Image: La distopía hablada de Cronenberg

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Cine

La distopía hablada de Cronenberg

El canadiense adapta con peso filósofico Cosmopolis, la novela con la que DeLillo predijo el fin del capitalismo

26 mayo, 2012 02:00

David Cronenberg. Foto: FIF/LF

El ruso Loznitsa filma un implacable y áspero tratado sobre la ley moral en tiempos de guerra

En la recta final de un festival con más penas que glorias, el canadiense David Cronenberg (Cosmopolis) y el ruso Sergei Loznitsa (In the Fog) han elevado sensiblemente la calidad de la decepcionante sección a concurso. [Consulten aquí los votos particulares de las películas del certamen, emitidos por casi medio centenar de críticos internacionales cubriendo Cannes... mi media es de 5,64 para 42 filmes]. Sus dos películas se posicionan en el penúltimo día de la cita gala como firmes candidatas a la Palma de Oro. Aunque ya se sabe que los caminos de los jurados son inextricables. Sin embargo, con Nanni Moretti en la presidencia del sanedrín, uno tiene la sospecha de que Leos Carax, con la rompedora Holy Motors, es el que de momento lleva más papeletas. Premiar a Haneke, Kiarostami, Loach o Mungiu equivaldría a concederles su segunda Palma, es decir, una más de la que tiene el cineasta italiano (La habitación del hijo, 2001). Podrán acusarme de frívolo y retorcido, pero en el competitivo universo del cine nunca hay que despreciar las cuestiones de ego.

Vayamos a Cronenberg y su Cosmopolis, un filme que tiene tanto de triunfo artístico como de suicidio comercial. Por lo pronto, el canadiense ha vuelto a mostrar sus dotes maestras para llevar a la pantalla novelas inadaptables. Lo hizo con El almuerzo desnudo (William Burroughs) y con Crash (J. G. Ballard), y ha vuelto a superar el imposible desafío de llevar a buen puerto la novela homónima de Don DeLillo. Además, la pertinencia histórica de la película es inapelable. Como si fuera un sismógrafo de la gramática indescifrable de nuestros tiempos completamente regidos por valores bursátiles y colapsos estructurales, Cosmopolis sumerge al espectador, acaso como ninguna otra obra cinematográfica lo ha hecho, en el opresivo, hermético y críptico lenguaje del hundimiento capitalista. Al igual que en su anterior trabajo, Un método peligroso -con el que esta película conformaría un díptico filosófico sobre las pulsiones que han determinado los dos últimos siglos-, Cronenberg crea un espacio cinemático que privilegia la palabra sobre la acción, de fuerte componente teatral, como si el gran cineasta de los universos perturbadores y encerrados en sí mismos le diera finalmente la razón al cine-prosa de Manoel de Oliveira.

El periplo de 24 horas de Eric Packer (Robert Pattinson, el chico-Crepúsculo mostrando nuevos registros interpretativos) atravesando Nueva York en una limusina blanca -la resonancia directa con Holy Motors es muy sorprendente-, se ofrece como aplastante metonimia del final de una época, del colapso del sistema tal y como lo conocemos. La acción transcurre durante el día que la capital financiera, escenario de altercados y levantamiento sociales -Matthieu Amalric tiene un cameo como un activista antisistema-, recibe la visita del presidente de los Estados Unidos. Packer es un joven multimillonario amenazado de muerte, un chico de oro de las finanzas que simboliza con su arrogancia y su compulsión sexual a la fauna de Wall Street altamente responsable de la actual situación. Temas tan cronenbergianos como las mutaciones tecnológicas de la nueva carne o el sexo entendido como un automatismo y una mera transacción comercial -con la participación coital de Juliette Binoche-, encajan en la distopía creada por DeLillo / Cronenberg de forma extraordinariamente orgánica.

La abstracción de Cosmopolis se impone al relato, que apenas ofrece asideros de confort para el espectador, y la potencia visual del filme invoca directamente en sus créditos a la pintura de Rothko. "El dinero ha perdido su cualidad narrativa, como lo hizo la pintura", explica una asesora de Packer (Samantha Morton) en un discurso central de la película, concebida prácticamente en set-pieces de diálogos y encuentros entre personajes. Esa misma cualidad narrativa también está diluida en Cosmopolis, cuyo relato mínimo se nutre de oratoria financiera y política, extremadamente abstrusa, que obliga a más de un visionado para poder penetrar en su complejidad filosófica. No creo que sea posible procesar más de un 50% de este filme que crece verticalmente, si bien algunas frases pilladas al vuelo, seguramente extraídas en su literalidad de la novela, suenan tan lapidarias como certeras: "La extensión lógica de los negocios es el asesinato". Esta línea de diálogo también podría ser el 'tagline' de Killing them Softly, el filme que Andrew Dominik presentó hace unos días en la Croisette.

Sergei Loznitsa es un experimentado director ruso, más conocido por sus trabajos documentales, pero que alterna con filmes de ficción, como el que ha presentado este año en Cannes. In the Fog adopta una estructura clásica, pero consecuente y extremadamente eficaz, centrada en las decisiones (de lealtades y traiciones a la patria) que van tomando tres partisanos en la región rusa ocupada por los nazis en 1942. Uno de ellos, Sushenya (Vladimir Svirski), se niega a participar en un sabotaje y, falsamente acusado de soplón (hasta su mujer sospecha de él), se verá atrapado entre ambos bandos. Cuando sus compañeros Burov (Vlad Abashin) y Voitik (Sergei Kolesov) le conducen al bosque para ejecutarle, son sorprendidos por una emboscada de los alemanes y se ven abocados a vagar por un bosque cubierto de niebla.

La película está construida con admirable autenticidad y paciencia, dosificando la información del pasado reciente de los protagonistas mediante bloques de flashbacks que regresan al presente dramático -72 secuencias para un filme de 127 minutos representa todo un desafío en términos de ritmo cinemático-, de tal manera que el espectador, como los personajes, se tiene que ir abriendo paso a través de la niebla para ordenar la cronología de los hechos. Una escena explicativa cerca del final del filme empaña el rigor narrativo de la propuesta -a los personajes los definen siempre sus acciones, sus decisiones morales en un contexto de pura supervivencia-, que no en vano está en perfecta armonía con la áspera y cruda realidad que pone en escena. In the Fog emerge así como un contundente y pesimista retrato de la ley moral, tan inconcreta y compleja de discernir, que rige al ser humano en condiciones extremas.