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Salvador Calvo: "Si contamos las historias más duras, nadie va a ver la película"

Salvador Calvo, director de '1898. Los últimos de filipinas', regresa con 'Adú' para contar el drama migratorio desde tres ángulos distintos

31 enero, 2020 09:34

Todos los años miles de africanos recorren en las condiciones más precarias cientos de kilómetros a través del continente soñando con llegar a Europa. Muchos mueren por el camino, otros jamás lo logran y quienes sí, muchas veces se encuentran con sociedades que los acogen con recelo cuando no con abierta hostilidad. Cuenta Salvador Calvo que fue durante el rodaje en Canarias de 1898. Los últimos de Filipinas (2016), su primera película, cuando comenzó a descubrir los terribles dramas humanos que se esconden detrás de esos emigrantes que se lo juegan todo por una vida mejor. Con la voluntad de abordar el asunto desde todos los ángulos, Adú nos cuenta tres historias muy distintas. Por una parte, la odisea de un niño y un adolescente (Moustapha Oumarou y Zaidiyya Dissou respectivamente) que atraviesan África con una mano delante y otra detrás. Por la otra, los problemas de un rico madrileño con buen corazón pero poca mano izquierda (interpretado por Luis Tosar) que se dedica a defender a los elefantes de una reserva pero al mismo tiempo es incapaz de congeniar ni con los habitantes locales ni con su propia hija adolescente (Anna Castillo), una chica con problemas con las drogas. El triángulo se completa con tres guardias civiles acusados de brutalidad en la tristemente célebre valla de Melilla y sobre todo uno (Álvaro Cervantes) que se debate entre la lealtad a sus compañeros y a la propia verdad. Tres vértices desde los que el filme observa sin juzgar ni entrar en moralismos maniqueos una situación explosiva que marca de manera profunda el mundo contemporáneo.

Pregunta. ¿Puede decirse que Los últimos de Filipinas era un encargo y esta es la película que sí le ha impulsado?

Respuesta. Vengo de la televisión y siempre he intentado darle la vuelta y convertirlo en algo mío, en la medida de lo posible, porque siempre hay que trabajar con cosas que a veces no son la historia que tú quisieras. Esta es más mía, como el corto de Maras (2019, sobre las pandillas colombianas) y se parece más a lo que yo quiero hacer. Los últimos de Filipinas era un proyecto al que Enrique Cerezo llevaba muchos años dándole vueltas y me llegó a mí después de un largo recorrido. De todos modos cuando leí el guión de esa película en seguida me interesó porque al final es una película que trata sobre el sinsentido de las guerras, que es un tema que no puede ser más actual y es una historia patética y muy interesante.

P. ¿El mayor reto de Adú era ser fiel a la verdad pero al mismo tiempo modular bien la tolerancia de los espectadores ante el horror?

R. El germen de la película surge durante el rodaje en Canarias de Los últimos de Filipinas. Allí estaba en contacto con CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) y conocí a los emigrantes que llegaban en patera a la costa canaria. Hubo dos casos que me sobrecogieron. Primero el de un niño de seis años que era muy parecido a Adú. Cuando llegan les dan 180 euros para que se compren ropa porque llegan prácticamente desnudos y con ese dinero una mujer se compró un sujetador de La Perla. Allí comenzaron a sospechar. Luego apareció con un IPad y pensaron que se estaba prostituyendo, cosa que es muy común. Comenzaron a observarla y la descubrieron porque aquel niño, que se suponía que era su hijo, la llamó “señora” y la otra contestó “aquí llámame mamá”. Eso encendió la mecha y averiguaron que formaba parte de una red de tráfico de seres humanos. Pensaban desguazarlo y vender los órganos. Luego había otra historia de un niño somalí que me impactó muchísimo. Su tío había sido un “señor de la guerra” y todas las noches se colaba en su habitación para violarlo. Un día se lo dijo a su padre y le contestó que si lo denunciaban los matarían a ellos. Le ayudó a escaparse y el pobre chico terminó recaudando el dinero a base de prostituirse para la patera, 3500 euros, que es una barbaridad. AL final aquel chico legó a España y a las dos semanas murió de SIDA. El chaval nos contaba en el hospital que no podía creer que la vida fuera tan cabrona para que ahora que comenzaba a vivir tuviera que morirse. Esas dos historias tan duras yo las pongo en la película y nadie va a verla. La idea era contar lo que pasa pero al mismo tiempo tenga algo de luz. No soy Haneke. Intentamos que la película fuera un poco más abierta.

