Cine

Espectáculo del sufrimiento

El mexicano González Iñárritu termina su ‘Trilogía del dolor’ con Babel

21 diciembre, 2006 01:00

Fotograma de Babel

En salas españolas a partir del 29 de diciembre, Babel es el relato coral y globalizado de un mundo incapaz de comunicarse. Premiado en Cannes, su director, Alejandro González Iñárritu, ha rodado esta ambiciosa producción en tres continentes y cuatro idiomas.

Las imprudencias adquieren rango de tragedias en un mundo que no sabe comunicarse y que además padece paranoia terrorista. Un rifle adquirido en Tokio puede acabar disparando a una turista norteamericana en Marruecos. Es el efecto mariposa filtrado por la gravedad del destino. Así nos lo cuenta Babel en cuatro idiomas, tres continentes, cuatro historias que implican a seis familias y un reparto-híbrido de estrellas (Brad Pitt, Cate Blanchett y Gael García Bernal) y actores no profesionales. Tras diez años de trabajo junto al guionista Guillermo Arriaga, de cuya colaboración han brotado películas tan viscerales y matemáticas como Amores perros y 21 gramos, el director mexicano Alejandro González Iñárritu (México D. F., 1963) pone fin a su "Trilogía del dolor". "Para mí ha sido una forma de explorar la dinámica de la familia, cómo los hijos están determinados por los padres", apunta González Iñárritu. Añade que Babel no trata sólo de la incomunicación globalizada de nuestra era -"el problema es que no hay nadie dispuesto a escuchar al otro"-, sino sobre todo de "la compasión". ¿A qué clase de compasión se refiere?

El hilo del drama
No a la suya con sus personajes y el espectador, pues ni unos ni otros escapan al espectáculo del sufrimiento que despliega en sus filmes. "Yo encuentro muchas más similitudes entre lo que nos hace miserables que entre lo que nos hace felices", explica. Nos dice Babel que el dolor y la tragedia, tan excesiva que a veces resulta inverosímil, es el hilo que une a los hombres del mundo. Pero ese hilo deja ver las costuras de un filme en el que los brotes de tragedia no son inesperados como puedan serlo en una película de Michael Haneke o de Takeshi Kitano, sino que se complace en el proceso, en el cómo ocurrió cuando ya sabemos en qué terminó. Si en 21 gramos seguíamos por las calles a un padre y a sus dos hijas en los instantes previos a su muerte bajo las ruedas de un coche, en Babel esperamos estremecidos a que una bala atraviese la ventanilla de un autobús para instalarse en el cuello de Cate Blanchett. "El hombre revela su verdadera naturaleza en los límites. A nadie la interesaría una película de un tipo repartiendo el periódico todo el rato". En esta ocasión, su interés se vuelca en el diálogo de los disparos, en la humillación de los registros fronterizos o en las frustraciones sexuales de una japonesa sordomuda. "Mi película es Walt Disney comparado con lo que se ve en los telediarios. No uso la tragedia para ‘shockear’, sino que doy gravedad a lo que estoy contando". Una gravedad tan temblorosa como la cámara y tan elaborada como la yuxtaposición incesante de planos (Iñárritu suele emplear tres cortes para lo que podría resolverse en un plano); una gravedad que siempre camina sobre el alambre de la grandilocuencia.

Un asomo de luz
La más ambiciosa de las tres, Babel es también la menos pesimista. Tras la fatalidad perpetua de Amores perros y 21 gramos, el director no es que haya dejado de asfixiar a sus criaturas, pero al menos les ha concedido algo de luz. "Estamos viviendo momentos intensos, bien difíciles y oscuros, pero creo que siempre hay una posibilidad de luz, pues sin ella no habría sentido". Permeable al moralismo, no hay pecado sin culpa en esta crónica coral de un mundo muy asustado, cuyas variadas culturas parecen tan alejadas de sí como los engarces tangenciales entre las distintas historias, que apenas se rozan y nunca llegan a cruzarse.

Y es que la sintaxis fracturada que con tanta organicidad funcionaba en Amorres perros, y que en 21 gramos tenía más de exhibicionismo que de prágmasis narrativa, en Babel salta del grito al silencio, corta en el transcurso de un tiroteo en el desierto de Marruecos para llevarnos a una discoteca en Tokio, o a la celebración de una boda en México, y luego, como si de un serial se tratara, vuelve al drama marroquí abandonado en su momento álgido. "El cine es una experiencia emocional fragmentada", asegura el mexicano, quien a partir de ahora, finiquitada la trilogía y su colaboración con Arriaga, es posible que busque nuevos caminos por los que transitar.