Achero Mañas

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Cine

Achero Mañas: “Hay que luchar contra el sadismo narcisista cultural”

Diez años después de su último trabajo, 'Todo lo que tú quieras', el director de 'El bola' regresa a los cines con 'Un mundo normal', protagonizada por Ernesto Alterio y Gala Amyach

11 septiembre, 2020 09:03

Diez años después de una película avanzada a su tiempo como Todo lo que tú quieras, Achero Mañas (Madrid, 1966) regresa, por fin, a los cines con Un mundo normal. Primero actor juvenil popular de la televisión y del cine en los 90, poco después fue protagonista de uno de los debuts tras la cámara más sonados de la historia del cine español cuando dirigió El bola (2000)Producción de gran impacto, ganó cuatro premios Goya incluyendo mejor película y fue un gran éxito de taquilla. La familia, una familia que como dice Mañas “se construye”, era la protagonista de aquel drama que lanzó a la fama a Juan José Ballesta, en la piel de un niño maltratado, y vuelve a serlo en su nuevo trabajo, donde vemos, eso sí, a una familia mucho más feliz.

Ernesto Alterio en la piel de Ernesto, un cineasta en crisis y la propia hija de Mañas, Gala Amyach, como hija del protagonista, lideran el reparto de un filme que según el propio director trata sobre la importancia de “ser fiel a la propia esencia”. El punto de partida es la muerte de la matriarca (Magüi Mira), una mujer inteligente y con personalidad que ha marcado profundamente a un clan de espíritu artístico y liberal. Ansioso por cumplir el último deseo de su madre adoptiva, Ernesto viaja de Madrid a Valencia junto a su hija, estudiante de Derecho, para tirar al mar el cuerpo sin vida de su madre. No las cenizas, el cuerpo entero, lo cual provoca una persecución por parte de la policía.

Cuenta Mañas que con Ernesto ha creado, quizá sin darse cuenta, a un héroe “nietzscheano” por cuanto nos compele a pensar por nosotros mismos y buscar nuestra “esencia”. No en vano, el alemán dijo que la felicidad consiste en vivir de acuerdo a “las propias leyes”. Un héroe cascarrabias y luchador que como el propio Mañas se niega a vender su arte, aunque la necesidad económica también cuenta. Con la voluntad de tratar la muerte con “naturalidad”, el director nos propone un viaje para que el espectador se convierta en sujeto y se meta en la propia película. Y si alguien se pregunta qué ha estado haciendo tanto tiempo fuera de foco, la respuesta es publicidad. Artista insobornable, censura la dictadura de lo comercial y defiende con uñas y dientes su independencia. Porque Mañas no rueda si no tiene el control creativo absoluto.

"Haciendo anuncios claudico constantemente, hago cosas que no me gustan. Pero en cine, quiero tener el control y no voy a venderme"

Pregunta. ¿Dónde se ha metido estos diez años?

Respuesta. He rodado publicidad para sobrevivir. No quiero dirigir películas si no se producen una serie de condiciones que me permitan ser genuino. Haciendo anuncios claudico constantemente, hago cosas que no me gustan. Pero en cine, quiero tener el control y no voy a venderme.

P. ¿Hay mucho de usted en ese cineasta desencantado y un poco cascarrabias que interpreta Ernesto Alterio?

R. No es autobiográfica aunque sí hay elementos en los que me reconozco. Puedo ser un gruñón en algunos momentos de mi vida aunque creo que no en todos. Eso sí, carácter tengo, soy una persona muy energética. En mi familia también hay un espíritu artístico pero las particularidades y concreciones de esta familia de ficción están inventadas. Lo que sí podría ser Alterio es un alter ego del futuro ya que mi propia madre, que por suerte sigue viva, me ha pedido también que tire su cuerpo al mar. Creo que en todas las familias se da esa singularidad que las hace únicas, unos códigos, una manera de comportarse…

P. ¿Quería hacer un canto a la rebelión contra las normas establecidas?

R. No es tanto eso como decir que no podemos ni debemos renunciar a nuestra esencia. Para vivir en comunidad y poder convivir, muchas veces renunciamos a nosotros mismos para ajustarnos a lo que los demás esperan o pretenden de nosotros. Ninguno de  nosotros vivimos como queremos. De vez en cuando no toca más remedio que claudicar por el bien común como en el confinamiento que acabamos de vivir. En ese período de pausa, mucha gente se ha dado cuenta de que no quería volver a una vida que no era genuina. La sociedad y la tradición te empujan a apartarte de esa esencia, todos tenemos miedo a ser marginados. Y ya hablaba Stuart Mill del peligro del poder de la mayoría.

