra historia teatral en las últimas décadas en los que se incluyen los que ha impulsado desde la dirección de La Abadía, un templo donde se miman todos los ingredientes de cada montaje. Allí, en 2017, reestrenó Celestina, que había manufacturado para la Compañía Nacional de Teatro Clásico en 2016. La nueva entrega era una versión destilada de la original. El empeño de afrontar este clásico de la literatura española demuestra que la ambición artística de Gómez no merma con el paso del tiempo. Se la sigue jugando con retos mayúsculos (esta temporada, sin ir más lejos, al meterse en la piel de Unamuno).

¿Por qué?

En esta producción, además, dobló la apuesta. No sólo empuñó la batuta directorial sino que también decidió mutar de sexo para dar vida a la famosa alcahueta. Gómez se valió de su prosodia andalusí para evocar la oralidad antigua de Fernando de Rojas. Recurrió a Le carceri d'invenzioni, la serie de tenebrosos grabados de Piranesi, para armar una puesta en escena que reflejaba el miedo reinante en una sociedad amordazada por la Inquisición. Asistimos a nuestro Gran Hermano nacional, que aconteció varios siglos antes que el de Orwell. Y le inyectó a la protagonista una incandescencia luciferina que se hizo especialmente patente en la escalofriante escena del conjuro.




María Hervás. Actriz. Iphigenia en Vallecas

Productora, adaptadora y actriz, María Hervás (Madrid, 1986) volvió a demostrar su grandeza sobre las tablas con esta Iphigenia en Vallecas que dirigió Antonio Castro Guijosa en el Teatro Kamikaze. El prodigioso personaje del autor galés Gary Owen se le "apareció" durante el Festival de Edimburgo, y ya no pudo desprenderse de él por su impecable estructura, por su fuerza, por su poética y por su simbología. La obra huye de cualquier adoctrinamiento y se apoya en los mitos para redondear una dramaturgia centrada en una joven conflictiva que sacrifica su bien individual por el bien común. Iphigenia no es una princesa. Es una joven ordinaria, maleducada y con muy pocos recursos económicos.
¿Por qué? Por la fuerza e intensidad con la que dota a sus criaturas escénicas sin restarles emoción
No hay moraleja pero contemplamos el precio que hay que pagar para que una parte de la sociedad disfrute del llamado Estado del bienestar. Aunque Owen convierte lo anécdotico en universal, Hervás reelabora las geografías y traslada la acción de Splott (un barrio humilde de Cardiff) a Vallecas. Después de su excelente Confesiones a Alá -nominada al Premio Valle-Inclán en su octava edición-, es el trabajo que más composición del personaje ha necesitado por su arco narrativo y emocional. "He sido feliz al dar voz a este personaje. Irá conmigo siempre", señala Hervás a El Cultural. Al contemplar esta Iphigenia la respuesta queda, como en el verso dylaniano, flotando en el viento.




Àlex Rigola. Director. Vania

Àlex Rigola (Barcelona, 1969) tenía claro que no podía abordar a Chéjov sin alcanzar una madurez escénica y, más importante, vital. Ha esperado a frisar la cincuentana para entrar al trapo del maestro ruso. Primero montó Ivanov, su primera obra teatral larga, y luego se doctoró en los Teatros del Canal con una de sus cumbres dramáticas: Vania. La versión de Rigola logró una alquimia memorable. La hondura abisal del apesadumbrado subtexto de este clásico llegaba cristalino al público.

¿Por qué?

Muy escaso, por cierto: únicamente el que cabía en una caja de madera, que es donde le gusta meterlo a Rigola desde Who is me, su guiño a Pasolini. Es una fórmula para reforzar la sensación de intimidad de esos pocos privilegiados con con los personajes, que expresan su hastío existencial, su sensación de insectos atrapados en una tela de araña, mirándonos a los ojos, con una lucidez que desarma. Y con una sencillez que acrecienta la intensidad de su drama. El director barcelonés prescindió de salsas y adobos: no hay juegos luminotécnicos ni maquillaje. Una crudeza que traslucía sus almas.




