Albert Serra  y Pere Gimferrer en casa de este último. Foto: Pau Venteo

Albert Serra y Pere Gimferrer en casa de este último. Foto: Pau Venteo

Cine

Tarde de toros, cine y letras con Albert Serra y Pere Gimferrer: de 'Cahiers du Cinéma' a Roca Rey

A la taurina hora de las cinco de la tarde, los dos amigos se encuentran para hablar de 'Tardes de soledad', la Concha de Oro de Albert Serra, que se estrena este viernes.

Más información: Albert Serra, autorretrato de la soledad

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Hay un momento en la casa de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) en que parece que todo se va a ir al garete: que no va a haber ni conversación, ni foto, ni nada… El autor de Arde el mar se encasquilla preguntando si primero hay que hacer la foto y luego la entrevista, o al revés. También pregunta con cierta compulsión si es él quien tiene que entrevistar a Albert Serra (Banyoles, 1975) o qué. Se le dice que no: que el periodista lanza las cuestiones y da pie a la charla con su amigo, al que admira desde sus primeros pasos como cineasta, allá por 2006, cuando empezó a demostrar que su camino era radicalmente único con Honor de cavalleria. Pasan unos segundos y Gimferrer insiste: “¿Pero hago la entrevista yo entonces?”.

No es porque le falle la memoria, que la sigue teniendo prodigiosa a sus 79 años, sino porque anda un poco desconcertado en medio de tanto trajín. El periodista, antes de responder de nuevo, pide permiso a Cuca de Cominges, la mujer del poeta, para levantar las persianas. Hay que ganar la máxima luz posible antes de que atardezca a fin de sacar un buen retrato de la pareja. Al subirlas, ve la sede de Planeta a escasos cien metros, corta distancia que no obsta para que Gimferrer coja un taxi cada día para ir a su oficina en Seix Barral.

Cuca, entretanto, va recolocando cuadros: quita uno de Miró del salón y trae otro de Alberti del pasillo para que salga en la foto, porque sus motivos taurinos vienen al caso: el encuentro, a todo esto, se debe al estreno el viernes 7 de Tardes de soledad, la película sobre el torero Roca Rey filmada por Serra que ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Y Nuria, de la productora de Serra, viendo el percal, empieza a hacer llamadas para despejarle la agenda al director, que a las ocho tiene que estar en la Filmoteca de Cataluña para presentar la cinta. Ella quería colocarle una entrevista con una televisión antes de empezar el acto pero, aun siendo las cinco, abandona toda esperanza de cumplir la escaleta. “Esto va a ser muy difícil”, murmura el fotógrafo.

Cunde el nerviosismo en todos los integrantes de este caótico vodevil, menos en Serra, que escudriña la corbata de Fornasetti de Gimferrer con un buque inglés estampado. Milagrosamente, las piezas se ordenan, como en el ruedo. El fotógrafo, tras hacer sus disparos, pone en suerte al periodista los dos heterodoxos morlacos, que entablan una jugosa conversa.

Pregunta. Albert, ¿cuándo empezó tu admiración por Pere?

Albert Serra. Leyendo su libro Cine y literatura. Es extraordinario. Siempre lo recomiendo. Aparte de ser didáctico, es sofisticado. Tiene esas dos vertientes para entender el lenguaje cinematográfico. Lo leí con 14 años. Coincidía mucho con sus gustos, y también en el desprecio a una tradición muy floja de directores americanos. Es muy interesante su análisis de adaptaciones de novelas, como la muy interesante que hizo Buñuel de Cumbres borrascosas.

Pere Gimferrer. A Marsé le indignaba que la pusiera por encima de la de Wyler, pero a mí me parece mejor.

A. S. Tiene más garra, lo dices en el libro... Luego [Serra vuelve al tema, degustando ya el primer Calvados de la tarde], Pere conocía a críticos franceses que yo traté mucho al ir tanto a París, como Jean Narboni y Jean Douchet. Este último me presentó varias veces mis películas en Francia. En España poca gente los conocía. Era el mundo de Cahiers du Cinéma el que nos unía. Además, yo soy uno de los pocos españoles que cita en su libro. Me incorporó en sus últimas ediciones.

