Robert Redford en 'Dos hombres y un destino'.

Robert Redford en 'Dos hombres y un destino'.

Cine Obituario

Robert Redford, el 'sex symbol' que usó el trampolín de Hollywood para promover el cine independiente

No era solo un actor y director: representaba el Cine con mayúsculas, el carisma, la belleza, el talento y el compromiso artístico. Imposible ser más grande.

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Robert Redford (1936–2025) se ha marchado y el corazón de los cinéfilos se ha encogido. Con Redford no solo se va un actor legendario, un director comprometido con la sociedad y el impulsor del boom del cine indie americano en los 90, casi se diría que se muere un poco el propio cine, el gran cine, al que representaba. Porque Redford forma parte de ese grupo de elegidos que no se dedicaban al cine: lo eran.

Fue una figura de transición entre el viejo Hollywood de los estudios, cuando las estrellas parecían dioses, y el "nuevo" que surge a finales de los 60 y vive su apogeo en los 70: ese Hollywood comprometido y rebelde que tomó de la nouvelle vague francesa el gusto por hacer películas más apegadas a la realidad, en las que los actores sudan y friegan los platos.

Redford siempre fue consciente de que su magnetismo como actor le daba un poder que podía usar a favor del cine más arriesgado. Como él mismo explicó: "El acuerdo al que llegué fue aprovechar mi éxito como actor para poder hacer películas que, de otro modo, nunca se habrían hecho, porque los estudios pensaban que no eran comerciales ni rentables" (Harvard Business Review, 2002).

Defensor del cine independiente

No solo para hacer películas "difíciles", también para promocionar las de los otros. En 1981, Redford fundó el Sundance Institute, germen del festival. Lo que empezó como un taller para jóvenes creadores se convirtió en el gran escaparate del cine independiente americano: de allí salieron nombres como Steven Soderbergh, Quentin Tarantino o Darren Aronofsky. Sundance consolidó al astro como el gran valedor del cine indie en Estados Unidos.

Fue así como pasó de galán perfecto a aguerrido activista y actor comprometido. Es una de esas coincidencias históricas brillantes en las que se dan las dos cosas: el talento y un contexto que lo permitía. Porque hoy, por desgracia, las películas que hacía Redford son prácticamente imposibles. Incluso hablar se ha hecho muy difícil para unas estrellas del cine mudas que prefieren no mojarse en nada.

"Los años 70 fueron un tiempo maravilloso. Fue una época en la que el cine comercial permitió que se hicieran películas independientes bajo su ala. Todo convivía: había espacio para experimentar con cosas nuevas. Los 60 habían puesto en marcha un cambio que finalmente aterrizó en los 70. Yo formaba parte de eso… fue mi época de crecimiento. Para mí, fue realmente un tiempo emocionante." (Vanity Fair, 2016), dijo el actor en una entrevista.

Como galán inmaculado lo vemos en la deliciosa Descalzos en el parque (1967), junto a Jane Fonda. Allí encarnó a la nueva juventud americana y occidental en una comedia romántica sobre las dificultades de empezar una vida en pareja que sigue siendo un clásico absoluto. Lo mejor de los 60 brilla en el filme: el espíritu aventurero, camp e iconoclasta que definió a la generación que quiso superar los horrores de la Segunda Guerra Mundial con una actitud pacifista y conciliadora.

Pero la "bestia" saldría pronto. Tal como éramos (1973), junto a Barbra Streisand, también es una comedia romántica en la que Redford hace del "guaperas". Pero el tono es otro: nos presenta una América polarizada en la que el actor interpreta al "buen chico" que trata de contener los excesos de su muy izquierdista esposa.

En Los tres días del Cóndor (1975), el actor interpreta a un analista de la CIA que, tras el asesinato de sus compañeros, se convierte en perseguido por su propia agencia. Por una vez, Estados Unidos no encarna el bien, sino que Pollack destapa las costuras de sus tejemanejes en un hito del cine conspirativo de la década.

Un tándem estelar

Junto a Paul Newman, su amigo y su socio, formó una pareja explosiva. Dos películas cimentaron la leyenda. Dos hombres y un destino (1969) supuso una reinvención del western en la que los forajidos se convierten en beatniks, con un estilo más naturalista que se alejaba de la épica habitual del género para mostrarnos un Oeste decadente y sórdido.

El golpe (1973) es una obra maestra, una de las películas más divertidas de la historia, en la que ambos derrochan carisma. Cuenta el complejo plan que urden dos timadores de poca monta para vengarse de un mafioso.

Cuando solo había dos canales de televisión, El golpe fue una de las películas más retransmitidas, renovando en cada pase su idilio con un público que siempre la adoró.

Todos los hombres del presidente (1976) siempre será la película favorita de los periodistas, con su retrato de Woodward y Bernstein, los reporteros del Washington Post que lograron acabar con Nixon gracias a su investigación del Watergate.

Como director, Redford también trasladó a su mirada esa inquietud social de los 70. En Gente corriente (1980), su debut tras la cámara, habló del suicidio y de las máscaras de la sociedad burguesa americana. Y en una de las últimas, Pacto de silencio (2012), rescató los claroscuros de la época al narrar las vicisitudes de un hombre que formó parte de una organización radical de izquierdas y trata de escapar de ese pasado violento.

Además de su compromiso político, Redford fue un pionero en la defensa del medio ambiente: ya en Milagro en Milagro Creek (1988) denunció el expolio de los recursos naturales, y en El hombre que susurraba a los caballos (1998) plasmó su visión romántica de la naturaleza como fuerza sanadora.

Su activismo ecológico trascendió la pantalla: durante décadas apoyó causas ambientales y se convirtió en un referente en la lucha contra el cambio climático.

Con Redford se va mucho más que un actor o un director: desaparece una figura que supo encarnar belleza y compromiso, un mito que convirtió su carisma en motor de cambio. Fue estrella y artista, activista y creador, y siempre defendió que el cine debía servir para algo más que entretener: debía buscar la verdad.