Morán (Daniel Elías) es un tipo corriente. Madruga, coge el Subte de Buenos Aires para ir a trabajar, se toma el segundo café de la mañana en su bar de confianza. Aunque parece una jornada laboral más, ese día es diferente, él sabe que va a robar un banco.

Los delincuentes, sexto largometraje del director Rodrigo Moreno, comienza mostrándonos la rutina de este empleado que, en apariencia, no tiene pinta de poder cometer ningún tipo de delito. Afable, sosegado, manso. Hasta que la música de una de las bandas fundacionales del rock argentino, Pappo's Blues, entra en escena mostrando sus verdaderas intenciones.

El cineasta argentino relata el atraco de la forma más monótona posible. Y tiene sentido, porque este hombre de mediana edad que decide saquear la entidad bancaria a la que lleva dedicando la mitad de su vida no pretende ser un fugitivo. De hecho, su mantra es "tres años en la cárcel o 25 en el banco". Morán está dispuesto a entregarse a la policía con tal de que, cuando cumpla condena, pueda dejar el trabajo, y convence a un compañero, Román (Esteban Bigliardi), para que custodie el dinero. 

Bajo esta premisa, Los delincuentes, en sus tres horas y diez de metraje, funciona como una oda a la libertad que aprovecha todos los recursos cinematográficos a su alcance, como el uso de la pantalla partida o planos superpuestos. Rodrigo Moreno, adscrito a esa corriente tan libre y narrativa del Nuevo cine argentino, divide la historia en dos partes que no parecen estar realmente definidas, pero que dotan a la trama de una mayor profundidad y la posibilidad de mutar, oscilando continuamente entre la comedia y el "género de robos". 

En la primera, la vida carcelaria de Morán confluye con la investigación por parte de la policía a la que se ve sometido Román, a quien el dinero le quema como una patata caliente. Mientras que la segunda parte del filme se presenta como una fábula naturalista que evoca a Una partida de campo (1936) de Jean Renoir, en la manera en la que Moreno captura a los protagonistas disfrutando de esa dulce sensación de libertad sin ataduras que les ofrece el paraje natural de Alpa Corral, al sur de Córdoba. 

Allí no necesitan fingir que les gusta perder ocho horas en una oficina, mientras que en la ciudad "lo primero que te preguntas cuando conoces a alguien es de qué trabaja", afirma Morán en un momento de la película. Ese lugar, alejado de la ensordecedora urbe, se convierte en otro vínculo de unión entre ambos, que encontrarán allí un motivo, esta vez amoroso, para abandonar su rutina. 

La película, candidata argentina en los Óscar, recoge ese descontento, del que recientemente habló Beatriz Serrano en su debut literario, a través de unos personajes que se sienten prisioneros de su propia vida. Por ello, el cineasta argentino se lanza a fantasear con un cambio de rumbo para recuperar el bien más preciado: el tiempo.