P. G. Sí, a ti, a Guerín, a Buñuel y a Erice. Alguno más, no muchos, eh.

A. S. Debes de ser la persona que más ha seguido Cahiers de España.

P. G. Bueno, yo conozco a uno de Tarrasa que es suscriptor más antiguo que yo todavía. Yo lo he leído desde el 59, salvo en la época más maoísta, ahí no tanto.

A. S. Ahora le van a dar a Tardes de soledad la portada, en el número de marzo.

P. ¿Es seguro ya?

A. S. Sí, sí.

P. ¿Qué te ha parecido a ti, Pere?

P. G. Es una película que es a la vez documental y experimental. Hace algo importante en un documental: no tener voz off ni narrador de rotulación. Dos recursos que condicionan la interpretación de las imágenes, y eso es lo contrario al espíritu del cine documental. Carece de argumento, lo cual siempre es mejor para una película. Otra cosa es tener una trama visual. Me sorprendió y gustó mucho, aparte de la banda sonora, excelente, el tratamiento de la imagen, con esos planos tan cerrados, que recordaba a Polanski en Rosemary’s Baby [La semilla del diablo], donde los actores casi ni se podían mover. Esto es lo contrario a lo que suele hacerse con las películas de toros. En estos planos cortos se sostiene la película, junto con los ojos del toro y los de Roca Rey, que es muy fotogénico. Su mirada siempre está diciendo algo.

P. Lo de los planos cortos es muy llamativo, cierto. Es una forma de mostrar la lidia muy diferente a como se ve habitualmente, con el toro y el torero encuadrados por entero.

A. S. Quería ofrecer una sensación muy física, de cercanía. Si abres el plano, tienes más información pero queda más inane, y no hay impacto físico. Las cámaras digitales facilitan mucho la aproximación.

P. Las conversaciones de la cuadrilla en la furgoneta son pura poesía popular, que desde la raíz telúrica acaba en la trascendencia.

P. G. Parecen diálogos teatrales de Lorca, como aquellos tan concisos de Bodas de sangre. Son también como banderilleros de Goya.

A. S. ¿Y de Valle-Inclán no percibes algo también ahí?

P. G. Sí, de Luces de Bohemia. Pero sobre todo de Lorca, también de diálogos de El público, que aunque no lo parezca es una obra continuadora de Valle-Inclán.

P. Pere, tú llegaste a los toros a través de la palabra: las locuciones radiofónicas de Julio Gallego Alonso y las críticas taurinas.

P. G. Gallego Alonso empleaba unas expresiones muy curiosas, como “con no mal arte”, o “buenas trazas”, o “apunta maneras”... Hablaba así.

A. S. ¿Y a Joaquín Vidal lo leías?

P. G. Sí, pero menos que El Cossío y otra literatura taurina, que hay muchísima.

A. S. ¿Y Bergamín?

P. G. De Bergamín y Alberti hay unas fotos muy buenas en la plaza de Las Ventas. La idea de que el toreo en España es una cosa de derechas no sé de dónde sale. Es una idea falsa: Bergamín, Alberti, Miró, Picasso… El libro del Cossío lo coleccioné cuando lo sacó El Mundo, pero no me cabía en el despacho de la editorial.

A. S. Yo también lo coleccioné entonces.

Pere Gimferrer y Albert Serra. Foto: Pau Venteo

Pere Gimferrer y Albert Serra. Foto: Pau Venteo

P. Ya tenías una querencia por la tauromaquia muy anterior a Tardes de soledad, ¿no?

A. S. Es que fui mucho con mi padre a los toros, pero siempre a espectáculos de baja categoría, en Girona, Sant Feliu de Guíxols, Lloret, Olot… Iba de pequeño. A la Monumental iba a ver rejoneadores. Y luego me hice amigo del apoderado de José Tomás, Salvador Boix, que es de Banyoles.

P. Sí, aparece en los créditos. ¿Fue él quien medió para llegar a Roca Rey?

A. S. No, al principio no, pero siempre estuvo por allí. Vino a todos los rodajes, menos al de Bilbao. Nos ayudó mucho en la relación con las plazas, los ganaderos…

P. G. ¿Pero había entonces un guion para Roca Rey? Para mí, lo importante es su juego de ojos, pero eso ya lo traía él, ¿no?

