Fotograma de 'Las corrientes', dirigida por Milagros Mumenthaler.

Fotograma de 'Las corrientes', dirigida por Milagros Mumenthaler.

Cine Festival de San Sebastián

El poderío del cine argentino se despliega en San Sebastián con 'Belén' y 'Las corrientes'

Dolores Fonzi y Milagros Mumenthaler compiten por la Concha de Oro con dos potentes historias sobre el derecho al aborto y la opresión femenina.

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Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958). La secuencia del Ernie’s. ¿La recuerdan? Scottie (James Stewart) mira hacia atrás haciendo un escorzo y la cámara inicia un vuelo que no se corresponde con la dirección de los ojos del protagonista. El deseo no opera jamás en línea recta.

Al final de ese arabesco, sobre un fondo de terciopelo rojo y coronando un vestido verde, el topo rubio de Madeleine Elster (Kim Novak). Un movimiento que expresa una emoción (aquel famoso motion/emotion que acuñó el teórico David Bordwell).

En Las corrientes, tercera película de Milagros Mumenthaler y uno de los hitos de la presente edición del festival de San Sebastián, el manierismohitchcockiano se pone al servicio de una esquelética premisa dramática para explorar las derivas psicológicas de su protagonista, una diseñadora de moda que, tras recibir un prestigioso premio en Suiza, se arroja al río en lo que supone el culmen de uno de los prólogos más sorprendentes del cine reciente.

En esta historia podada de argumento —en la que Catalina (arrebatadora Isabel Aimé Gonzalez Sola) regresará a Buenos Aires sin comentar nada de su incidente y tratará de recuperar, sin éxito, su normalidad— la confianza de la cineasta argentina en el poder de las imágenes y en la capacidad de inferencia de los espectadores es atrevida, reconfortante y hermosa.

Esta es, sin ninguna duda, la película más bella de cuantas han concurrido en el certamen donostiarra hasta el momento.

Sucede que Cata para unos, Lina para otros (un nombre que alude a la luna, y a la dualidad del personaje, en pleno viaje de descenso hacia su cara oculta) no es capaz de reingresar en el torrente de su acomodada vida anterior. Empieza a padecer problemas capilares, sufre de hidrofobia, desatiende a su hija y sus intentos por recuperar la intimidad matrimonial tampoco surten efecto.

¿Cómo filmar ese extravío interno, esas deambulaciones existenciales en desacuerdo con una vida ideal que, sin embargo, no parece tal? ¿Qué sucede cuando se supone que uno lo tiene todo y una insondable insatisfacción sigue devorándolo por dentro?

Los modos que adoptan los misterios hitchcockianos —los ya citados movimientos sinuosos de la cámara, el uso del color, la obsesión por el pelo—se dan la mano con la introspección y el simbolismo de Antonioni para invitarnos a dar un paseo por el interior de una mujer hostigada por un descontento cuyo origen le resulta imposible de ubicar. Lina es un enigma deslumbrante, atrayente.

La película arranca con su rostro reflejado en el cristal de una ventana que la oprime. Mumenthaler utiliza de manera continuada los reflejos y las superficies liminares, como si su protagonista fuera un trasunto de Alicia a través del espejo, situada en una suerte de limbo vital, atravesada por una pulsión de muerte que se manifiesta de múltiples maneras, como si quisiese abandonar una vida perfecta que la oprime, constituyéndose como un epítome de ese ideal romántico que oscila entre el anhelo y el fracaso (otra de las referencias clave para desentrañar esta obra).

Suicidios imaginados, una entrada en estado vegetativo o un intento desesperado de huida abortado por la intervención de la hija, el ancla última que retiene a Lina, desembocan en un último plano (que emplea la misma colorimetría que la secuencia de Ernie’s) en el que ella abrirá una ventana no para lanzarse al vacío sino para que el aire entre y con él una posibilidad de futuro. De la opresión inicial, a la liberación última en dos ventanas.

El temor al malditismo genético, pero también la impostura de clase y el obligado fingimiento de presentarse perpetuamente como quien no se es, presiden esta obra prolija en asociaciones, que exige la atención de una audiencia que deberá ser capaz de extraerle el jugo expresivo a esos movimientos de cámara que conectan sensaciones e ideas en el interior de una película que no opera desde una lógica causal, sino más bien intuitiva, primaria, desgarradoramente sensorial. Motion/emotion, recuerden.

“No lo entiendo, pero me gusta” quizá sea la frase que mejor define esta película envolvente, de una elegancia sublime y que conecta a Mumenthaler con contemporáneas suyas como Angela Shanelec, ambas depositarias de una fe inquebrantable en la narración audiovisual más pura.

Las corrientes es una obra que nos invita a regresar a ella, pues alberga secretos imposibles de desentrañar en un solo visionado. Imprescindible.

Belén (Dolores Fonzi, 2025) opera desde unas coordenadas muy distintas a las de la película de Milagros Mumenthaler, casi opuestas.

Entronca de manera directa con las formas de un cine popular y directo sobre el que ya reflexionaba, y al que se pegaba desde una sabia autoconsciencia, Argentina 1985 (Santiago Mitre, 2022) de la que esta película militante es heredera inmediata.

Estamos ante un filme de tema —la defensa del derecho al aborto— que busca que su necesario discurso se haga inteligible por el mayor número de espectadores posible, de ahí que sea una obra frontal, unívoca y sencilla, cuya incontestable efectividad responde a unos patrones que Fonzi y su coguionista y compañera de reparto Laura Paredes manipulan con sabiduría.

Belén nos sitúa en la ciudad de Tucumán en el año 2014. Durante su breve prólogo, una joven ingresa en un hospital retorciéndose de dolor.

Cuando despierta se encuentra esposada a una camilla, rodeada por un enjambre de policías que la acusa de haberse provocado un aborto.

Ella, en todo caso, desconocía que estaba embarazada. En ese arranque, además de la ficidad con la que Fonzi busca trasladarnos el horror por el que pasa Belén (Camila Platee), una elipsis que suspende el tiempo que la protagonista pasa en el baño en el que sufre lo que a todas luces fue una pérdida espontánea, sirve para sembrar la duda sobre la que la justicia construyó su caso. Nadie estuvo con ella en ese instante y eso abrió una vía para la especulación.

Tras dos años en prisión preventiva, y asistida por una abogada defensora con nulo interés en el caso, Belén es sentenciada a ocho años de cárcel por homicidio agravado por el vínculo.

La película narrará la lucha de la letrada que recurrió la sentencia, interpretada por la propia Fonzi, y todos los contratiempos a los que tuvieron que hacer frente ella y su equipo para que se hiciera justicia, y lo hará recurriendo a unas formas muy concretas, las del drama judicial clásico: la música de Marilina Bertoldi acuna las imágenes y conduce nuestras emociones, el afilado sentido del humor siempre aparece en el momento oportuno para despresurizar una durísima historia basada en hechos reales que supuso el inicio del cambio de la legislación del aborto en Argentina.

Y el nivel del elenco roza la perfección, no importa los minutos que estén en pantalla, cada aparición de César Troncoso, por citar solo un ejemplo, es oro molido.

Belén puede colgarse el mérito de inyectar su necesario mensaje no ya en la sección oficial de un festival de cine como el de San Sebastián, sino en una corporación planetaria como Amazon, productora del filme, algo con toda probabilidad imposible si el segundo trabajo como directora de la magnética actriz argentina, quien ya concurrió en la sección Horizontes Latinos del certamen con Blondi (2023), hubiese apelado a modelos fílmicos menos diáfanos.