Image: De Berlín al Ulster

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Cine

De Berlín al Ulster

Olivier Hirschbiegel indaga en la psicología del terrorismo

8 abril, 2010 02:00

Liam Nesson y James Nesbitt en Cinco minutos para la gloria.

Aún en el recuerdo la sobrecogedora "resurrección" de Hitler en 'El hundimiento', Hirschbiegel vuelve a la cartelera con 'Cinco minutos para la gloria', una reflexión sobre las huellas que deja el terrorismo en el tiempo y en la conciencia

El realizador alemán Olivier Hirschbiegel se dio a conocer en el año 2001 gracias a la aterradora El experimento, un ejercicio fílmico que, a través de la desestructuración de los reality shows con base orwelliana imperantes en la pasada década, desnudaba la naturaleza del ser humano mostrándolo como una bestia voraz. Una reflexión expositiva y directa de los mecanismos que, con mayor grado de sutileza, ya habían empleado cineastas como Fritz Lang o Michael Haneke. Pero existe una diferencia clara entre el director de Cinco minutos para la gloria y los firmantes de Furia (1936) y El tiempo del lobo (2003) y es que Hirschbiegel mostraba la locura que anida en el ser humano como un acto reflejo despolitizado.

Dicha referencia histórica se hacía aún más patente en El hundimiento (2004), crónica vibrante de los últimos días de Adolf Hitler en el búnker donde trataba de impedir el imparable avance de las tropas aliadas hacia Berlín. Lejos de recrear el horror producido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, el cineasta configuraba un thriller psicológico con estructura de cul-de-sac protagonizado por personalidades históricas no exentas de cierta caricaturización. Una afectación perfectamente trasladable a su siguiente película, rodada en suelo americano, Invasión (2007), que pese a ser un remake de una de las fábulas politizadas más notorias de la historia del cine -La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) de Don Siegel- donde desaparecía toda reflexión sociopolítica para enarbolar un modelo comercial.

De ahí la extrañeza de que el director se haya lanzado a realizar una película tan compulsiva y desquiciada como Cinco minutos para la gloria, reflexión de carácter humanista sobre los peligros del terrorismo en un mundo post-11-S. Si ya resulta raro que un cineasta alemán se adentre en terreno irlandés para explorar las cicatrices dejadas por el terrorismo, aún lo es más en el caso de Hirschbiegel, cineasta más atento a las debilidades psicológicas comunes.

Máxima verosimilitud
El atrevimiento resulta fructífero. Por un lado, existe un esfuerzo denodado por recrear con máxima verosimilitud las raíces del conflicto dramático: el asesinato de un católico a manos de un joven líder de una célula del UVF. Por otro, cuando se plantea en la película el reencuentro, treinta años más tarde, entre el terrorista y el hermano del fallecido, testigo directo del incidente, en un plató de televisión. Mientras el asesino, ya arrepentido, es un ejemplo de elegancia y serenidad, la víctima es antipática, casi esquizofrénica, en cuyo interior anida un imperioso deseo de venganza (algo a lo que ayuda la fisonomía y el nervio de sus intérpretes, Liam Neeson y James Nesbitt).

El mensaje suena alto y claro: la barbarie del terrorismo sólo produce terror. Mientras que la víctima vive presa de sus temores y rencores, el asesino arrepentido es alguien torturado por su conciencia, alguien condenado de por vida a cargar con sus pecados. Que Hirschbiegel nos lo ponga difícil para identificarnos con la víctima es la clave del éxito de Cinco minutos para la gloria, casi una máxima warholiana en clave mística sobre la necesidad de alcanzar la paz de forma imperiosa. Caiga quien caiga.