Eusebio Poncela en 'Arrebato' (1979)

Eusebio Poncela en 'Arrebato' (1979)

Cine

Enrique López Lavigne y Marta Medina dirigen un documental sobre 'Arrebato': "Fue el testamento de Zulueta"

El productor y la guionista dirigen un documental sobre el rodaje de la mítica película de 1979 protagonizada por Eusebio Poncela.

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Mitificada, adorada, mil veces interpretada y siempre magnética, Arrebato (Iván Zulueta,1979) siempre será una de las mayores joyas del cine español. Cine complejo, inescrutable, y al mismo tiempo fascinante porque parece revelar una verdad profunda y al mismo tiempo, opaca, indescifrable que podemos sentir más que verbalizar. Imagen pura.

Zulueta fue un hombre complejo marcado como tantos en aquella época por la genialidad, el deseo de romper cánones pero también una devastadora adicción a las drogas.

En ese caos, en esa mezcla entre locura, poesía y oportunidad, surge Arrebato, en la que un director de cine de terror en crisis (Eusebio Poncela) recibe unas misteriosas cintas Super 8 de un viejo conocido, Iván. Poco a poco descubre que la cámara parece tener vida propia, devorando a quien se deja mirar por ella, en un viaje hipnótico hacia la desaparición y el éxtasis.

La famosa cámara es uno de los personajes de El último Arrebato, porque la guarda Jaime Chávarri, que fue ayudante de dirección en aquellos tiempos. Un personaje crucial que desapareció de la vida de Zulueta más adelante. La mala conciencia de Chávarri es uno de los protagonistas de un filme en el que Lavigne y Medina, pareja en la vida real, también muestran sus fricciones. Surgen escenas brutales como su reencuentro con Virginia Montenegro, donde el dolor ajeno duele.

No solo Chávarri, en El último arrebato hablan los testigos directos del mito: Eusebio Poncela, a quien está dedicada la película, Marta Fernández Muro, Cecilia Roth o su expareja Carlos Astiarraga. Y es que el arte, como deja claro la película de Zulueta, nunca sale gratis.

Pregunta. ¿Cómo nace El último arrebato?

Enrique López Lavigne. Todo empieza por accidentes. La Filmoteca recibe una caja de materiales antes de que acaben literalmente en la basura. Mientras "telecinan" [transferir el contenido de una cinta a un formato de vídeo digital], surge la posibilidad de asomarse a archivos desconocidos de Iván Zulueta, quizá el director más enigmático del cine español.

»Paralelamente reaparece Paco Hoyos, el primer productor que confió en mí, con los derechos de Arrebato. Y la distribuidora nos propone hacer algo alrededor de esa película mítica. Dije que sí con una condición: que Marta viniera conmigo. Sabía que sería un viaje incómodo, emocional y largo.

Marta Medina. Y lo fue. Han sido tres años y un divorcio simbólico entre nosotros. Hubo un momento en que no nos hablábamos. Pero la película nació justo de esa bicefalia: dos directores, dos miradas, a veces juntas, a veces enfrentadas, buscando a Zulueta y sus enigmas.

"'Arrebato' es una película nacida del vacío y la autodestrucción". Enrique López Lavigne

P. ¿Cuál era el núcleo del conflicto creativo?

M. M. No había un desacuerdo "conceptual", era la acumulación de tensiones. Rodábamos sin dinero, con parones constantes. Chavarri —82 años, energía desbordante— tenía sus propios tiempos y urgencias. Y el universo de Arrebato está lleno de personalidades fuertes. Todos los testimonios eran contradictorios: lo que uno recordaba hace 40 años, otro lo situaba hace 50; para unos Iván era trabajador, para otros caótico. Ese caos se infiltró en el rodaje.

E. L. L. Álvaro Gómez-Pidal, el director de foto, iba de un lado a otro con la cámara sin saber a quién obedecer. Yo decía: "La película no sale", Marta decía: "La película sale por mis cojones". Era absurdo y maravilloso. El conflicto era parte esencial del proceso. Arrebato es una película nacida del vacío y la autodestrucción. Nosotros éramos dos impostores intentando mirar dentro de ese vacío.

P. Han hecho la película de manera undeground sin plataforma detrás ni gran productora. ¿Ventaja o condena?

E. L. L. Ambas cosas. La ventaja es la libertad: puedes rodar en tu casa, montar en la de un amigo, incorporar accidentes. La desventaja es que puede durar tres, cuatro, cinco años. Puedes guardarla en un cajón cuando te supera. Y eso casi pasó.

M. M. Pero esa libertad era necesaria. Arrebato nació así: de accidentes, de intuiciones, de un impulso no domesticado. Si hubiéramos tenido un plan cerrado, la película no existiría.