P. El protagonista se niega a dirigir series y despotrica contra un panorama cultural excesivamente comercial. ¿Cada día es más difícil mantener la integridad artística?

R. Es aquello que decía Picasso, “yo vendo lo que pinto, no pinto lo que vende”. Y si no les gusta, que les den por culo, añado yo. Ahora mismo eres un producto más en este mercado y tenemos que convertir nuestras propias vidas en un producto. Lo ves en los castings cuando el productor prefiere a la actriz con más seguidores en Instagram que a la que tiene más talento. Es una historia cotidiana de sadismo narcisista cultural contra el que hay que luchar. Al principio parecía que Internet iba a favorecer la libertad porque eliminaba intermediarios. La realidad es que las grandes plataformas lo controlan todo y cuando comienzas a vender un producto renuncias a la libertad.

P. Lleva diez años sin estrenar películas y no ha rodado ninguna serie. ¿Se niega a ser ese producto comercial del que habla?

R. No tengo nada en contra de las series, lo que no voy a renunciar es a mi mirada y mi visión. Yo no puedo mantener conversaciones con un algoritmo, prefiero hablar con personas y necesito mi libertad autoral. Ahora vemos que los contenidos están muy condicionados por las plataformas. Toda la mirada está condicionada por ese “algoritmo platafórmico”. Hay cero riesgo. Cuando algo tiene éxito lo quieren repetir. El problema, creo yo, es que si no te arriesgas y apuestas por los autores nunca saldrá nada original. Propuse una historia a estas plataformas y directamente me contestaron que querían algo más ligero. Pocas sorpresas puede haber con esta mentalidad.

"Si no viviéramos en una realidad tan amenazante en la que pudiéramos ser nosotros mismos no habría este grado de histrionismo y de locura"

P. ¿Vamos a un audiovisual cada vez más domesticado?

R. Eso se ve clarísimo con el sistema de ayudas al cine. La propia ley lo dice clarísimo, hay que apoyar la diversidad cultural. La realidad es que luego las subvenciones se las llevan los grandes medios y las televisiones privadas. El resultado de esta política es un fracaso estrepitoso. El cine ha subido en el mundo entero menos en España, donde la cuota del cine español sigue donde estaba. Se hizo una ley para favorecer un cine con gancho para el público pero nada ha cambiado desde entonces salvo que se apoyan productos comerciales. Salta a la vista que hay que replantear el modelo.

P. Volvamos a la película. Cita, para contradecirla, la famosa frase de inicio de Anna Karenina de Tolstoi, esa que dice que “todas las familias felices son iguales y las infelices lo son cada una a su manera”. ¿Se equivocaba el maestro ruso?

R. Creo que lo que quiere decir es que las familias se parecen cuando son felices y viven ese éxtasis espiritual, son esos momentos concretos. Todas las familias felices pasan traspiés y sufren tragedias. Lo que yo quiero poner de relieve es el error de asociar el sufrimiento con la profundidad. Ya dice Nietzsche que el ser aspira a la felicidad porque aspira a la eternidad y esa plenitud la sentimos cuando somos felices. Yo hablo de una felicidad profunda que tiene que ver con descubrir quiénes somos porque muchas veces vivimos en que no somos nosotros mismos por imposiciones de personas que tampoco saben ser ellas. El miedo nos acaba empujando a tener una vida poco gratificante, poco rica. No sé si Ernesto es un héroe nietzscheano pero sí es alguien que dice lo que cree y atiende a su esencia. Si todos hiciéramos lo mismo no veríamos, por ejemplo, tanta frustración en las redes sociales. Si no viviéramos en una realidad tan amenazante en la que pudiéramos ser nosotros mismos no habría este grado de histrionismo y de locura.

P. Vemos también que Ernesto puede comportarse como un hombre demasiado rígido. ¿Quería buscar el contrapunto con el personaje de su hija?

R. Vemos un choque entre dos mundos representados por dos generaciones. Lo interesante es que cuando los hijos crecen se intercambian mucho los papeles y los padres comienzan a recibir lecciones de sus hijos. Creo que hay algo en la rotundidad de Ernesto que descoloca a la nueva generación porque no aceptan juicios taxativos. Hay una lucha pero también una voluntad de acuerdo, de conciliación.

