Juan Cavestany. Foto de archivo

Juan Cavestany. Foto de archivo

Cine

Juan Cavestany estrena 'Madrid Ext': "Madrid me pone malo, como a cualquiera que conserve sensibilidad"

El cineasta madrileño estrena Madrid Ext., un collage poético y urbano donde retrata la transformación de la ciudad entre la nostalgia, el amor y el rechazo.

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¿Puede ser una ciudad un organismo vivo? Nadie duda de que las ciudades tienen su propia fisonomía y aspecto, incluso su personalidad, virtudes y prejuicios. Quienes conocen la capital de España saben que ha sufrido una brutal transformación en los últimos 25 años que ha cambiado por completo algunos de sus lugares más emblemáticas.

Una transformación "propiamente madrileña" pero con resonancias globales ya que en casi todas partes el turismo de masas, los "expats", la apoteosis de la franquicia y el declive del comercio están transformando sobre todo el centro de las ciudades aunque también los barrios.

En Madrid Ext., una especie de video ensayo en la que la ciudad, y alguna de sus gentes, son absolutas protagonistas, Juan Cavestany rinde homenaje a la ciudad que lo vio nacer con indiscutible amor y poesía matizada porque, asegura, también le "repele". Vemos un Madrid que desaparece con la retirada de los viejos carteles, de pequeños negocios "de toda la vida" que comienzan a escasear en tiempos de franquicias y Amazon, claro.

Un "viejo Madrid" que se vuelve más europeo y elegante que sobrevive en las rendijas. No hay, sin embargo, no ha querido, dice Cavestany, que en esta mirada haya nostalgia ni una crítica frontal a la modernidad globalizadora. Como un notario, certifica el cambio y nunca deja de amarla.

Cavestany (Madrid, 1967) es un cineasta atípico e inclasificable, autor de películas de culto como Dispongo de barcos (2010), Gente en sitios (2013), Esa sensación (2016) o Un efecto óptico (2020), y creador de la serie Vergüenza (2017-2020). Su obra transita siempre entre la sátira, la poesía urbana y lo indefinible con una clara influencia surrealista.

Pregunta. ¿Su película es un poema de amor a Madrid?

Respuesta. Sí, puede ser, aunque quizá más que un poema de amor es un ejercicio de reconciliación. Con algo que adoras y al mismo tiempo te repele. A mí Madrid me pone malo, como a cualquiera que conserve sensibilidad o expectativas. La ciudad te irrita muchísimo. Esta película nace de ese impulso de reconciliación: más que decir "te quiero" es decir "¿cómo hacemos?, ¿cómo convivimos?".

P. ¿Cómo ha cambiado Madrid en los últimos años?

R. Muchísimo. La ciudad que yo conocí en los noventa era un caos: coches en doble fila, bares de viejo con rampas peladas, una mugre tremenda. Ahora es otra cosa. Más amable en muchos aspectos, más ordenada. Aunque sigue siendo injusta y desigual, lo es de otras maneras, más sutiles. Lo importante es que no quería que la película se leyera como una añoranza de que todo era mejor antes. No lo era.

P. ¿De dónde surge la idea de la película?

R. Del documental Souvenirs de Madrid, rodado en 1995 en Lavapiés y Malasaña. Retrataba un Madrid gris, cochambroso, casi de posguerra. Lo vi en la Filmoteca y me impresionó. Me movió a retratar yo también mi presente: no como nostalgia, sino como archivo, como legado. Dejar guardado cómo es Madrid ahora para que alguien en treinta años lo vea.

P. ¿Cómo empezó a rodar?

R. De una manera muy azarosa. Primero fotografiaba rótulos de comercios que iban desapareciendo. Luego empecé a grabarlos en vídeo. Después filmé planos fijos de calles. Y finalmente, a la gente hablando. Acumulé más de 100 horas sin una tesis previa, solo con la curiosidad del "flaneur", el paseante.

Una escena del filme.

Una escena del filme.

