Image: Palabras y parábolas de Saramago

Image: Palabras y parábolas de Saramago

Cine

Palabras y parábolas de Saramago

28 marzo, 2014 01:00

Jake Gyllenhall y Sarah Gadon en Enemy de Denis Villeneuve.

Una vez más, el cine traduce la literatura de José Saramago. Se trata de la novela El hombre duplicado, que el cineasta canadiense Denis Villeneuve adapta en la perturbadora Enemy. Con motivo de su estreno, repasamos otras adaptaciones del premio Nobel a la gran pantalla.

En el mismo año, Francis Ford Coppola realizó dos obras maestras: El Padrino II y La conversación (1974). Una gran producción y una película pequeña, pero no menos excelsa. Hoy todo el mundo se acuerda de la primera, y la segunda permanece en un limbo destinado al culto de cinefilias, espectadores despiertos y entusiastas del Blow Up de Antonioni. En otra escala de la genialidad autoral, el canadiense Denis Villeneuve (Incendies) presentó el año pasado en Toronto y San Sebastián dos películas de empaque similar, es decir, opuestas entre sí. Prisioneros, que ya se estrenó hace unos meses, era un carismático thriller criminal realizado en el corazón de la industria. Enemy, que se estrena hoy, es la libérrima, fantástica, personal y valiente adaptación de El hombre duplicado, novela de José Saramago construida a partir de la figura (y la fantasía) del doble. "No puedo renunciar a ninguna de las dos películas aunque su origen sea muy diferente -sostenía Villeneuve en el festival donostiarra-. Una fue el resultado de un encargo y la otra de una necesidad. Lo que ocurre es que surgió la posibilidad de hacerlas a la vez".

Solo podemos especular con la idea de qué pensaría Saramago de la adaptación de su intrigante novela, que Villeneueve lleva a la pantalla huyendo de la literalidad con la que Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) versionó Ensayo sobre la ceguera. En A ciegas (2008), el director brasileño convertía la parábola del escritor luso sobre un mundo abocado al caos moral y la tiranía en un relato de supervivencia extrema habitado por estrellas hollywodenses (de Juliane Moore a Mark Ruffalo). A pesar del profesionalismo de la propuesta, de los desafíos que asumía Meirelles con imágenes prácticamente viradas a blanco y fuera de foco para traducir visualmente la ceguera blanca que asola a la Humanidad, la adaptación resultaba algo errática, titubeante y enfática (con los subrayados de la voz en off) que a la postre no lograba trascender las franquicias apocalípticas que han saturado las pantallas comerciales en el albor del tercer milenio. En el documental José y Pilar (2008, Miguel Gonçalves), realizado a mayor gloria de la esposa y agente del escritor que del propio Saramago, éste veía la película en un pase privado sentado junto a un nervioso Meirelles, esperando la aprobación del premio Nobel. Al término de la proyección, las luces se encendían y decía el escritor: "Fernando, estoy tan feliz por haber visto esta película como lo estaba cuando acabé el libro".

Aunque con menos medios y de modo mucho más prosaico, George Sluizer también optó por el cine de catástrofes al adaptar La balsa de piedra (2003), una coproducción hispanolusa protagonizada por Federico Luppi, Icíar Bollain y Gabino Diego. Sluizer es el mismo director que hizo Desaparecida (1988), infravalorado thriller sobre un hombre que busca desesperadamente a su mujer tras evaporarse en una zona de descanso en la autopista. Más tarde, el propio Sluizer rehizo la película en Hollywood, Secuestrada (1993), vulgarizando su propio material. Como si revirtiera el proceso, en La balsa de piedra, que narra cómo la Península Ibérica se convierte en una isla flotante separada del resto del continente europeo, el director francés trasladaba el género de catástrofes americano a un cine más silencioso y elegante, donde primaba el estudio de personajes y cierto carácter mágico sobre el dispositivo espectacular y los efectos especiales. Saramago acompañó la producción de la película, y tal y como cuenta Sluizer, se mostró satisfecho con el resultado: "Tras ver la copia final, se levantó, me dio un abrazo y me dijo que no le había traicionado, a la vez que me reveló que tenía miedo de que llegara a hacer una película al estilo Hollywood".


Una imagen de Ida.

Con estos precedentes, la especulación se acota. Probablemente Saramago no hubiera tenido problemas en aceptar la extrañeza de tono y la libertad con la que Villeneuve aborda El hombre duplicado. Y eso a pesar de un desenlace perturbadoramente kafkiano capaz de indignar a muchos espectadores en busca de respuestas acaso inexistentes. El escritor portugués, como dijo en más de una ocasión, siempre entendió que el lenguaje escrito obedece a leyes muy distintas del lenguaje audiovisual. El guion de Javier Gullón y la lectura visual de Villeneuve apuntan más hacia el experimentalismo lúdico que hacia la convención. Como las anteriores adaptaciones de la obra literaria del portugués, El hombre duplicado también es una parábola especular, un relato que navega entre el tono realista y la hipótesis fantástica que en principio resulta automáticamente traducible a un cine de género reconocible. Enemy bascula entre la seducción de una premisa extraordinaria -un profesor universitario se topa en una mala película con su dopplegänger, un ser idéntico a él, y emprende su búsqueda- y la fascinación por el colapso del relato tradicional.

Un orden por descifrar

Un rótulo al inicio de la película nos advierte, en palabras de Saramago: "El caos es un orden por descifrar". Y a esa aserción, entendida de modo taxativo, se agarra la película como arranque y conclusión del thriller psicológico que se trae entre manos. El profesor solitario Adam Bell y el actor engreído Anthony Clair, en la desdoblada interpretación de Jake Gyllenhaal, son filmados por Villeneuve en diferentes tonos cromáticos condenados a disolverse. A medida que la determinación de Adam por establecer contacto con Anthony se torna obsesiva, una necesidad biológica, ciertas presencias arácnidas se ofrecen como signos de que todo transcurre en una realidad alterada. El simbolismo surrealista de la propuesta negocia con los santos patrones del psicologismo, Freud y Hitchcock, pero sin dejar a Buñuel (y su ironía congénita) fuera de la ecuación; si bien las costuras del drama parecen más ancladas en Dostoievski y Kafka que en el propio texto de Saramago.

El huevo del misterio sin resolución hay que buscarlo allí donde el relato se colapsa y la película se quiebra con toda intención. O quizá en el personaje de la madre, interpretada por Isabella Rossellini. La pregunta que surge del interior de cada secuencia -¿cómo demonios puede acabar esto?- acumula una tensión de la que no podemos esperar respuestas consecuentes. Como si fueran ying y yang, noche y día, no hay nada que pueda hacer al mustio profesor tan distinto del actor arrogante y seductor, como si el último fuera la proyección del yo idealizado del primero. Ambos necesitan en todo caso dejar de sentirse anomalías metafísicas, y ahí entra en juego la posesión carnal de sus respectivas mujeres (Mélanie Laurent y Sarah Gadon), como una meada en el territorio del otro. La trama se desliza entonces hacia perturbadores efectos psicosexuales y el filme se refleja en Lynch (Carretera perdida), Cronenberg (Inseparables), Polanski (Repulsión), Kubrick (Eyes Wide Shut)... Y para cuando Saramago ha desaparecido del todo, comprendemos que quizá hemos visto la mejor adaptación posible de su obra.