A. S. Sí, es su poesía. Él tiene un misterio, a veces parece muy transparente y a veces totalmente opaco. No, no había guion, yo no hablaba con él.

P. G. Yo veo en esa mirada una mezcla de inquietud y curiosidad.

P. ¿Notabas en él, Albert, un plus de responsabilidad cuando iba a torear en Madrid?

A. S. Sí, mucho. Y en Sevilla también, y en Bilbao, porque tiene una relación especial con esta plaza, en la que hizo el año pasado una gran corrida. Lo volteó varias veces el toro. Pero no le salió muy bien ese día, aunque dio imágenes poéticas muy bonitas, con la lluvia y el barro. A él, en cambio, no le gustaron. Dijo que lo podíamos tirar todo. No se veía bien.

P. ¿Tú también sentiste una responsabilidad añadida al rodar esta película?

A. S. Sentía que debía hacer algo digno del material que me estaban ofreciendo, sí, y reflejar con rigor la complejidad de la tauromaquia.

P. ¿Qué te parece, Pere, Roca Rey en comparación con figuras como el Viti, que viste en tu primera corrida como espectador en la Monumental de Barcelona, o José Tomás, que te volvió a movilizar como aficionado?

P. G. Es otro mundo, me parece totalmente diferente a los que mencionas. El movimiento de sus ojos, esa preocupación, lo distingue de José Tomás, que, ya sabemos, es otra cosa.

A. S. ¿Y el Viti?

P. G. Es un precedente de José Tomás, muy estatuario. Lo comparaban con Manolete, quizá también por su prestancia física y por sus manoletinas. No recuerdo que hubiera detractores de él.

P. Roca Rey sí los tiene en Madrid. Aparece en la película: sostiene un pulso desabrido con el 7.

A. S. Sí, y se desconcentra porque contesta, les pide que se callen, y lo coge el toro al cabo de tres pases. Este es un sector muy arbitrario, pero el resto de la plaza le tiene mucho cariño. Su compromiso con el toreo queda claro en la película.

P. En las secuencias de la furgoneta lo vemos siempre abismado en sus pensamientos, sus incertidumbres, sus miedos; en silencio. Está rodeado de la cuadrilla pero parece un hombre solo. ¿De ahí viene el título?

A. S. Lo elegí antes de hacer la película. Durante el montaje, pensamos que no había mucha soledad, pero al final sí la encontramos, una soledad polisémica, porque está la soledad del torero, absorto cuando le hablan, pero también la soledad solidaria, de la cuadrilla, que es muy cinematográfica, la de un grupo de hombres metidos en una burbuja enfrentados a un peligro externo, como en una película de Hawks o de Raoul Walsh. La mirada del toro también transmite mucha soledad: es el único que no sabe que va a morir. Cuando se para y mira a la cámara, es oro.

P. A su agonía le dedicas una particular atención, con planos muy prolongados.

A. S. Ahí ves cómo la vida le abandona. Lucha por la vida pero la fatalidad de la muerte se impone. Los operadores de cámara se hicieron fanáticos de estos momentos, que tenían algo espectral a veces, más allá de lo físico.

P. El debate moral en torno a la tauromaquia ha acompañado en todo momento a la película, pero a ti parece resbalarte.

A. S. Es que esto es un ritual sacrificial. Si lo quieres, es así. Si no lo quieres, es otro tema. Para mí es parte de la esencia y le da más enjundia, no veo la polémica.

P. G. El antitaurinismo es muy antiguo. La gente no lo recuerda pero me parece muy curioso el de Cernuda, por ser un sevillano andalucista. Era un antitaurinismo muy violento. No lo comprendo muy bien, quizá se debiera a que fue hijo de un coronel y a su formación en Inglaterra.

Pere Gimferrer. Foto: Pau Venteo

Pere Gimferrer. Foto: Pau Venteo

P. Pío Baroja también era muy antitaurino.

P. G. Pero él era vasco.

P. Bueno, allí tiene también mucho arraigo la tauromaquia. Había incluso abertzales que la defendían.

P. G. Sí, Jon Idígoras [dirigente de Herri Batasuna] era muy tauromáquico. Pero lo de Cernuda es muy llamativo. Utilizaba la tauromaquia como metáfora de una España que él no conoció, la de la posguerra. Decía: “La existencia española, llegada al paroxismo, / estúpida y cruel como su fiesta de los toros”.

