Claudia Cardinale, en el Festival de Cine de Estocolmo en 2012. Foto: Robert Eklund / Stella Pictures / GTRES

Claudia Cardinale, en el Festival de Cine de Estocolmo en 2012. Foto: Robert Eklund / Stella Pictures / GTRES

Cine

Claudia Cardinale: “Con Delon y Burt Lancaster bromeaba mucho. Y Mastroianni estaba enamorado de mí”

La actriz italiana habla con El Cultural sobre su carrera estelar pero difícil antes del estreno en Netflix de 'El gatopardo', que ella protagonizó en la versión de Visconti.

Más información: Marcello Mastroianni, 100 años del actor que lideró el salto del cine italiano a la popularidad mundial

Julio Ocampo
Publicada
Actualizada

Hay una escena sublime en la película Hasta que llegó su hora (1968) que define la carrera de Claudia Cardinale. Al despedirse de Armónica (Charles Bronson), emerge un cruce de miradas subrayadas por la música de Ennio Morricone. Aunque apenas se introduce un minuto de diálogo, ahí se esconde parte de la historia del cine. Al menos del que tenía en mente el maestro Sergio Leone, quien en ese caso dibuja a dos enamorados que se miran en complicidad aun sabiendo la imposibilidad de su amor. La fuerza de ambos radica en la capacidad de soportarlo sin la guadaña de la nostalgia o los remordimientos. Se quieren, pero no se necesitan, y ese es el maravilloso destino. "¿Pasarás alguna vez por aquí?", inquiere ella. "Alguna vez", responde él.

En realidad, no ha sido fácil comprender a Claudia Cardinale (Túnez, 1938), quien atiende en exclusiva a El Cultural desde París, donde vive. Una vez Renzo Piano dijo que la belleza es inaccesible, difícil de entender en su plenitud, porque ha sido robada, ungida y manoseada por la publicidad. Así, se ha distorsionado todo, y han surgido múltiples clichés y estereotipos nublando el paisaje.

Le pasó en su día a Marcello Mastroianni, quien se pasó media vida tratando de escapar al mantra de seductor, del que era reticente… Y sí, parece haber algo de ese universo tenebroso en la vida de, quizás -y con permiso de Sophia Loren, Gina Lollobrigida o Monica Vitti- la mejor actriz italiana de la historia. Un título para nada osado, porque ella -en sí- representa un templo universal. Era grácil y versátil, destilaba candor, fuego y compasión. Era, y es, sacra, porque ingobernable, imposible de poseer, calibrar o etiquetar.

Porque sí. Claudia es, precisamente, lo que no aparenta. A pocos días de los Óscar, ha decidido compartir su vida en pequeñas y lacónicas frases, escondiendo más que mostrando. Una mirada atrás para narrar un caleidoscopio excelso sin el uso de la compasión o la pena por el pasar del tiempo. Solo, como diría Elsa Morante, siendo testigo -y no protagonista- de su propia vida. Quizás para no hacerse daño, para no sufrir.

“Mis padres eran sicilianos emigrantes. Sicilia la viví desde África. Era una tierra misteriosa, con una lengua que no conseguía comprender, identificar… Es que mi infancia, como sabes, la pasé en Túnez. Recuerdo el mar, los pequeños trenes. Sí, era feliz. Comencé a trabajar en el cine por casualidad. En un cortometraje titulado Les anneaux d’Or (René Vautier, 1956). Era una época en la que a todas nos fascinaba Brigitte Bardot, porque representaba un símbolo de libertad”, evoca.

Cardinale y Mastroianni en 'El bello Antonio' (Mauro Bolognini, 1960)

Cardinale y Mastroianni en 'El bello Antonio' (Mauro Bolognini, 1960)

Con Cardinale, obvio, había nacido una diva. El resto es historia. Arquitrabada a partir de un capítulo trascendental que dará un vuelco a su vida como actriz. Era el año 1963 cuando se estrenaron casi a la vez El gatopardo (dirigida por Luchino Visconti), de la que el próximo 5 de marzo se estrena una nueva adaptación en Netflix, y Ocho y medio, ese drama cómico, bizarro, surrealista, mutilado y existencial parido por Federico Fellini. Cardinale, quien aparecía en ambas, lo mismo mostraba garbo para bailar con Alain Delon o Burt Lancaster que servía para trazar el mundo onírico que anidaba en el alma felliniana.

“Trabajar a la vez en esas dos cintas fue muy duro. Una experiencia interesante, aunque de emociones fuertes. Lo mejor era que, fuera del set, con Delon y Burt desdramatizábamos, bromeábamos mucho. Intentábamos darle ligereza, superficialidad a las cosas. En realidad, fue sencillo trabajar con ellos, como también en los spaghetti western o con Mastroianni, quien sí, decía estar enamorado de mí. Para aceptar esos papeles tan variopintos bastaba con leer el guion. Me parecían tan grandes, tan buenos, que no podía hacer otra cosa”, explica pausadamente.

Alain Delon y Cardinale en 'El Gatopardo'.

