Un fotograma de la serie 'Poquita fe'. Foto: Movistar Plus+

Un fotograma de la serie 'Poquita fe'. Foto: Movistar Plus+

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De 'Louie' y 'Fleabag' a 'Poquita fe', el triunfo del humor trágico e incómodo en el siglo XXI

El chiste rápido ya no funciona. Las nuevas series exploran los límites del 'post-humor', en el que la razón de la carcajada, siempre ambigua, es el malestar.

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Durante los últimos años algo ha cambiado en la manera en que reímos frente a una pantalla. Las series ya no buscan solo el gag, el chiste rápido o la carcajada liberadora: la comedia se ha vuelto más extraña, más ambigua y más consciente de sí misma. No se trata solo de divertir, sino de interrogar la realidad a través de la risa: reírse de lo propio, de lo ridículo, de lo que nos duele.

A esa transformación, se la ha definido como post-humor: un territorio donde el humor convive con la incomodidad, la melancolía, la reflexión y que ha alumbrado algunas de las series más significativas de la televisión contemporánea como Louie, Curb Your Enthusiasm, The Office, Extras, BoJack Horseman, The Rehearsal, Fleabag, Master Of None o The Curse. En su vertiente española, títulos como Paquita Salas, Vergüenza o Poquita fe han traducido esa sensibilidad al costumbrismo local.

Y es que el post-humor no elimina la risa, pero la desactiva parcialmente para reemplazarla por una sensación más compleja y contradictoria. No busca complacer, sino exponer lo absurdo de la propia comedia. Nos reímos, sí, pero también tenemos serias dudas de por qué lo hacemos.

La comedia del malestar

El humor televisivo de los noventa y los primeros dos mil —de Friends a The Big Bang Theory— se construía sobre un modelo de confort, pero a medida que el espectador se volvió más irónico y más saturado de formatos, la comedia tradicional comenzó a perder eficacia y la televisión vivió una transformación silenciosa que redefinió los límites de la comedia.

Series como Louie (2010–2015) y Curb Your Enthusiasm (2000–2024) rompieron con la tradición de la risa fácil para construir un nuevo territorio: la comedia del malestar, donde lo cómico y lo trágico coexisten hasta confundirse.

Curiosamente ambas series nacen de la mirada de dos cómicos que se interpretan a sí mismos —Louis C.K. y Larry David—, pero también de dos formas distintas de enfrentarse al absurdo contemporáneo.

Larry David es el anarquista social, el gruñón que desarma las normas del comportamiento y convierte la cortesía en un campo minado mientras que Louis C.K., en cambio, es el autopsicólogo de la culpa, el que desnuda la vida privada hasta mostrar lo insoportable que resulta ser un hombre corriente en un mundo que ya no sabe qué significa eso.

Lo que Seinfeld insinuaba, Curb Your Enthusiasm lo llevó al extremo. Si aquella serie trataba "de nada", esta trata del todo incómodo: de los códigos sociales, del narcisismo progresista, de la corrección política, de la neurosis urbana. Larry David, con demasiada opinión y muy poca diplomacia, se ha convertido en un bufón filosófico del siglo XXI a través de la vergüenza ajena, la fricción y el malentendido.

Louie, por su parte, lleva esa incomodidad hacia un terreno más íntimo y cinematográfico construyendo una serie casi artesanal, grabada con una estética precaria y con total libertad creativa. En lugar de la observación social, lo suyo es la radiografía emocional: el divorcio, la paternidad, la frustración sexual, la soledad urbana. El humor ya no actúa como alivio, sino como una forma de resistencia frente al sinsentido.

Ambas series comparten un mismo impulso: revelar la verdad detrás de lo cómico. Pero donde Larry David exhibe el conflicto con el mundo exterior, Louis C.K. mira hacia adentro, hacia el laberinto del yo. Curb Your Enthusiasm es sociológica; Louie es existencial.

El impacto de ambas fue enorme. Sin ellas, difícilmente existirían series como Atlanta, Master of None, Fleabag, Better Things o The Rehearsal, herederas directas de ese humor nervioso e incómodo, que transforma la vulnerabilidad en discurso.

La ironía y la autoficción del post-humor tienen su ADN en el sarcasmo de Larry David y la melancolía de Louis C.K. confirmando que la verdadera comedia contemporánea busca obligarnos a mirar nuestras contradicciones, a la absurda coreografía de lo cotidiano. Sigue recordando algo esencial: que reírse de uno mismo puede ser el acto más radical de lucidez cultural.

Algo similar ocurre también con la aclamada Fleabag (2016-2019), creada y protagonizada por la guionista y actriz Phoebe Waller-Bridge, donde la ruptura constante de la cuarta pared y la exposición de la vulnerabilidad femenina convierte el fracaso en materia artística.

