Rob Reiner. Foto: Wikimmedia Commons.

Rob Reiner. Foto: Wikimmedia Commons.

Cine

Rob Reiner, ese maravilloso "artesano" de Hollywood

Sin moverse de la tradición americana del cine comercial pero con sangre de los 70 en las venas, el cineasta realizó películas fantásticas.

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Rob Reiner (Nueva York, 1947) solo fue nominado una vez al Oscar, por Algunos hombres buenos en 1992, y no lo ganó.

Forma parte de esos maravillosos directores de Hollywood como Robert Zemeckis (Regreso al futuro) o John Landis (The Blues Brothers), incluso el propio Spielberg, que no se ponían jamás por delante de la película.

La propia película, entendida como un artefacto de seducción masiva, de entretenimiento puro y duro, lo era todo. El público lo era todo.

Representó como pocos la era de esplendor del blockbuster, del cine comercial que veían literalmente millones y millones de personas cuando se formaban grandes colas a la puerta de los cines. Fue el típico cachorro de Hollywood, los sigue habiendo, a los quince años ya participaba como actor (actuó en más de 90 películas) en sitcoms y películas populares.

Un artista atípico que al mismo tiempo que supo complacer a la industria con películas que recaudaban cientos de millones, siempre quiso insuflarles el espíritu más combativo y rebelde de esos cineastas como Sidney Lumet, Michael Cimino o el propio Scorsese.

Fue a principios de los 70 cuando alcanzó la fama con Todo en familia, una serie sobre una familia de California que fue la más exitosa de su época que rompió moldes por tratar asuntos como la sexualidad o las adicciones en un tiempo en el que la televisión aún insistía en el modelo de “familia feliz” sin fisuras.

Rob Reiner tuvo una larga y prolija carrera como actor, casi siempre secundario. Su última aparición estelar fue en El lobo de Wall Street (2013) de Martin Scorsese. Pero sobre todo alcanzó una fama sideral como director, un cineasta con mucho talento que en muchas ocasiones supo dar con esa tecla tan difícil llamada “espectador”.
Sus películas rezumaban tanto encanto como modestia su dirección dejando brillar a los actores y poniendo el montaje, el ritmo y la emoción por encima de cualquier consideración.

Menos famosa en España que en Estados Unidos, This is Spinal Tap (1984), un documental falso sobre una banda de heavy metal falsa fue el inicio de su éxito masivo.

La película, divertidísima, es una parodia feroz del mundo del rock, con sus egos desmedidos, su dinero a espuertas, y esos músicos que dicen banalidades en las entrevistas como si fueran Confucio dictando sentencia.

Tuvo tanto éxito que se acabó formando una banda con ese nombre que llegó a tener cierta resonancia en un caso extraño de ficción creando realidad.

Fue el principio de unos 80 de gloria. Juegos de amor en la universidad (1985), utiliza el esquema de la “comedia juvenil” con sus adolescentes vírgenes para realizar un retrato sensible y conmovedor sobre los desvelos de esa época.

En estado de gracia, solo un año más tarde rodó uno de los mejores coming of age de la historia del cine, Cuenta conmigo (1986), con un River Phoenix magnético.

Basada en una novela de Stephen King, una frase marca la película “nunca volví a tener amigos como a los 12 años, ¿alguien sí?”.

Fotograma de 'Cuenta conmigo', dirigida por Bob Reiner.

Fotograma de 'Cuenta conmigo', dirigida por Bob Reiner.

La búsqueda del cuerpo de un chaval desaparecido se convierte en una odisea emocional con profundas resonancias sociales sobre cuatro jóvenes marcados por familias difíciles que encuentran en esa amistad, finita pero profunda en su intensidad, un consuelo a una vida que se asoma y no promete ser fácil. Es bellísima.

Tan solo un año después, uno de los filmes de aventuras y épica más icónicos de Hollywood, una verdadera joya como La princesa prometida (1987).

Sacando oro de un universo medieval de leyendas, monstruos y gigantes que más tarde explotaría Shrek, Reiner construye un filme lleno de magia y romance, divertidísimo, en el que Robyn Weiss y Cary Elwess le dan una vuelta, feminista, al clásico cuento de hadas.

Y poco después llegaría otra de las películas más icónicas de los 80, Cuando Harry encontró a Sally (1989), que sumó a su tremendo éxito de taquilla un enorme impacto sociológico.

Inspirado en películas de Woody Allen como Annie Hall, Reiner cambió para siempre la comedia romántica de Hollywood con una película más adulta, más “seria”, en la que la posibilidad de la amistad entre un hombre y una mujer se convertía en tema. El orgasmo fingido de Meg Ryan en un dinner fue una secuencia de altísimo impacto sociológico.

Quedan dos películas más de la época más gloriosa de Reiner en las que se postuló como un cineasta más dramático, más “oscarizable” aunque nunca se lo dieran.

Misery (1990), de nuevo basada en una novela de Stephen King, es una obra maestra del terror. Trata sobre un escritor en crisis (James Caan) que pretende dar por terminada una saga romántica que le ha hecho rico.

Fotograma de 'Misery', dirigida por Rob Reiner.

Fotograma de 'Misery', dirigida por Rob Reiner.

Una fan enfebrecida (Kathy Bates, exacta entre el horror y una cierta ternura) lo secuestra para que le dé nueva vida. La paradoja del asunto es que el novelista vive un infierno encerrado por una maniática pero logra escribir su mejor libro.

Y en 1992 estrena Algunos hombres buenos, con Tom Cruise como estrella absoluta enfrentado a Jack Nicholson, un sólido drama judicial sobre corrupción en el ejército que un gran éxito de público y de crítica.

En ese filme, como en casi todos los de Rainer, latía al mismo tiempo “el hombre de la industria”, el inspirado creador de blockbuster, pero con la sangre caliente de esos cineastas de los 70 que también querían transformar Hollywood con películas de calado social y político.

En sus últimos años, Reiner aún realizó películas de prestigio como El presidente y Miss Wade (1995), una comedia romántica sobre un presidente de Estados Unidos (Michael Douglas) que se echa novia (Annette Benning); o Mi primer amor (2010), sobre unos adolescentes enamorados que devolvieron las colas a los cines.

Ante su trágico desenlace, solo cabe lamentar las circunstancias y celebrar la vida de un autor que supo dar forma a los sueños de millones de personas así como lograr lo que parece casi imposible, realizar impecables blockbusters sin renunciar a su integridad artística ni renunciar al compromiso social de los cineastas de los 70 que lo forjaron. Se ha ido un grande.