P. ¿Y el dilema moral cómo lo manejas en tu fuero interno? ¿Nunca te ha planteado mala conciencia?

P. G. Es como si me preguntaran si tengo mala conciencia con el boxeo, donde no hay este debate moral a pesar de los golpes y sus efectos. Acordaos de Toro salvaje de Scorsese o de Los monstruos de Dino Risi, donde a Vittorio Gassman le atizaban como a un globo.

P. ¿Puede ser, Albert, que uno de los resortes que le impulsara a hacer la película es que los toros vayan dejando de ser cultura para devenir, más bien, contracultura, una tradición a la contra de la oficialidad?

A. S. Puede ser, inconscientemente. Pero la película nace porque los de la Pompeu Fabra, que tienen un máster de documental, me estimulaban para que hiciera uno. Y yo no tenía tema, y el único que se me ocurrió fue este, que sabía que era controvertido hoy en nuestra sociedad occidental. Lo que no me importó es que los seguidores de mi cine le pudieran tener manía a los toros. Me daba igual.

P. Es interesante que, teniendo en cuenta que en Cataluña se llegaron a prohibir los toros en 2010, las dos obras artísticas más interesantes de los últimos años sobre la tauromaquia las hayan alumbrado dos catalanes: Angélica Liddell (Liebestod) y tú.

A. S. En mi caso hay mucho de curiosidad personal, de acercarnos a una realidad con la cámara, que es muy incisiva, que ve cosas que no ve el ojo humano. Nuestra idea era comprobar si aquello era serio o no, qué tipo de gente había alrededor, qué pasa de verdad ahí… Eso es lo que había detrás de esta investigación, que eso es un documental.

P. ¿De películas taurinas, Pere, cuáles destacarías? ¿El momento de la verdad de Francesco Rossi?

P. G. Esa le gusta más a Albert.

A. S. Bueno, tiene algunos planos interesantes en la plaza.

P. G. ¿Habéis visto Tarde de toros? La de Ladislao Vajda con los Bienvenida. Es interesante. Es un encargo de la familia pero está bien hecha y Vajda era un director que estaba bien en general. Y Orson Welles rodó bastantes cosas de toros también.

A. S. Para mí la mejor es Torero, la de Carlos Belo. Es la única que refleja el drama desde dentro, desde la mente, es la más sincera. Las otras están en códigos de representación muy superficiales y banales. El problema es que hay mucha diferencia en hacer una película con un torero de verdad o con un actor, lo que te obliga a meter imágenes documentales, a hacer planos de espaldas...

Albert Serra. Foto: Pau Venteo

Albert Serra. Foto: Pau Venteo

P. ¿Y, Albert, tras haber hecho una película con un torero, reto bien complicado, te vas a atrever con tu máxima aspiración: rodar una sobre Jesucristo?

A. S. Siempre he tenido la idea de hacer una película sobre las bodas de Caná, donde hace el único milagro que no es moralista, convirtiendo el agua en vino, para que la gente se divierta. La querría filmar como si fuese un vídeo de boda de esos que hace la gente. Daría una perspectiva diferente de la icónica habitual que tenemos de Jesucristo. Pero la próxima que voy a hacer es sobre la rivalidad de Estados Unidos y Rusia. Se rueda en julio. Estaba ambientada en el comienzo de la guerra de Ucrania pero esto va evolucionando muy rápido.

P. ¿Y para cuándo una colaboración entre vosotros? Un feat Gimferrer/Serra.

A. S. Pere ya ha hecho de actor con Pere Portabella.

P. G. Bueno, eso fue un cameo solo.

P. Le puedes dar otro en tu nueva película. Yo lo veo encarnando a un jerarca soviético.

A. S. Sí, sí, uno de esos de la época posterior a Stalin, de los 50 o 60, de los que están conspirando por ahí. Ahora, con la inteligencia artficial, le podemos poner hablando ruso perfectamente.

P. ¿Tú te ves de jerarca soviético, Pere?

P. G. [Arqueando las cejas] Pues no sé, depende de cómo me vistiera...