Collage de Hayao Miyazaki junto a 'Porco Rosso' y 'Ponyo'. Diseño: Rubén Vique

Collage de Hayao Miyazaki junto a 'Porco Rosso' y 'Ponyo'. Diseño: Rubén Vique

Cine

El maestro del anime Hayao Miyazaki: la rebeldía del dibujo a mano en un mundo acelerado

La experiencia Ghibli vuelve este verano a las salas de cine con el reestreno de dos grandes títulos de la animación japonesa: 'Porco Rosso' y 'Ponyo en el acantilado'.

Más información: Los 10 estrenos infantiles del verano: de los clásicos de siempre en 3D a Miyazaki y Segura

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Aunque suene tedioso, un folio detrás de otro. En sus doce largometrajes no hay otro secreto que este. Sin quererlo, el avance del tiempo ha reivindicado el arte de Hayao Miyazaki como una rebelión en sí misma. A día de hoy, el director aún recurre a las mismas herramientas: el dibujo a mano alzada, los bocetos en papel y la persistencia humana. Su manera de hacer cine, lenta y cariñosa, es toda una negación a habitar ese futuro ya ni líquido, más bien gaseoso que nos espera.

El ritmo de la animación japonesa, más aun la de Miyazaki, funciona en una zona horaria distinta al resto de creaciones audiovisuales –El chico y la garza (2023) fueron alrededor de siete años de trabajo–. Ver una película del estudio Ghibli es adentrarse en un mundo donde cualquier fotograma congela un cuadro por sí solo. Una experiencia que volverá a las salas de cine con el reestreno de Porco Rosso (1992) este viernes y Ponyo en el acantilado (2008) el 1 de agosto.

El artesano nipón de 83 años siempre ha mirado al mundo con los ojos de la niñez, inocentes y fantásticos; aun así, bajo el preciosismo de sus dibujos brotan temas comunes: la guerra, el trauma, la industrialización o la muerte. Esa capacidad para conjugar lo infantil con lo adulto le ha permitido trascender la frontera de su país como pocos cineastas japoneses han hecho (Kurosawa, Ozu, Kobayashi).

Sus obras han conseguido tanta popularidad que el estilo Ghibli ha terminado convirtiéndose en una actualización más de Chatgpt. Una tecnología sobre la que el dibujante japonés ya se pronunciaba en 2016 al ver los movimientos grotescos que la IA inducía en un modelo 3D: "Creo firmemente que esto es un insulto a la vida misma", añadiendo más tarde "siento que nos acercamos al fin de los tiempos. Los humanos estamos perdiendo la fe en nosotros mismos".

Al principio de su largo recorrido, el cual arrancó con El castillo de Cagliostro en 1979, Miyazaki tuvo que sobreponerse a la insularidad cultural japonesa y, aún peor, la baja estima del anime como medio cinematográfico. Su obra, junto a la de otros grandes de los 80 y 90 como Mamoru Oshii (Ghost in the shell), Katsuhiro Ōtomo (Akira) o Eiichi Yamamoto (la trilogía Animerama) fue la responsable de que la animación japonesa se haya convertido en la mina de oro que es ahora.

Pero, el caso de Miyazaki es el más especial de todos. A diferencia de sus coetáneos, que apostaron por un trazo y corte de historias mucho más adulto y experimental para encumbrar el valor del anime, el autor de El viaje de Chihiro se resistió a cambiar de público. Sus historias le han pertenecido siempre a los niños y gracias a ellos ha ganado dos Premios Óscar, un Oso de Oro, un BAFTA y un Globo de oro. No está mal.

El dibujante y creador de estudio Ghibli –nombre que le dieron los pilotos italianos de combate en la Primera Guerra Mundial a un viento caliente en Libia procedente del Sahara, según Screenrant– nació en Tokio con la vocación de un aviador y la pasión de un artista. Dos sueños que confluyen claramente en su filmografía.

En una entrevista para Brian Camp en 1999, el director confesaba que a sus 18 años estaba destinado a estudiar economía, pero al ver The Tale of the white serpent (1958) –una película de animación japonesa producida por Toei– se decidió por seguir el camino, en ese momento inexistente, de la animación.

En 1985, con Clagiostro y Nausicaä a sus espaldas, funda el mítico estudio de animación junto a Toshio Suzuki (productor de todas sus películas) e Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas). A partir de la creación de Studios Ghibli todo va rodado, las películas de Miyazaki cada vez son más internacionales y reciben más atención en los certámenes. En 2003, su éxito culmina con El viaje de Chihiro y el correspondiente Óscar a la mejor película de animación.

“Tienes que estar determinado a cambiar el mundo con tu película a pesar de que nada cambie, eso es lo que significa ser cineasta”. Hayao Miyazaki.

Sin la pretensión de ser obras magnas, los dos reestrenos de este verano: Porco Rosso y Ponyo en el acantilado son dos filmes que involuntariamente muestra la variedad de registros del tokiota. Mientras que en la figura del Cerdo rojo vemos al Miyazaki más político y manifiesto, en Ponyo perdura la mirada de un niño hechizado por el conjuro del océano.

En el documental 10 años con Hayao Miyazaki de NHK World, el director aseguraba: “Tienes que estar determinado a cambiar el mundo con tu película a pesar de que nada cambie, eso es lo que significa ser cineasta”. Una sentencia que cada uno de los dos largometrajes personifica a su manera.

Porco Rosso es una fábula de superficie luminosa que encuentra la esperanza en la amabilidad humana, y la belleza en la libertad de los hidroaviones. Sin embargo, de cada uno de los rincones de la película: el Adriático de los piratas o la Italia protofascista, subyace un fuerte mensaje pacifista y antitotalitario. Frases como "prefiero ser un cerdo que un fascista" o "las leyes no significan nada para los cerdos" han hecho de Marco Rossolini un símbolo contra la tiranía.

Ponyo en el acantilado, en cambio, es una celebración de la infancia y la amistad. Un cuento a rebosar de personajes carismáticos y encantadores, donde el dibujante da rienda suelta a su imaginación pictórica a través del trazo a lápiz y los colores pastel. Ponyo es una princesa pez que ansía convertirse en un ser humano y que, entremedias, conoce a Sosuke, un niño de 5 años. Toda una carta de amor a la animación infantil.

En 2014, Miyazaki amenazó con despedirse del cine con la semiautobiográfica y muy infravalorada, El viento se levanta. Cuando parecía que el mundo había perdido a un genio, volvió con el universo onírico y profundo de El chico y la garza. Actualmente, el estudio Ghibli sigue con las puertas abiertas y otro poema visual de Hayao Miyazaki entre manos. Parece que mientras que el niño de Tokio siga habitando en él, al anime no le faltará de su rebelde ternura.