Fotograma de 'Cariñena, vino del mar'.

Fotograma de 'Cariñena, vino del mar'.

Cine

'Cariñena, vino del mar' o un retrato luminoso sobre comenzar a vivir en la España de la Transición

El director Javier Calvo Torrecilla debuta en la ficción con la esperanzadora huida de un joven gallego hacia los viñedos del paisaje aragonés.

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Entre las imágenes del oleaje a orillas de la costa gallega y la leve curvatura de los campos de Aragón que esperan su vendimia aparece una conexión, una onda que recorre ambas tierras y se encuentra en el largometraje de Javier Calvo Torrecilla.

Una película que, ante cualquier dificultad, decide mantenerse en la solera para sacar a relucir una de las historias anónimas que también habitaron la España de los años 70. Un momento de transición interna y externa para redescubrir el mundo.

Cariñena, vino del mar llega a las salas madrileñas tras haber conquistado los cines de Aragón. Una segunda fase de distribución que Calvo afronta con "esa sensación de deberes hechos y de que todo lo que venga a partir de ahora será un regalo". Ya que, fue el pasado 19 de junio cuando la película llegó a la gran pantalla en diferentes puntos de la comunidad que la vio nacer, donde consiguió más de 10.000 espectadores.

El germen de esta luminosa travesía a la iniciación surge hace seis veranos a partir de Cariñena, la novela autobiográfica de su gran amigo Antón Castro. Un libro que Calvo se leyó de una sentada y que le impulsó a escribirle un mensaje bastante directo a su autor gallego: "Tu novela me ha gustado mucho, pero me faltan 300 páginas o una película".

Cariñena, vino del mar arranca con el viaje de Antón (Diego Garisa), un joven gallego de 18 años tan inexperto como lleno de dudas, que huye del servicio militar obligatorio. El destino le lleva primero a Zaragoza junto a otros objetores y luego a la localidad agrícola de Cariñena. Ahí se verá rodeado de bodegas, nuevas amistades, largas jornadas en los viñedos y amoríos que le obligarán a hacerse su propio camino.

Los andares de Javier Calvo Torrecilla en los bastidores del rodaje comenzaron de la mano de Bigas Luna (Jamón, jamón) y, a lo largo de más de 20 años, su carrera ha atravesado disciplinas tan diversas como la publicidad, el documental y ahora la dirección de ficción. Como buen heredero de todos estos métodos, el cineasta asegura que esta es una historia que se sostiene en cuatro patas: "la novela, las conversaciones con Antón, la ficción y mis propias experiencias. Porque todos hemos tenido 18 años".

Pero, además de abrirse paso hacia la madurez, el pueblo de Cariñena y sus personajes también están rodeados por una etapa histórica que, en ocasiones, salta a primer plano. "Aunque esta no sea una película política ni pretende serlo, sí que me gustaba mucho esta idea de que la transición de Antón de la juventud a la adultez navegase en paralelo a la transición de un país", apunta Calvo.

Diego Garisa y Javier Calvo Torrecilla en el rodaje de 'Cariñena, vino del mar'. Foto: Flamingo Comunicación.

Diego Garisa y Javier Calvo Torrecilla en el rodaje de 'Cariñena, vino del mar'. Foto: Flamingo Comunicación.

Las imágenes del paisaje baturro conforman un 80% del metraje, una decisión arriesgada que somete —para bien o para mal— la fase del rodaje a la merced de los fenómenos meteorológicos. Desde el principio, la de grabar en exteriores, fue una apuesta firme para un director que siempre ha visto en la naturaleza un personaje más de su película.

Como sucede en todo largometraje, los contratiempos son una parte más del proceso. Según cuenta Calvo, por su importancia en la película, la secuencia del beso contaba con el margen de una jornada entera para grabarse, aunque desafortunadamente ese día no paraba de llover. Pero, finalmente "hubo un momento entre mágico y místico, donde le dije a todo el equipo que se fuera a comer y, de repente, ocurrió. Tuvimos como media hora para grabarlo todo bajo unas nubes maravillosas que le imprimieron un aspecto muy bonito y romántico a la escena".

A pesar del callo y la dureza de la vida agrícola, Cariñena, vino del mar no trata de explotar el drama, ni recrearse en el sufrimiento de sus personajes. Para su director la razón es clara: "Me molesta la tendencia actual a contar historias sobre la parte más oscura del ser humano, bien sean violaciones o relaciones tóxicas. No digo que no existan, pero al menos no en tanta medida como las vemos representadas en la ficción".

El suyo es un reflejo luminoso sobre los inicios de una juventud que se sobrepone a las dificultades, todo ello a partir de un elenco primerizo en el que Diego Garisa se pone en la piel del tímido Antón Castro y Alejandro Bordanove encarna al mitómano e impulsivo Miguel. En los retos que se les presentan en el día a día, desde las interminables jornadas en la uva a la intolerancia de un franquismo moribundo, se palpa el crecimiento personal y nacional.

"Yo no hago cine político, no tengo esa inquietud. Pero como director tengo la misma opinión que como persona: todos construimos el mundo en el que queremos vivir y todos debemos hacernos responsable de ese mundo", concluye Calvo.