
Fotograma de 'Diamanti'.
Ferzan Özpetek estrena 'Diamanti', un homenaje al cine italiano: "Un cineasta es como un colador de pasta"
El director italiano de origen turco ha convocado a más de dos millones de espectadores con un tributo a la sororidad femenina y la gloria del cine italiano.
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La televisión quizá no mató a las estrellas de la radio como dice la canción de The Buggles pero en Italia sí supuso un cambio de paradigma de la cultura popular, no precisamente a mejor, del gran cine protagonizado por Alberto Sordi, Vittorio Gassman y Nino Manfredi.
No solo eso, tras los años de gloria de Fellini, Rossellini, Pasolini, Visconti o De Sica, terminó también una época en la que esa cinematografía estuvo en la cima mundial.
Muy sutilmente, con la retransmisión en clave nostálgica de Milleluci, el último "gran programa" de variedades italiano de la época, elegante y suntuoso, gloriosa antes de las Mama Chicho, Ozpetek quiere marcar el fin de una época.
Ambientada en un taller de costura y moda de diseño de vestuario para cine, Ferzan Ozpetek (Estambul, 1959), ciudadano italiano desde los 18 años, quiere rendir homenaje con Diamanti al mundo del cine pero también al de las mujeres en unos años como los 70 en los que su protección legal era muy difícil.
La película está protagonizada por las hermanas Alberta (Luisa Ranieri) y Gabriella (Jasmine Trinca), dueñas de la sastrería, y refleja ese lugar de trabajo como un espacio de liberación femenina en un mundo machista.
Por una parte, la creatividad y sororidad que pueden desplegar alejadas de la mirada de los hombres.
Por la otra, sus complicadas vidas íntimas. Alberta se reencuentra con un viejo amor que quiere ayudarla económicamente; Nicoletta (Milena Mancini) es maltratada por su brutal marido y Nina (Paola Minaccioni) intenta reconectar con su hijo retraído.
Contada en dos tiempos, Diamanti se planeta también como la propia película que esta rodando el propio Ozpetek después de reunir a sus actrices favoritas y proponerlas una nueva película, la misma que vemos.
Desde su debut con Hamam, el baño turco (1997), Ozpetek se ha convertido en uno de los directores italianos más populares en el país y en Europa. Al cineasta le gustan las historias “humanas” centradas en los personajes, con frecuencia mujeres, con tono de tragicomedia.
Son filmes como El hada ignorante (2001), su mayor éxito, sobre una mujer que descubre que su marido tiene una relación con otro hombre; La ventana de en frente (2003), sobre una mujer casada que se obsesiona con su vecino o Tengo algo que deciros (2010), sobre una chica lesbiana que sale del armario en el conservador sur de Italia.
Pregunta. ¿Cuál fue la motivación para hacer esta película?
Respuesta. Quería rendir homenaje tanto al hecho de hacer cine como al trabajo con las mujeres. Llevaba más de diez años queriendo rodar una película con mis actrices. Trabajar con ellas es muy distinto a hacerlo con hombres: hay una intensidad, una conexión diferente. También quería contar una parte de mi propia historia. Durante dieciséis años fui asistente de dirección. Acompañaba a actrices y directores, traía cafés, ayudaba con vestuario, tomaba notas. De algún modo, esta película une esa juventud mía con mi forma de ver el cine.
P. ¿También quería rendir homenaje al esplendor del cine italiano?
R. Sí, aunque lo que yo viví ya era el final de esa época dorada. La película está ambientada en 1973, y en una escena aparece un programa de televisión de esa época cuando la era dorada de la televisión y el cine comenzaba a tocar su fin. Pero en realidad, yo me moví en ese mundo hacia el 77 o el 78, cuando todo empezaba a apagarse. Aun así, conocí a grandes diseñadores de vestuario, a directores como Elio Petri... Fue una época de aprendizaje intensa.
»Hoy en día, por ejemplo, el vestuario se hace de forma muy distinta: se reutiliza, se alquila. En ese momento era un arte más artesanal. Y yo quería contar cómo veo la vida y el cine: como una continuidad entre los vivos, los ausentes, los recuerdos. La película es una mezcla de todo eso, culmina en un homenaje a tres actrices fundamentales en mi vida.
P. Menciona mucho el detalle, la luz, el color. ¿De dónde nace esa obsesión visual?
R. Tuve la suerte de aprender de Piero Tosi. Le daba mis primeros guiones para que los leyera y me aconsejara. Después fue Mina quien ocupó ese lugar. Pero lo importante es que durante todos esos años, sin darme cuenta, fui absorbiendo cosas. Escuchaba conversaciones sobre telas, sobre tonos, sobre iluminación. Lo que parecía una tarea menor —llevar un café, anotar un ajuste de vestuario— era en realidad una educación. Y eso ha quedado en mi cine: el amor por el detalle, por la composición, por la luz.

Fotograma de 'Diamanti'.
P. Usted habla mucho de cine como trabajo colectivo. En Europa, sin embargo, sigue dominando el concepto de “cine de autor”. ¿Se olvida a veces que el cine se hace entre muchos?
R. Completamente. Nunca digo "mi cine", siempre digo "nuestro cine". Cada día en el set revisaba escenas con los actores, las adaptábamos según la atmósfera, según lo que propusieran vestuario o escenografía. El cine no se hace solo. El director, para mí, es como un colador de pasta: filtra, da forma, pero todo lo que pasa por él viene de otros.
»Todos mis proyectos los comparto con amigos, con guionistas, con colaboradores. No quería aparecer en esta película, por ejemplo. Pero Mina y dos amigos me convencieron: si ponía a las actrices como ellas mismas, en su intimidad, yo debía estar también. Quería que me interpretara un actor, pero me dijeron: no, tienes que ser tú. Y al final lo hice. Pero insisto: no es yo, es nosotros.
P. ¿El vestuario ha sido uno de los pocos espacios donde las mujeres durante décadas han podido brillar y expresarse con más libertad dentro del cine?
R. Seguramente. En aquella época, en los departamentos de vestuario, las mujeres tenían un peso fundamental. Eran consideradas expertas, y lo eran. Pero no solo ahí. Yo creo que son expertas en todo, que están un paso por delante en muchas áreas. A veces lo digo y la gente reacciona con incomodidad, pero es lo que pienso.
»También había mujeres directoras muy relevantes entonces, como Liliana Cavani o Margarethe von Trotta. Pero era un mundo dominado por hombres. Hoy eso está cambiando, y me alegra profundamente. Ya no hablamos solo de “la directora mujer”, sino simplemente de grandes cineastas. Espero que algún día dejemos de hacer esa distinción.
P. ¿Cree que precisamente por tenerlo más difícil en la vida, los personajes femeninos son más interesantes?
R. Sí. Las mujeres son portadoras de vida. Para afrontar todo lo que enfrentan, han desarrollado una especie de órgano adicional, una forma distinta de mirar. Eso las hace más ricas como personas y como personajes.
»Hoy vemos más claramente la violencia que sufren. En Italia, en Turquía, hay muchos feminicidios. Antes las mujeres callaban. Ahora hablan, se van, y muchas veces eso desencadena aún más violencia. Pero lo importante es que han dejado de quedarse en silencio. Y eso las hace, sí, más complejas, más valientes, más interesantes. Incluso biológicamente: si nacen dos bebés prematuros, la niña tiene muchas más posibilidades de sobrevivir que el niño. La naturaleza misma las ha hecho más fuertes.