P. En El último arrebato hay un arco sobre la memoria. ¿Cómo se trabaja con recuerdos frágiles, contradictorios?

M. M. La memoria es maleable, se transforma para sobrevivir. Las personas que vivieron Arrebato —Poncela, Fernández Muro, Cecilia Roth…— relatan 45 años después una experiencia que ya no es fija. La película muestra esas contradicciones sin tratar de resolverlas. El propio Zulueta vivía hacia dentro, en dos ventanas: la de Plaza de España, donde grababa todo como un científico chiflado, y la de San Sebastián, su laboratorio emocional. Poca gente lo conocía realmente.

E. L. L. Y ahí descubrimos algo esencial: Iván ya practicaba la autoficción antes de que existiera el concepto. Se rodaba a sí mismo durmiendo, congelaba polaroids en el congelador para experimentar con el tiempo. Era un visionario de la imagen y del yo. Su vida era un laboratorio.

P. ¿De qué habla Arrebato hoy, 45 años después?

E. L. L. De la fascinación. De la adicción al tiempo, a la imagen, al éxtasis. De Eros y Tánatos. Iván es un místico que necesita drogas para alcanzar la revelación. Arrebato es su testamento: un cineasta devorado por su obra. Dejó todo ahí y quedó vacío.

M. M. Y habla de la pausa. El tiempo detenido. La imagen que captura el alma. La cámara que muerde. En el fondo es una película profundamente espiritual. Él intenta detener el tiempo, y al hacerlo, se destruye. Esa es la relación entre creación y destrucción.

"El arte requiere riesgo. Requiere fallo. Requiere zonas de sombra. Y pocas películas pueden permitirse eso". Marta Medina

P. En la película hay también un retrato de Jaime Chávarri. ¿Qué buscabais con ello?

M. M. Jaime es protagonista emocional del documental: es un hombre enfrentado a su propia memoria. Cuando se reencuentra con Virginia Montenegro, hay una búsqueda de cariño, de perdón. Y la cámara se retira, no quiere intervenir. Les dejamos en el mismo plano, sin artificio. Es una secuencia de verdad desnuda.

E. L. L. Es su mala conciencia. Ese reencuentro es una reparación íntima. Y al mismo tiempo es un fantasma de Arrebato: un superviviente del mito.

P. ¿Qué lugar ocupa El último arrebato en el mapa del cine español contemporáneo?

M. M. Vivimos en un mundo hiperburocratizado: manual de guion, plataformas, protocolos, contratos de 30 páginas que te dicen cómo comportarte en caso de incendio. Todo es domesticación. El arte requiere riesgo. Requiere fallo. Requiere zonas de sombra. Y pocas películas pueden permitirse eso.

E. L. L. Arrebato fue una película que nadie pidió. Y por eso es única. Lo mismo ocurre hoy con algunos cineastas: Ion de Sosa, López Carrasco, Chema García Ibarra. Películas radicales, hechas con poco dinero, sin algoritmo. Películas que existen porque alguien las necesita, no porque el mercado las pida.

P. ¿Por qué tantos artistas han sido autodestructivos?

M. M. Porque la sensibilidad extrema es un arma de doble filo. El mundo es agresivo. Muchos artistas tienen un corazón demasiado vulnerable para soportarlo. Iván lo dice en cada plano: vivir es insoportable sin cierto grado de arrebato.

E. L. L. Eros y Tánatos. El artista se sacrifica por su obra. Iván lo hizo. Otros también: los santos drogadictos, los ermitaños, los outsiders. La relación entre éxtasis y destrucción es inseparable. Zulueta era un místico que buscaba el éxtasis absoluto: congelar el tiempo, atrapar la luz, disolver la identidad. Eso tiene un precio.

P. ¿Qué descubristeis que os cambiara la lectura de Arrebato?

M. M. Dos cosas fundamentales. Una: el magnolio del caserío de Zulueta, donde está enterrado. Y dos: que la voz de Wilmore, ese susurro que recorre la película, es la voz del propio Zulueta. Él habla desde dentro de la obra. Es su fantasma. Eso cambia todo.

E. L. L. La película está "habitada" por él. Es su verdadera autobiografía. Él está atrapado ahí. Como decían los indios: una fotografía te roba el alma. Arrebato es exactamente eso.

P. ¿El arte es una lucha contra la muerte?

M. M. Sí. Y paradójicamente conduce a ella. Crear es destruirte un poco. El tiempo se detiene y, al detenerse, te atrapa.

E. L. L. El cine es una prolongación de la vida. O la vida es prolongación del cine. Zulueta nunca lo resolvió. Nosotros tampoco.

P. ¿Qué ha sido, al final, El último arrebato para vosotros?

M. M. Una obsesión. Un proceso doloroso y hermoso. Una película que se ha hecho sola y nos ha arrastrado.

E. L. L. Un objeto mágico. Una investigación improbable. Y un agradecimiento: a Iván, a los arrebatados, a los fantasmas que siguen hablando desde el celuloide. Cuando te captura una imagen, ya no puedes escapar.