Luis Bermejo. Actor. Vania

Luis Bermejo (Madrid, 1969) es uno de los actores españoles más inspirados y camaleónicos del panorama teatral (y cinematográfico) español. La inagotable riqueza de matices que ofrecía su mirada en El minuto del payaso, la obra de José Ramón Fernández, repuesta constantemente por su tremendo éxito, es digna de enmarcar y mostrar en las escuelas de arte drámatico. Rigola lo reclutó para interpretar a un Vania cercano, frágil, tierno, que juega al autoengaño para no hundirse en el magma de frustraciones sobre el que camina.
¿Por qué? Por encarnar la evolución de emociones radicales sin estridencias
Y Bermejo, que ya trabajó a sus órdenes en Maridos y mujeres, la adaptación escénica de la película de Woody Allen, le brindó (al director y, de paso, a todo el público) una interpretación que oscila desde la bonhomía desencantada al estallido de cólera final. Es un marcado contraste que refleja su capacidad para encarnar la evolución de emociones (y desilusiones) radicales sin incurrir en la estridencia ni en la afectación. También aprovechó Rigola su querencia por el imaginario clown: recordamos con una sonrisa la escena en que se traga las flores. Lo dicho: para enmarcar.




Irene Escolar. Actriz. Vania

Irene Escolar (Madrid, 1988) se ha convertido en una especie de musa para Àlex Rigola, que quedó abducido con su entrega absoluta en el complejísimo trabajo interpretativo que debió acometer en El público de Lorca. Salió airosa de ese texto extremadamente surreal, en el que la búsqueda de sentido puede ser una tarea ridícula más allá de la leyes poéticas que lo rigen. Rigola le quiso dar continuidad a aquel fructífero encuentro y la incorporó al elenco de su transparente y libérrima versión de Vania, junto a Luis Bermejo, Gonzalo Cunill y Ariadna Gil.

¿Por qué?

Los nombres de pila de los actores fueron utilizados para nombrar a sus personajes. Era una estrategia de Rigola para derribar los diques entre realidad y escenificación y dotar a la experiencia teatral de una dosis de verdad todavía más potente. Escolar encarnaba a Sonia, una muchacha de extrema pureza. Su pasión juvenil no encuentra acomodo en el remanso de tedio que la rodea. Pero lucha con nobleza para escapar de ese fango existencial. Escolar ofrece todos los registros con sutileza y una iluminada aura de inocencia.




Israel Elejalde. Actor. Ensayo

Tras La clausura del amor, Israel Elejalde (Madrid, 1973) y Pascal Rambert volvieron a unir sus potenciales creativos en Ensayo, un juego de realidades e identidades en el que Elejalde compartió el escenario del Teatro Kamikaze con María Morales, Jesús Noguero y Fernanda Orazi para armar la historia de dos parejas que se reúnen para ensayar una obra de teatro.
¿Por qué? Por alcanzar momentos dramáticos de una intensidad poco común en el teatro actual
En el intento, reflexionan sobre la creación y el desencanto, construyendo una dialéctica que apunta a diversos temas existenciales. El primer personaje activará una máquina implacable capaz de transportarnos a los abismos cotidianos. El grupo explota, inexorablemente, ante nosotros confluyendo todas las energías en el personaje interpretado por Elejalde: un director de escena. En esta ecuación sin incógnitas que es Ensayo el actor -tercera nominación al Valle-Inclán tras la mencionada Clausura y su poderoso Hamlet- sublima el metateatro y saca del texto de Rambert el grito que anida en todos nosotros y que, a menudo, está adormecido en nuestro interior.




Luis Luque. Director. La cantante calva

Puede decirse que Luis Luque (Madrid, 1973) dio un paso más en la inmortal obra de Ionesco con este montaje protagonizado, entre otros grandes actores, por Fernando Tejero y Adriana Ozores. La obra, con versión y traducción de Natalia Menéndez, nos muestra el horror de descubrir que el lenguaje no garantiza la comunicación en una sociedad convertida únicamente en una red de conversaciones sin valor. Luque, director también de El pequeño poni y El señor Ye ama los dragones,

¿Por qué?

nos muestra con esta puesta en escena que el ser humano está solo ante el mundo. El director amplía el concepto del ‘absurdo' para llevarnos a los territorios inexplorados de las vanguardias. Luque despertó de nuevo a La cantante de la mano de Pentación y del Teatro Español -donde se estrenó- para poner en evidencia el galimatías social en el que nos encontramos, una encrucijada que nos sumerge más aún en la perplejidad y en la desorientación. Directa o indirectamente, Luque siempre habla de los conflictos del ser humano actual.