P. ¿Cómo encontró la estructura?

R. Al principio era un material muy bruto. Trabajé primero con Cristóbal Fernández y después con Raúl de Torres, y con ellos fui encontrando un ritmo. La clave fue alternar mirada y escucha: momentos de contemplación, de pasear la cámara, con relatos espontáneos de la gente. También decidir que no iba a ser "un día en Madrid". Eso hubiera sido demasiado evidente. Preferí que fuera un collage, una deriva.

P. ¿Qué papel jugó la música?

R. Fundamental. Desde muy pronto trabajé con la música de Guille Galván. Yo le pedía piezas mientras iba montando, y esas composiciones acabaron marcando la cadencia de la película. No es solo banda sonora, es casi la estructura misma del filme. Es lo que le da sus altos y bajos, sus recovecos, lo que evita que se vuelva plana o repetitiva.

P. ¿Por qué esa fijación con los rótulos y los carteles?

R. Porque son parte del alma de Madrid y están desapareciendo. Empecé a fotografiarlos como colección personal y después me uní a Paco Graco, un colectivo que los recoge y conserva como arqueología urbana. Tienen cientos: peluquerías, bares, discotecas. Es un gesto infantil contra el tiempo, como no podemos viajar en él, hacemos fotos y películas.

P. ¿Qué lugar ocupa la nostalgia en su mirada?

R. Es inevitable, pero engañosa. Madrid en los noventa era más sucia y más violenta. No quiero decir que aquello fuera mejor. Lo que me interesa es dejar un archivo del presente, un legado de lo que está ahora mismo en la ciudad.

P. En la película también aparecen muchos rostros. ¿Cómo los eligió?

R. No hay un abanico completo, hay una mirada selectiva. Me interesan esos rostros que están desapareciendo, que llevan inscrita otra España. Tiene que ver con la globalización, con la moda, con la alimentación, incluso con la higiene dental, que cambia la fisonomía. Son caras que pronto ya no veremos.

P. ¿Qué le preocupa más del Madrid actual?

R. El turismo y el turismo financiero. La llegada de gente que vive de paso, los alquileres imposibles, la gentrificación. Yo vivo en el centro y ya no me siento acogido. Antes conocías al librero, al del kiosco, al del supermercado. Ahora todo son dependientes que duran seis meses y luego se van. El barrio se queda sin vecinos.

Una escena de la película.

Una escena de la película.

P. ¿Qué espacios echa más de menos?

R. Las cafeterías de Formica, de quedarse a merendar y charlar. Se ha hablado mucho de los cines, pero lo que más me inquieta ahora es que esas cafeterías han desaparecido. Todo son franquicias de café caro o sitios para turistas. Lugares donde te sientas y enseguida te echan porque necesitan la mesa. Es la ilustración perfecta de cómo la ciudad se convierte en un escenario de consumo.

P. ¿Qué equilibrio buscó en el montaje?

R. Uno entre lo banal y lo elevado. Entre lo cotidiano —bares, carteles, calles— y lo noble, lo que emociona o duele. Entre la nostalgia y la esperanza. Y, sobre todo, que la película no canse. Que su propuesta de colección tenga ritmo, pausas, recovecos, sorpresas.

P. ¿Cómo ve hoy la relación entre Madrid y Barcelona?

R. Hace 25 años, ir a Barcelona era deprimente para los madrileños: todo parecía más chic, más literario, y Madrid era una paletada. Eso duró bastante. Hoy creo que Barcelona se ha estancado en la soberbia, muy dañada por el turismo. Madrid, en cambio, ha mejorado mucho, aunque corre el riesgo de convertirse en un Miami: un modelo inmobiliario depredador al servicio de millonarios y turistas.

P. En su mirada, Madrid siempre oscila entre dos polos.

R. Sí, el Madrid imperial de los reyes, los conquistadores, el Real Madrid, los coches ostentosos… y el Madrid callejero, popular, desenfadado, vital. Esa tensión siempre ha estado ahí. Y ese es el Madrid de la película, el que intento retratar antes de que desaparezca.