La risa se mezcla con la vergüenza, y el espectador se convierte en cómplice de la mujer que se ríe mientras se derrumba. En ese sentido, Fleabag no solo amplía los límites de la comedia, sino también los del retrato de la mujer contemporánea, rompiendo clichés sobre la feminidad, el deseo y la culpa.

Pero el post-humor se define también por el uso de una estructura fragmentada y un constante juego de espejos y es ahí donde emerge con fuerza un autor que encarna la provocación intelectual y emocional en estado puro: Nathan Fielder.

El humorista canadiense que ya había mostrado su vocación suicida con Nathan For You (2013) llevó su propuesta al límite con la serie The Rehearsal (2022) explorando lo absurdo y lo existencial desde un ángulo radicalmente contemporáneo.

El punto de partida es tan simple como inquietante: Fielder intenta ayudar a personas que atraviesan momentos difíciles recreando sus vidas con actores, escenarios idénticos y ensayos infinitos. Una comedia experimental sobre la imposibilidad de controlar el destino, donde la empatía se mezcla con la manipulación y la risa con el vértigo moral reformulando el formato del "reality" para crear una mezcla inclasificable.

Su trabajo abría así una grieta dentro del humor tradicional: una zona donde el post-humor se convierte directamente en anti-humor, generando preguntas como: ¿dónde termina la ficción y empieza la realidad? ¿Es un experimento terapéutico, cruel o ambas cosas? El espectador nunca sabe con certeza si está asistiendo a una broma, a una performance o a un estudio sobre la alienación contemporánea.

Pero en la segunda temporada de The Rehearsal (2025), la serie alcanza un nivel aún más ambicioso: Fielder aborda el tema de la seguridad aérea intentando averiguar —y corregir— las causas de accidentes de aviación contando con pilotos reales. Recrea con precisión quirúrgica cabinas, aeropuertos y vuelos comerciales, generando un relato tan hilarante como perturbador que desemboca en un final que deja la boca abierta.

Y por si eso no bastara, entre ambas temporadas, Fielder encontró tiempo para crear The Curse (2024) junto a Benny Safdie (Uncut Gems, The Smashing Machine) probablemente la serie de ficción más inclasificable de los últimos años. Protagonizada por una impresionante Emma Stone y el propio Fielder encarnando a una pareja rica que protagoniza un reality de reformas mientras su vida personal se desmorona, la serie se convierte en un viaje entre la risa congelada y cierto espanto.

Con una estética deliberadamente incómoda y un tono de voyeurismo visual y emocional, The Curse genera una sensación de incomodidad sostenida, en la que uno no sabe si reír, taparse los ojos o ambas cosas. Es un experimento tan artístico como desolador, una serie que parece buscar a un público que quizá no exista.

Su episodio final, directamente uno de los más audaces en la historia reciente de la televisión, se atreve a cruzar un abismo metaficcional de proporciones inéditas que desafía toda convención narrativa. Sin duda, una serie que no se puede recomendar a cualquiera.

La escopeta nacional

Entendiendo el post-humor como el síntoma de una época, en un mundo atravesado por la ansiedad, la sobreexposición y la ironía constante de las redes sociales, la comedia ha tenido que reinventarse para no perder su capacidad de incomodar, emocionar o revelar verdades molestas mirando a la realidad desde el absurdo.

En el contexto español, series como El fin de la Comedia (2014), Paquita Salas (2016), Vergüenza (2017) o Vota Juan (2019) han reinterpretado el post-humor con códigos locales: el ridículo como espejo del fracaso cotidiano, la incomodidad social como materia narrativa y la ternura como una forma de redención ante la precariedad emocional y laboral.

En todas ellas el humor se convierte en una radiografía costumbrista del país: una España que se ríe de sí misma porque, tal vez, es la única manera de seguir adelante.

Herederas de esa sensibilidad, producciones recientes como Poquita fe (2023) representan una nueva madurez en el post-humor nacional. La serie de Pepón Montero y Juan Maidagán, protagonizada por unos extremadamente tiernos Raúl Cimas y Esperanza Pedreño, se revela como una rareza luminosa en el audiovisual español: una comedia minimalista, doméstica, que convierte lo cotidiano —el tedio, la pareja, la rutina— en una forma de épica silenciosa.

Poquita fe (cuya segunda temporada se estrenó el pasado mes de septiembre) habla del hastío sin aburrir, del amor sin retórica y del humor sin chiste. En un país donde la intensidad suele confundirse con el exceso, reivindica lo pequeño, lo imperfecto y lo profundamente humano. Es una serie sobre la nada que, paradójicamente, lo contiene todo.

Y es que en tiempos de sobreinformación, incertidumbre y escepticismo, el humor —aunque incómodo— sigue siendo uno de los últimos refugios de la lucidez.