Un momento de 'Destino final: Lazos de sangre'

Un momento de 'Destino final: Lazos de sangre'

Cine

'Destino final: Lazos de sangre', el indiscutible placer de reírse de la desgracia ajena

El relanzamiento de la exitosa franquicia de los 2000 apuesta por el despiporre en una película con secuencias brillantes donde la muerte es hilarante.

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Recuerdo aún con asombro una sesión de cine de Érase una vez en Hollywood (2019) de Tarantino. Era el día de estreno, primera sesión, con lo cual estábamos los fanáticos. Al lado, tenía a un tipo gordito y calvo que cada vez que había una escena de violencia se reía con frenesí, cuanto más violenta la secuencia, mejor. Al llegar el ominoso asesinato de Sharon Tate por Charles Manson, le dio un ataque de risa descomunal.

Aquello, reconozco, me resultó perturbador. Sin embargo, es evidente que parte del rito de ver una película de terror consiste en pasar miedo, sí, pero también en reírse como forma de liberar ese propio pánico. Una risa nerviosa pero risa, al fin y al cabo. En este caso, esa risa cobra mucho más sentido cuando se comparte, ya sea con amigos o incluso con los desconocidos que se juntan en una oscura sala de cine.

Quizá esa risa surge como mecanismo de compensación del propio miedo que pasamos, reflejo del temor a la muerte o a que nos hagan daño, que llevamos a cuestas como seres mortales. Y quizá también, como en el caso de mi compañero de butaca, me temo, se debe a un cierto sadismo. Tipo extraño, daba la sensación de que se resarcía de sus propias heridas con las que infligían a otros. Ya lo dice el “supervillano” Trump: “Yo soy vuestra venganza”.

La franquicia Destino final arranca en 1999 con una original y divertida película en la que la muerte misma es la antagonista. Hubo cuatro películas más que con distintas variaciones repetían el mismo esquema. Primero, el protagonista tiene una premonición fatal; en el caso del primer filme, pronostica que el avión tendrá un accidente, él y sus amigos lo desalojan, y luego estalla.

Este acto que parece una salvación milagrosa, se convierte en una condena. Porque nadie puede burlar a la muerte y los protagonistas están destinados a morir hagan lo que hagan. A partir de aquí, gran parte de la gracia del asunto es que no son asesinados por un psicópata con un cuchillo si no en elaboradas secuencias de tipo sobrenatural en la que esa muerte se produce de manera rocambolesca y terrorífica, claro.

Herencia del slapstick

Han pasado 14 años desde Destino final 5 y la idea de Destino final: Lazos de sangre es un relanzamiento de la saga aunque no falten los guiños a los fans. El planteamiento no ha cambiado. En este caso, la protagonista, Stefani (Kaitlyn Santa Juana) es una joven que sueña de manera obsesiva con el derrumbamiento de un rascacielos mientras se celebra una fiesta.

La película arranca con esa escena, en una especie de pirulí retrofuturista, con una secuencia espectacular en la que una imagen punk marca el tono cafre del resto de la película cuando un niño muere aplastado por un piano, lo que se rueda con sarcasmo. Lo mejor de Lazos de sangre es que no oculta su condición de artefacto de diversión puro y duro ni su ambigüedad irónica, y la celebra.

Dirigida por Zach Lipovsky y Adam Stein, la sexta parte de la franquicia se bate el cobre en la originalidad de las secuencias de asesinatos por parte de la propia muerte. Cuanto más crueles, más divertidas, claro, en una serie de set pieces delirantes que en algunos casos logran revolvernos en el sofá en una mezcla de miedo y risas como el sofisticado ataque a un tatuador que acaba colgado del piercing a un ventilador o la máquina de vending homicida.

En la coreografía de esas secuencias, brilla la influencia del primitivo cine mudo de Buster Keaton o Harold Lloyd, incluso del dadaísmo de Jacques Tati, al crear una realidad (en este caso sobrenatural) hostil en la que el patoso protagonista acaba enredado en una situación peligrosa pero ridícula y graciosa. El slapstick sigue vivo y la muerte le sienta muy bien a Destino final: Lazos de sangre.