Un fotograma de 'A la deriva', de Zhang-ke.

Un fotograma de 'A la deriva', de Zhang-ke.

Cine

'A la deriva': de la cultura rural al turbocapitalismo, 25 años de China según Jia Zhang-ke

El prestigioso director chino fascina con una película sobre los estragos de la modernidad y la "americanización" en provincias.

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El mundo del espectáculo, del entretenimiento, es tan amplio y dispar como la propia sociedad a la que quiere entretener. De la música exigente y erudita de los grandes pianistas clásicos a los espectáculos horteras en discotecas de extrarradio, hacemos una distinción entre alta y baja cultura pero ambas, cada una a su manera, son reveladoras de las costuras profundas de la vida.

Jia Zhang-ke (Shanzi, 1970), además de chino, es por voluntad propia el gran cronista de su propio país. Con talento y mirada de artista, el cineasta se parece a nuestro Pedro Almodóvar aunque pueda no parecerlo. Si Almodóvar refleja en sus películas el tránsito de la vida rural a la modernidad de una generación que creció en un mundo muy distinto al que habitó en su vida adulta, Zhang-ke muestra cómo China ha pasado a la velocidad del rayo de ser un país atrasado y pobre a una de las economías más dinámicas del mundo. A los dos, además, les gusta el kitsch, entendido como una hipérbole "cutre" pero reveladora de una verdad profunda.

Lo vimos en aquella seminal The Platform (2000), en la que un grupo tradicional de teatro dependiente del Estado (es un país comunista), se privatiza y se pasa al disco-rock. En The World (2004), ambientada en un parque temático y protagonizada por una cantante que trabaja en él, profundiza en ese universo hortera de plástico patético y conmovedor.

Porque China y sus habitantes son los protagonistas de las películas de Zhang-ke, que se compadecen de un pueblo para el que la historia siempre pasa por encima sin que tenga mucho que decir, como sucede en todas las dictaduras del mundo. Aquí Almodóvar y el asiático son distintos, en las películas del primero la ruptura con el pasado es peligrosa pero va acompañada de una festiva liberación, en las del segundo la modernidad no va acompañada de democracia en un Estado capitalista pero totalitario.

Un amor roto

Situada como muchas de sus películas en Shanxi, la provincia natal del director, al oeste de Pekín, en esta sensacional A la deriva el cineasta se muestra más experimental e incisivo. Con una narrativa muy distinta al modelo Hollywood que estamos acostumbrados y lo invade todo, en este largometraje los dos protagonistas deambulan por una China en la que no son dueños de su destino.

Sin mostrar prácticamente ninguno de los momentos "álgidos" en un cine actual cocainómano que siempre busca estar arriba, vemos en la primera parte el romance entre Qiaoqiao (Tao Zhao), modelo, bailarina y cantante de clubes nocturnos de poca alcurnia, y su manager, Guo Bin (Zhubin Li).

Este romance está más sugerido que mostrado porque Zhang-ke se pasa mucho rato mostrándonos imágenes de la vida cotidiana en la provincia, muchas de archivo, otras de sus propias películas, en esa China alejada del foco donde el contraste entre tradición y modernidad a marchas forzadas resulta más llamativo.

La pareja se separa porque él debe emigrar por motivos económicos. La segunda parte nos muestra su larga reconciliación, o no. Porque el tiempo no pasa en balde, es ese villano cruel que siempre pensamos que podemos vencer hasta que nos atrapa.

Como en Naturaleza muerta, la construcción de la Presa de las Tres Gargantas, una obra faraónica que devastó pueblos y ciudades destruyendo un mundo antiguo, se convierte en metáfora de la grandeza de esa China capaz de enriquecerse en tiempo récord pero también de su brutalidad.

Lo mejor que se puede decir de A la deriva es que es una experiencia cinematográfica pero también artística, el reflejo bello y doloroso de un mundo que muere sin que nadie tenga muy claro qué viene después.