P. ¿Quería que en la película pudiéramos ver todos los puntos de vista del drama?

R. Los protagonistas son esos chavales que viajan juntos y son un poco Tom Sawyer y Huckleberry Finn de Mark Twain. Conocen la solidaridad, la amistad, el amor… Y sobre todo hacen un viaje de madurez. A mí me encanta que el niño pequeño acabe protegiendo al mayor cuando todo el rato ha sido al revés. Luego está la historia inversa, unos europeos que van en business y tienen esta idea de que en África van a conseguir arreglar lo que no han conseguido en España: la falta de comunicación, las malas compañías y falta de atención de la joven que son problemas muy habituales del primer mundo. En España hay una falta de futuro en la juventud que es terrible, hay una generación joven que no termina de verse en ningún lado. Yo quería estuvieran Luis Tosar y Anna Castillo para darle fuerza a la historia y que no pareciera que estábamos ironizando por contraste. Queríamos abordar esa relación padre-hija con profundidad. Al mismo tiempo también vemos lo relativos que parecen esos problemas si los comparamos con el hambre o el prostituirse con comer…

P. ¿Quería huir a toda costa de plantear soluciones sencillas a problemas complejos?

R. Desde el primer momento teníamos claro con el guionista (Alejandro Hernández) que no queríamos hacer una película maniquea. No queríamos que hubiera buenos y malos como esas películas en las que los de izquierdas son los buenos. Hay que generar personajes imperfectos como ese Luis Tosar que cree que está haciendo una gran labor altruista pero no entiende para nada dónde está. Me gusta también ese discurso del final del guardia civil. Puede sonar a Vox pero te deja perplejo cuando defiende que si hubiera habido una valla en los Pirineos, Franco no hubiera muerto en la cama. Lo que queremos es que el espectador se pregunte cosas.

P. ¿Por qué quería que saliera también esa historia de los guardias civiles en la que vemos como pierden el control pero también las enormes dificultades de su trabajo?

R. Los guardias civiles no tienen ninguna culpa de esta situación y queremos mostrar los conflictos a los que se enfrentan. Hablando con ellos nos decían que en estos tiempos de Trump en los que se habla tanto de muros la realidad es que hacerlo más alto, con mejores medidas de seguridad, con cuchillas, con foso… no va a conseguir que esta gente deje de venir. Lo único que provocan estas medidas es que ellos tengan más peligro y los policías también porque siempre van a encontrar el vericueto o el camino, ya sea en el tren de aterrizaje de una avión o una maleta.

ADÚ | Trailer oficial | Paramount Pictures Spain

P. ¿Nos cuesta mucho ponernos en la piel de esos refugiados que padecen terribles experiencias?

R. Vemos que también hay momentos de alegría porque por muy duro que sea lo que pase siempre surgen esos instantes. Cuando vas a África lo que te transmite no es tristeza sino una energía de juventud y todo el mundo va con una sonrisa aunque les vaya muy mal. Luego la música es fantástica. Lo honesto es que estuviera en la película. La película le pone ojos y caras a esas cifras dramáticas que vemos en los telediarios. Ha habido dos momentos que han tenido un gran impacto en la opinión pública cuando apareció ese niño sirio en la orilla del mar muerto o la del padre con la niña a hombros en un río de Estados Unidos. Son esos momentos cuando te paras y ya no ves cifras sino a las personas que están detrás.

P. ¿Con la historia del personaje de Luis Tosar, ese millonario con buenas intenciones que se gana la enemistad de los africanos a los que dice proteger, quería mostrar las dificultades y paradojas de la labor humanitaria?

R. Al principio el personaje era un cazador furtivo pero en seguida lo desechamos porque ya era como poner automáticamente al hombre blanco como el malo. Él quiere hacer el bien pero no entiende donde está. Cuando cazan al elefante no entiende que, por muy terrible que sea para esa gente, si se reparten la carne puede significar un mes de subsistencia y tienen la vida solucionada. Desde fuera tenemos un código moral que aquí puede funcionar pero allí no. Es importante salvar a los elefantes pero también debemos entender que para ese gente es más importante alimentarse. Es un poco lo que le pasaba a Diane Fossey (la famosa defensora de los primates que protagoniza Gorilas en la niebla), si los guardas del parque cobran una miseria ¿cómo no se van a dejar sobornar por un furtivo que les paga diez veces más que tú? Bob Geldof contaba que la mayor parte del dinero que recaudaron con esos conciertos para ayudar a África se lo quedaron gobernantes corruptos.

P. ¿Qué nos puede contar del corto Maras?

R. Cuando estábamos preparando Adú nos ayudaron dos personas de CEAR a conocer la situación de los refugiados sobre el terreno o contactar con guardias civiles que trabajaban en la valla de Melilla. Fueron ellos quienes nos pidieron que les ayudáramos con la tragedia de las víctimas de las maras que no consiguen asilo en ningún lugar del mundo por no provenir de un país en guerra. Y entonces dijimos, bueno, la mejor manera que nosotros os podemos ayudar es haciendo un corto. Lo más bonito fue cuando lo estrenamos en la Academia de Cine con un víctimas de las maras se emocionaron todos muchísimo.

@juansarda