Cine

Hágase la palabra

25 marzo, 2011 01:00

James Franco es Allen Ginsberg en Howl.

Podríamos empezar así: en el principio fue el verbo. Y el verbo aulló, escribió versos que levantaron polémica, páginas que desbordaban dolor, sexo, política y rabia y que circularon de mano en mano hasta que un editor suicida las publicó casi de incógnito. Era 1955. Era Estados Unidos. Y el verbo hizo ruido. Y le llamaron obsceno, le denunciaron, y le sometieron a juicio. Era 1957, era Estados Unidos, era Aullido y otros poemas (Howl and Other Poems), el primer libro de Allen Ginsberg y obra fundacional de la Generación Beat.

Ahora, muchos años después, cuando las palabras parecen haber sido despojadas de sentido y poder arrollador, cuando todo y nada puede decirse, cuando todo parece haberse dicho ya, llega Howl (2010) hoy a nuestras salas, en apariencia un ‘biopic' de Allen Ginsberg dirigido por Rob Epstein y Jeffrey Friedman, dos realizadores forjados en el terreno del documental. Y decimos en apariencia porque la película, estrenada en los festivales de Sundance y Berlín el pasado año, es algo más, o algo menos, que una biografía tradicional. Afortunadamente. Basada exclusivamente en materiales documentales reconstruidos con aspecto de una ficción convencional, la película pone en escena una especie de doblaje a la inversa en el que las palabras buscan las imágenes que las acompañen: un texto al comienzo del filme avisa de que todas las palabras (pero no las voces) que se escucharán en la película proceden de grabaciones originales, materiales del juicio al editor, entrevistas con Ginsberg y los versos del poema.

Perversión documental
Lo que Howl ejercita es una más de las perversiones de las formas documentales contemporáneas: voces de ficción que duplican al detalle testimonios reales, imágenes que replican otras imágenes y secuencias de animación que interpretan los versos del poema. Sin embargo, lo más interesante de la película no es esa puesta en cuestión de la definición del documental, sino la reivindicación de la palabra. Pocas películas, pocos ‘biopics', concederían la importancia y el espacio que Howl otorga al poema original, leído de forma íntegra y ciertamente convincente por James Franco, el actor que interpreta a Allen Ginsberg. Decisión radical que honra, justifica y explica la película. Así, auténtico monumento al verso, la palabra se convierte en el tema del largometraje, y las secuencias del juicio forman en última instancia una verdadera clase de crítica literaria y conciencia cívica: las palabras y la libertad para elegirlas, escribirlas, decirlas y publicarlas; las palabras como herramienta de agitación política, cívica y social; las palabras y su íntima relación con quien las pronuncia o escribe.

Las palabras como protagonistas, y no como meras herramientas, del lenguaje cinematográfico. Además de invitar a la (re)lectura de la obra de Ginsberg, Howl documenta el comienzo de esa trampa llamada "corrección política": una dictadura a través de la palabra que ha terminado por limitar el campo de los temas que pueden tratarse a base de definir las palabras que podemos usar. Moloch, como diría Ginsberg.