Natalia Millán. Actriz. Billy Elliot

Dejando aparte su carrera en el cine y la televisión, abruma repasar su currículum en los escenarios. En teatro, Natalia Millán (Madrid, 1969) ha participado en Fuenteovejuna, El mercader de Venecia y Cinco horas con Mario y en el musical su trayectoria es prácticamente la misma que ha recorrido el género en nuestro país. Desde My Fair Lady o Jesucristo Superstar a Cabaret, Chicago y Billy Elliot, monumental producción de SOM por la que aspira al XII Premio Valle-Inclán.
¿Por qué? Por su talento para afrontar cualquier rol en la escena. De bailarina a primera actriz
La obra, con música de Elton John, libreto de Lee Hall y dirección de Stephen Daldry (ambos creadores también de la versión cinematográfica de 1999), tiene como eje central a Tony (Adrián Lastra) y a la Señorita Wilkinson, que Natalia Millán interpreta con la sensibilidad y la contundencia características de todos sus trabajos. David Serrano, que firma la versión española, ha señalado a El Cultural que para que un musical alcance calidad teatral "es necesario que los actores no hagan la típica interpretación con apariencia de doblaje". Natalia Millán lo consigue con nota.




Alfredo Sanzol. Director y autor. La ternura

Si en el teatro español no hubiera un Alfredo Sanzol (Madrid, 1972), habría que inventarlo urgentemente. Pero lo bueno es que lo hay y, por suerte, muy activo. Tras sus estampas biográficas, dedicadas a dos traumas recientes, la ruptura con su pareja (La respiración) y la muerte de su padre (La calma mágica), nos regaló una nueva genialidad. La ternura era un desternillante repaso de las comedias shakesperianas. Muy libremente hilvanadas y trufadas con guiños locales y disparatados que desencadenaban, inevitablemente, un coro de sonoras carcajadas en La Abadía.

¿Por qué?

Allí acumuló un llenazo tras otro. La gente salía de la sala con la sonrisa pintada en el rostro, paladeando todavía el buen rato brindado por el director y dramaturgo navarro. El ‘metraje' de dos horas se pasaba en un suspiro. Hay que reseñar que el desopilante ejercicio de Sanzol escondía en su base un dominio exhaustivo de los textos originales del bardo inglés. Sólo era posible dar en el clavo con este experimento partiendo del conocimiento profundo de Noche de reyes, Como gustéis, La tempestad, Sueño de una noche de verano... La hilaridad transmitía también algunas moralejas. Primero la necesidad de arriesgarse para amar de veras. Y segundo, Sanzol enarbolaba un alegato en favor del entedimiento entre los dos sexos: la necesidad de aliarse cae por su propio peso. Oportuno toque de atención.




Andrés Lima. Director. Las brujas de Salem

Pocos directores españoles gastan la potencia visual de Andrés Lima (Madrid, 1961), que viene epatándonos desde los tiempos de Animalario. A toro pasado del centenario de Arthur Miller, autor clave para entender la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos, Lima reparó en Las brujas de Salem, una obra en la que denunció la caza de brujas del senador McCarthy. El autor de Muerte de un viajante fue una de sus víctimas. Miller recurrió a un caso real ocurrido en Massachussets en el siglo XVII, durante la colonización de los Estados Unidos, para conectar el fanatismo religioso puritano y la obsesión anticomunista en su país durante la Guerra Fría. Los rumores infundados, el miedo a la delación, la arbitrariedad de los tribunales, la persecución de cualquier brote de heterodoxia...
¿Por qué? Por dar una gran potencia dramática al clima inquisitorial de la caza de brujas
Todas esas derivas inquisotoriales recogidas en el texto adquieren una tremenda pegada dramática en las manos de Lima, que en su puesta en escena levanta, a medida que se acerca el jucio final, un granero de madera, símbolo de la construcción de la nación norteamericana. Certera metáfora. Lluís Homar encarnaba el mal patológico metido en la piel del prefecto Danforth. Lo hacía proyectando toda la bilis de la abyección maquinada. Además, el actor catalán ofrecía un trasunto del propio Miller en algunos capítulos de su conflictiva relación con el Comité de Actividades Antiestadounidenses. Un toque didáctico, sutilmente dosificado, que seguro que ayudó al público más jóven a comprender lo que estaba en juego.