Image: Björk triunfante en su pérdida

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Escenarios

Björk triunfante en su pérdida

27 febrero, 2015 01:00

En Vulnicura, su LP más íntimo y desgarrador, sintetiza sus experimentaciones y la agenda creativa de los últimos 15 años para lograr la suma de forma y contenido más potente desde aquel Homogenic de 1997.

Mucho se insiste en lo emocional y emocionante de Vulnicura, colección de canciones donde Björk refleja, casi sin darse cuenta pero con la precisión de un diario, el desgajamiento de su ser tras la separación de su pareja durante 13 años. Es ambas cosas pero quizá la clave de su octavo LP no estribe en que nos muestra a la Björk más íntima conocida recogiendo pedazos de sí misma y reuniéndolos ante nuestros oídos, sino en la alianza jonda que en sus cortes se da entre forma y fondo, entre el tema de la herida y su cura y la formulación musical y sonora. Y en ello, claro, jugaría un gran papel la intimidad con que surgió. Sucede que Björk se encontró con que tenía las principales de estas canciones y se lanzó a hacer arreglos para cuerda y voz sin saber muy bien dónde iban a acabar. Y, aún en plena zozobra y en shock por la muerte de su amor y el desmembramiento familiar, encontró a un afín, Alejandro Ghersi, Arca, productor en forma y fan de la cantautora y productora islandesa. Junto a Arca, ella empezó a definir un disco que se sostiene sobre esos arreglos de cuerdas dramáticos, las bases rítmicas compuestas a cuatro manos y una voz en su máximo potencial expresivo. El tercer y definitivo elemento fue Bobby Krlic, The Haxan Cloak, quien además de las mezclas aportó bases a varias canciones y coprodujo esa Family donde está el clímax narrativo y musical de Vulnicura.

Family es el quinto corte de un disco que empieza con tres canciones ya sobresalientes que despliegan el abanico sonoro del mismo y describen cronológicamente cómo la confusión da paso al final de una relación amorosa. Continúan los 10 minutos de Black Lake, que se sitúa justo sobre el tiempo en que la ruptura acaba de consumarse, el espadazo ha quebrado a la cantante y sus entrañas parecen quemar como lava mientras la oscuridad lo rodea todo. Será una de las canciones y producciones de 2015. Con su poderosa melodía de lieder y cuerdas de réquiem, con esos momentos de notas congeladas y ambiente espectral entre las estrofas, con las programaciones de beats deslizándose dentro de la quietud hasta que se convierten en ecos de una pista de baile y luego en furia, las emociones de la autora se van desatando estrofa a estrofa, desde la oscuridad a la lucidez.

Con el sexto corte, Notget (pop de alto nivel con su aire de ópera china, su estacato y esa base rítmica profunda), llega una reflexión más calmada acerca del poder del amor sobre la muerte y de la necesidad del duelo para la cura, cerrándose ese bloque de canciones cronológicas y comenzando un leve descenso en la intensidad que afecta a la pegada de las últimas tres composiciones escritas ya fuera del ámbito temporal cercano a la ruptura. Sea casual o no, es justo ahí donde desfilan algunos amigos y colaboradores más como Antony (hace un cameo en Atom Dance), Oddný Eir Ævarsdóttir (coautora de la letra de Mouth Mantra) y John Flynn, Spaces, que aporta arreglos en Quicksand, canción que Björk escribió en 2011 cuando su madre sufrió un colapso, que no obstante pone un broche sobradamente coherente al LP. Pese a ese final algo menos acertado y penetrante, la construcción de fuego de Vulnicura se mantiene en pie y resplandece.

En lo que parece un guiño irónico del destino o de los dioses de la música, Björk logra su mejor trabajo en todo el tiempo que ha durado la relación cuyo final describe y justo en el momento en que el descontrol emocional se apoderó de su persona y de su hambre musical y artística. Un álbum que capta el final de un triángulo familiar construyendo otro triángulo (con Arca y The Haxan Cloak). Que se coció en la intimidad hasta deprenderse de esa grandilocuencia de superproducción, operística, casi de obra de arte total wagneriana que había frecuentado en exceso en la última década larga, pero que concentra muchos de sus logros, madurados e interiorizados. Vulnicura, que detalla ese homenaje a lo incontrolable de la vida que es el gran batacazo sentimental, precisamente es algo que, según ha afirmado, Björk se encontró en el regazo sin darse cuenta. Y, en fin, el mismo disco cuyo calculado lanzamiento (conjuntado con una exposición en el MoMA y una monografía con ensayos sobre su obra) vio cualquier estrategia irse al garete al precipitarse tras una sorpresiva filtración masiva en la Red. El caos reina.

Dentro de su visceralidad, Vulnicura acaba resultando una meditación en la pérdida y la escisión más que un grito en la tormenta. La tormenta que más suena aquí es la de una mente artística que trata de contar con esa parte emocional, privada e íntima, ese imprevisto, para convertirla no en una exhibición de los propios sentimientos sino, más allá, en su transformación en algo de valor universal. Björk se concentra en cada sonido e inflexión de su voz, la paleta digital o el papel pautado, al tiempo que se deja llevar por la implosión del microrrelato de su verdad emocional. Esa confusión en la que caer y levantarse, ese lago negro de dolor, enfermedad, derrota y hasta muerte, pero también de renacimiento, regocijo, esperanza y creación.

En el MoMA como obra de arte

Del 8 de marzo al 7 de junio tendrá lugar en el MoMA de Nueva York una retrospectiva en torno a los 22 años de Björk como artista en solitario y sobre la proyección de su música en otras direcciones como lo audiovisual, la vestimenta y la tecnología. Podrán verse y escucharse los singulares instrumentos usados en Biophilia (2011), la nueva instalación de audio-video screada por Björk y el director Andrew Thomas Huang a partir de Black Lake, canción central de Vulnicura, así como el resto de los videos musicales de la islandesa, y hacer un recorrido interactivo con un relato entre biográfico y fantástico dentro de un ecosistema de objetos, trajes y visuales. Esta muestra, comisariada por el conservador jefe del museo, Klaus Biesenbach, con la ayuda de Björk, se incorpora a esa corriente que empieza a ver, aún no tanto la propia música pop pero al menos sí su entorno objetual y procesual, como arte contemporáneo.