En Chinas, pone el foco sobre dos realidades familiares opuestas: por un lado están Lucía y Claudia, dos hermanas perfectamente integradas en la multiculturalidad de Usera, aunque quejumbrosas por las férreas normas de sus padres, completamente dedicados al bazar. Por otro, Xiang, una niña adoptada que ha podido disfrutar de una crianza rica y respetuosa con sus orígenes, pero que sigue sintiéndose desarraigada.

Echevarría, también guionista, tratará de cruzar las vidas de unas y otras con voluntad divulgativa, con tal de mirar de frente a las múltiples violencias a las que se enfrentan las personas asiáticas a diario. Aunque, por desgracia, las agresiones son tantas y tan diferentes entre sí que obligan a Chinas a dispersarse entre sus tramas y a racionar minutos en pantalla, destinados a explicar bien todos los choques culturales que la organizan.

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Secundarios como Wang, el joven chino con quien debe casarse Claudia, o Shui, la madre de ella, aparecen solo cuando hay alguna situación dolorosa o compleja. Son chinos y pobres, antes que personas. Es la gran tara de la ficción entendida como ilustración que nos obliga a recrear situaciones de forma clara y frontal.

Desatendemos la realidad para hablar de ciertos temas, dando la espalda a los nudos que ya complican el devenir de cualquiera… Por ello, Chinas brilla cuando mira a sus dos niñas protagonistas (Lucía y su amiga, porque Xiang, en la práctica, acaba ocupando un lugar muy secundario en el entramado narrativo): ellas juegan a ser niñas y nada más, descubriéndonos por el camino el universo maravilloso de los bazares.

A su favor, Chinas cuenta con un elenco confiadamente imperfecto y no regala clausuras moralistas para todo el mundo. Los padres de Xiang (Leonor Watling y Pablo Molinero) “hacen lo correcto” y ponen en contacto a la niña con su familia biológica, y en su lugar se dan cuenta de las dimensiones abismales de la miseria en el campo chino.

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Echevarría no tiene miedo de enfrentar a sus personajes con el dolor, aunque ello la lleva en ocasiones a rozar giros más propios del cine de explotación que de un retrato vitalista. La familia de Lucía sufre abusos de toda índole, que se representan de forma explícita en pantalla como objeto y ejemplo para el beneficio de nuestra educación cívica. A pesar de las intenciones, ello supone seguir objetivando las vivencias chinas para el beneficio ajeno. El mejor cine opta por escuchar antes que por hablar.