P. En Un mundo normal vemos a dos fugitivos perseguidos por un policía comprensivo. ¿Se inspiró en Thelma y Louise?

R. Me hablan mucho de Little Miss Sunshine (Farys, Dayton, 2006) y no veo la semejanza. Con la película de Ridley Scott hay como mínimo un punto en común porque uno de los planos está inspirado en Thelma y Louise, cuando vemos a la abuela sentada en un banco en la gasolinera en la que el padre compra chocolate para su hija. Y es cierto que en mi película vemos una historia de liberación de dos personas que quieren ser ellas mismas. De todos modos, yo he tenido otros referentes en mente, el cine de Alexander Payne, por ejemplo, o películas como Harold y Maude (Hal Ashby, 1971).

Una escena de 'Todo lo que tú quieras'

P. ¿Por qué quería que fuera una road movie?

R. Yo veo las road movies como las orquestas de pueblo, hay algo mágico cuando llega la orquesta y las sigues por el pueblo. Hay un viaje en el que sientes que perteneces a ella. En ese viaje el espectador pierde la noción de sujeto y objeto y se mete dentro de la película. En realidad, acaba siendo un viaje a la esencia más que físico.

P. ¿Dentro de una historia tan sentimental como esta, el humor negro le ayuda a controlar los niveles de azúcar?

R. Mi idea es que la comedia y el drama se fusionaran, no que estuvieran una detrás de la otra sino que formaran un todo conceptual y formal. He ido quitando la música para buscar ese tono, me pongo malo cuando en las películas suben demasiado los violines. Es como ese momento del cumpleaños de la abuela, muy emotivo, en el que toda la familia se pone a cantar “a follar, a follar”. En esta película lo que más miedo me daba era caer en el melodrama y el sentimentalismo. He intentado evitarlo de todas las maneras. En los últimos años en mi familia hemos vivido una tragedia y quería ser fiel a esa experiencia personal. Esta película es como catarsis familiar. Han sido años duros con luces maravillosas como el nacimiento de mi hijo.

P. Una paradoja que plantea es que le tenemos miedo a los muertos cuando, bien pensado, no hay nada menos peligroso que un cadáver. ¿Somos seres irracionales?

R. Ese miedo a la muerte, a lo desconocido, es totalmente humano. Heidegger decía que no podríamos vivir siendo conscientes de la muerte porque sería insoportable, ese miedo es un mecanismo de autodefensa. El propio Lacan ya advertía que como seres vivos no aceptamos la muerte. Yo he vivido la muerte de cerca por circunstancias personales de una manera muy cercana en estos años y tengo experiencias diversas. La muerte de mi padre fue una experiencia positiva, lo vivimos con mucha tranquilidad y de manera muy emotiva, acariciándonos. La muerte de mi hermano sin embargo fue un horror porque fue una muerte antinatural de una persona mucho más joven.

P. En la película aborda la muerte de una manera muy natural, ¿quería quitarle dramatismo?

R. La idea era desacralizar la muerte, no demonizarla. No quería hacer una película triste ni desagradable, estoy de acuerdo con la abuela cuando dice que no cree en el más allá pero uno sí sobrevive en los demás, en el recuerdo que deja. Creo que su muerte es un elemento que provoca en los personajes que reflexionen sobre sí mismos. Vemos a una abuela muy carismática que también tiene esa cosa de los viejos de que se pueden expresar como les da la gana porque ya no están en esa lucha de poder. En esto se parecen a los niños, han perdido el miedo a decir lo que piensan.

P. En Todo lo que tú quieras veíamos a un padre viudo (Juan Diego Botto) que hace el papel de padre y madre para cubrir esa ausencia. ¿Se adelantó varios años al hablar de un asunto que hoy está más presente que nunca?

R. Van a hacer el remake de la película en Estados Unidos, acabo de firmarlo. No puedo decir con quién porque tengo una cláusula de confidencialidad pero es gente muy potente. Llámalo intuición o algo que vi en mi propia hija pero supe prever esa segunda ola feminista. Esa película hubo mucha gente que no la entendió, que pensó que el padre hacía un sacrificio por su hija y no vio el discurso de género que había detrás. Mucha gente me lo dice y es muy posible que ahora fuera mejor comprendida. Lo que no cambia es que siempre hablo de familia, es mi tema. Me ha pasado siempre lo de adelantarme. Quizá con esta que se llama “un mundo normal” en un momento como este doy en clavo. En la época de El Bola apenas se hablaba de abusos en el seno de la familia.

P. ¿La familia nace o se construye?

R. La familia está abierta, se construye, lo vemos en Un mundo normal, el hijo más apegado a su madre es el adoptado. La familia va más allá de la sangre, es un sentimiento que tiene que ver con los afectos y los vínculos, no una cuestión biológica. Uno pertenece donde le quieren, donde se siente querido

@juansarda