Alain Delon y Cardinale en 'El Gatopardo'.

El anillo que une

Italia, en los años del boom económico y el consumismo, aún era eminentemente joven. Tenía apenas un siglo de historia, y aunque había derrotado las hordas mussolinianas aún necesitaba puntos en común para poder sostenerse, para evitar desmembrarse por acerva e inmadura. En un periodo en que uno de Milán no comprendía a uno de Bari, Claudia Cardinale se convirtió en uno de esos nexos o anillos que unen un entero país.

Siempre capaz de trabajar en películas costumbristas, de colarse en el cast de Rufufú (Mario Monicelli, 1968), conocer a Pasolini o cruzar el Océano para universalizar su magia y darle autoestima a Italia. “Si Visconti era obsesivo y puntilloso, Mario era un hombre culto, sensible y atento. De Pier Paolo, bueno, no le conocí íntimamente, pero era una figura inmensa de la cultura italiana. Además, recuerdo que escribía críticas sobre mis películas. Era un amor. Como también lo era Rita Hayworth. La ubico muy triste donde quiera que estaba. Como si la vida le pasara por encima… Sí, es cierto que no era sencillo para las divas del cine en aquellos años de la juventud donde trabajabas con Henry Fonda, Orson Welles o Anthony Quinn”, reconoce quitando, de alguna manera, ínfulas a los mitos y espinas al enjambre.

Aunque admite episodios tristes en el cine internacional que prefiere no recordar o rescatar, lo cierto es que ella fue diferente al resto. Preservó eternamente una parte suya -custodiada en el corazón- que jamás quiso compartir. Era el instinto, celoso de ser descubierto, de ser copiado. Sí, dedicó una vida entera al cine, la publicidad y la moda, pero procuró siempre tutelarse, no soltar amarras con las emociones, el apego, el deseo. Como si necesitara sentir, pero no sufrir.

“A la Loren y Gina les guardo respeto por el talento y el valor. Con Vitti, no fue sencilla la relación. ¿Sabes? Te confesaré un secreto. En el cine no hay diferencia entre el personaje y el actor. Hay un puente invisible entre uno y otro. Fui una persona solitaria. Trabajé mucho en Cinecittà, sí, pero no dormía allí (Sordi o Fellini sí lo hacían). Conocí mucha gente en Hollywood. Marilyn, Hitchcock, Liz Taylor, Richard Burton, Barbara Streisand, Toni Curtis, Belmondo o Steve McQueen. También a los Beatles, pero sí, me sentía una extraña. Aun estando, una parte mía se encontraba en otra parte”, admite diligentemente, como tratando de escapar de un lugar que no le pertenecía, donde se sentía intrusa.

Creyente

El final de la entrevista bien podría ser el inicio de todo. Máxime ahora que aflora una fragilidad en la salud de Papa Francesco, mientras los cuervos sobrevuelan por el Vaticano. “Conocí a Paolo VI. Hablamos algo, pero no sé qué. Estaba muy nerviosa. Tengo mi anillo, mi alianza. Sí, creo, soy católica. Pienso que hay algo más grande ahí arriba”, reconoce alguien que representó el papel de adúltera en una obra de Franco Zeffirelli, concretamente el Jesús de Nazaret (1977).

Sí, efectivamente Claudia Cardinale jugó con fuego sin terminar de quemarse en un país anacrónico, curioso y contradictorio. Una nación atea, aunque no lo sepa o no lo confiera a nadie para protegerse ante el rubor. “En los ochenta trabajé con Warner Herzog en Fitzcarraldo. Fue intensa la relación ahí con Klaus Kinski, aunque una experiencia única e irrepetible. No me quiero despedir sin dejar clara esta frase por la que me preguntas: ‘todo es ficticio, nada es falso’. Verás, en el teatro, como en el cine, todo se representa en escenas. Es ficticio, pero la intención es que eso sea real, un espejo de la verdad, de la vida”.

Con Lee Marvin en 'Los profesionales' (1968). Foto: GTRES

Con Lee Marvin en 'Los profesionales' (1968). Foto: GTRES

Precisamente, la clase magistral de vida, de cine, Claudia Cardinale la regala desde Nemours (próximo a París), donde vive con sus dos hijos. “Hemos rehabilitado una vieja curtiduría en una casa que tenemos asomada al río: Le Picardeau, se llama. Hemos abierto allí un restaurante. También es un punto de encuentro cultural. Tenemos la Fundación Claudia Cardinale, que apoya la creación artística. A nuestra residencia viene gente de todas las partes del mundo, apoyamos todos sus proyectos, les damos cabida, luz”, relata.

Una vez le preguntaron a Pasolini por la misteriosa encrucijada del verbo existir: “La clave es vivir por encima de todo. El milagro de la existencia trasciende cualquier atisbo de conciencia o juicio moral”. Claudia no hizo otra cosa que entregarse a ella. Única y exclusivamente. Una y otra vez. Por eso jamás se despidió de Armónica, a sabiendas que no le volvería a ver.